Los elfos, distribuidos en varios reinos a lo largo del continente, cada uno especializado en distintas disciplinas, formaban una red de habilidades y conocimientos únicos. Elfheim, renombrado por su enfoque en la batalla y la formación de los caballeros más hábiles y poderosos, así como por albergar a los más destacados talentos en hechicería y magia, era un bastión de destreza y poder.

En el momento crucial del ataque, la mayoría de las fuerzas de Elfheim se encontraban desplegadas en misiones fuera del reino, dejando una disponibilidad de caballeros extremadamente limitada.

En el Reino de Elfheim, en la Puerta Sur:

—¡Ahí está! —exclamó un caballero, señalando hacia un elfo enloquecido.

—¡No lo dejen escapar! —ordenó Lyria, quien lideraba por primera vez un pelotón de caballeros bajo el mando de Eldran. A pesar de que sus tropas habían sido redistribuidas debido a la escasez de caballeros, ella no vaciló en asumir su responsabilidad.

Los caballeros se lanzaron velozmente hacia el enemigo, pero su arrojo fue en vano, ya que fueron derrotados con facilidad por un simple gesto de las manos del elfo enloquecido.

—Parece que no me queda otra opción que intervenir personalmente… —murmuró, antes de precipitarse hacia el elfo, empuñando su espada con determinación.

Puerta Sur.

En la Puerta Este, el caos reinaba en medio de una escena desoladora. El suelo, ahora teñido de rojo por la sangre derramada, estaba sembrado de caballeros inconscientes, sus cuerpos yacentes como recordatorios silenciosos de la brutalidad del enfrentamiento que acababa de ocurrir. El eco de los gritos aún resonaba en el aire, mientras una bruma de polvo y humo envolvía el campo de batalla, difuminando los contornos de las figuras que luchaban en la distancia contra otros elfos dispersos.

Eldran, el líder de los caballeros, se encontraba herido, pero decidido a enfrentar la amenaza que se cernía sobre ellos. Cinco elfos enloquecidos, todas mujeres, representaban un desafío formidable.

—¡Demonios! —exclamó Eldran, evaluando la situación con un atisbo de respeto por sus adversarias—. Con esto confirmo que no debo subestimar a las mujeres.

Determinado a proteger a su gente y a su reino,se preparó para el combate.

—¡Bien! —declaró con determinación—. Ahora podré comenzar a pelear seriamente.

Las elfas enloquecidas no perdieron tiempo y se lanzaron al ataque. Una de ellas se abalanzó hacia Eldran, pero antes de que pudiera alcanzarlo, el caballero desencadenó su técnica especial, “Hevens Theater”, que la dejó incapacitada antes de que tocara el suelo.

Con agilidad y precisión, Eldran se enfrentó a las siguientes adversarias. Esquivó los golpes de una elfa y la golpeó en el estómago, dejándola fuera de combate. Sin embargo, su conflicto interno era palpable.

—No me gusta para nada golpear a las mujeres… —murmuró, reflejando su dilema moral.

Las otras elfas continuaron su ataque, pero él respondió con movimientos hábiles y precisos. En un giro de su espada, cortó el brazo de una de ellas, quien gritó de dolor antes de intentar un ataque desesperado con su otro brazo. Con pesar en su corazón, Eldran acabó con su sufrimiento.

A medida que más elfos enloquecidos se unían a la refriega, él se preparó para su último movimiento. Con una respiración profunda, pronunció las palabras de su técnica, «Step of the sword», y se lanzó hacia sus enemigos con una velocidad imposible de seguir. En cuestión de segundos, todos los elfos yacían sin vida a su alrededor.

—Lo siento… —susurró, lamentando la necesidad de recurrir a la violencia extrema para proteger a su pueblo.

Puerta oeste.

En la Puerta Oeste, donde los ecos de la batalla resonaban como un rugido atronador, Angeline, la intrépida capitana de la Vigésima Tercera Brigada, se alzó ante sus valientes guerreros. Su figura destacaba entre el caos, con su armadura reluciente y su espada en alto, irradiando determinación y coraje.

—¡Hoy es el día en que demostraremos nuestro valor! ¡No somos débiles por ser la última brigada! ¡Somos guerreros de Elfheim, y protegeremos a nuestro reino y a sus ciudadanos con nuestras vidas! —el grito de Angeline atravesó el aire, resonando en los corazones de cada hombre y mujer que se congregaban frente a ella, infundiendo una chispa de determinación en medio del caos de la batalla.

Sus palabras fueron recibidas con un rugido de aprobación y determinación por parte de los miembros de su brigada, quienes se preparaban para el desafío que se les presentaba. Angeline los miró con orgullo, sintiendo el peso de su responsabilidad como su líder y protectora.

Apuntando con su espada hacia uno de los elfos enloquecidos que se encontraban dispersos por la zona, Angeline continuó:

— ¡Vamos, mis valientes! ¡Avancemos juntos y enfrentemos a nuestros enemigos con valentía y determinación! ¡No retrocedamos ante el peligro, sino que avancemos con coraje y convicción!

Los caballeros y guerreras de la Vigésima Tercera Brigada respondieron al llamado de su capitana con un clamor de unidad y compromiso, listos para enfrentarse a cualquier desafío que se interpusiera en su camino. Con el fuego de la determinación, ardiendo en sus corazones, avanzaron hacia el enemigo, listos para luchar con honor y sacrificio por el bien de su reino y su gente.

En el epicentro del tumulto de la batalla, la capitana se hallaba en una encrucijada entre el pánico que amenazaba con abrumarla y la determinación que ardía en lo más profundo de su ser. Con su espada en mano, se lanzó al combate con valentía, pero la realidad de su fragilidad se hizo evidente cuando su ataque fue detenido por un simple puñetazo del enemigo. Su sorpresa se reflejó en sus ojos mientras retrocedía, pero su espíritu indomable la impulsó a levantarse una vez más, apoyándose en su espada para mantenerse en pie.

En un abrir y cerrar de ojos, otro elfo se abalanzó sobre ella, golpeándola violentamente en el rostro y enviándola tambaleándose por los aires. Angeline luchó por mantenerse consciente, sabiendo que cada golpe era una prueba de su resistencia física y mental. Con determinación, se incorporó de nuevo, limpiando con su brazo la sangre que fluía de su nariz.

Mientras se erguía en medio del caos, observó con determinación a los elfos enemigos que la rodeaban, consciente de la difícil situación en la que se encontraba. A pesar de sentirse abrumada por la magnitud de la batalla y de considerarse la más débil de sus hermanas, Angeline se negó a rendirse. Con la mirada fija en sus adversarios y el corazón lleno de coraje, proclamó con voz firme:

—¡Soy la más débil de todas mis hermanas, pero nunca me rendiré!

Su voz resonó en el campo de batalla, infundiendo ánimo y determinación en los corazones de sus compañeros caídos. Con un nuevo impulso de valor y con una fuerza imparable, Angeline avanzó hacia el corazón de la batalla.

Ella luchaba con ferocidad, pero cada golpe recibido parecía aumentar su sensación de desesperación. El sonido metálico de las espadas chocando llenaba el aire, mezclado con los gritos de los combatientes y el estruendo de la batalla. Un elfo se abalanzó sobre ella, pero con un movimiento rápido, Angeline bloqueó el ataque con su antebrazo, sintiendo el impacto reverberar a través de su cuerpo. Con habilidad y determinación, logró apartarse del enemigo y contraatacar, golpeando con precisión mortal en los puntos vulnerables del elfo, dejándolo inconsciente en el suelo.

Sin embargo, su victoria fue efímera, ya que otro elfo la golpeó con fuerza en el rostro, enviándola rodando por el suelo. El dolor se extendió por todo su cuerpo, y luchó por recuperar el aliento mientras intentaba ponerse de pie. Pero antes de que pudiera reaccionar, otro elfo la atacó, esta vez con una patada devastadora que la dejó jadeando de dolor en el suelo, sintiendo cómo la oscuridad amenazaba con envolverla por completo.

Entre lágrimas de frustración y desesperación, Angeline miró alrededor, buscando desesperadamente ayuda en medio del caos de la batalla, mientras se preguntaba:

—«¿Por qué?, aunque lo intente sigo siendo débil» «A este ritmo no aguantaré más… No quiero morir… Ayuda… Que alguien me ayude… Por… favor…»

Justo antes de perder la conciencia, fue entonces cuando vio a un hombre alto y musculoso, con orejas puntiagudas y una armadura reluciente, surgiendo entre la refriega. La visión de su amigo de la infancia, Eldrick, llenó su corazón de un renovado sentido de esperanza y determinación.

—¡Esta no es la Angeline que conozco! —exclamó Eldrick con voz firme, su presencia irradiando un aura de fuerza y confianza. Sus palabras resonaron en el alma de Angeline, recordándole quién era realmente y lo lejos que había llegado desde sus días de juventud.

Con una mezcla de alivio y gratitud, Angeline se levantó del suelo, decidida a demostrarle a Eldrick y a sí misma de lo que era capaz. Se unió a él en la lucha contra los elfos enloquecidos, enfrentando con coraje y determinación renovados. Juntos, para convertir la marea de la batalla a su favor.

—¡Eldrick! ¿Qué haces aquí? ¿No te encargabas de la puerta norte? —inquirió Angeline, con una mezcla de sorpresa y gratitud en su voz, al ver a su amigo en medio del caos de la batalla.

—Dejé todo en manos de mi hermano, Eldran. Ya ha despejado la puerta Sur y me ordenó venir en tu ayuda… —responde Eldrick, con una sonrisa reconfortante que refleja su determinación de apoyar a Angeline en su momento de necesidad.

Al escuchar esas palabras, Angeline sintió un brote de frustración arremolinarse en su interior como un torrente incontrolable. La sensación de debilidad la invadió, recordándole lo cerca que estuvo de sucumbir ante la embestida de los elfos enloquecidos. Guardó silencio, no por aceptación, sino porque el peso de su propia frustración amenazaba con aplastarla si intentaba darle voz.

Cada palabra de aliento, cada gesto de apoyo, era un recordatorio punzante de sus propias limitaciones, una confirmación dolorosa de su fragilidad en medio del caos de la batalla. No obstante, en el fondo de su corazón, sabía que, a pesar de su frustración, esta ayuda era su salvación, una luz en la oscuridad que la había envuelto, y por esa razón, tomó su orgullo y aceptó el respaldo que le brindaban, con la promesa silenciosa de superar su debilidad con la fuerza y la determinación que aún estallaban en su interior.

Angeline, herida por la batalla, avanza con paso tambaleante hasta posicionarse junto a Eldrick.

—¡Angeline! —exclama Eldrick, su voz resonando con fervor mientras se acerca su amiga en medio del caos de la batalla.

—¡Eldrick! —responde ella, su voz resonando con una determinación que lucha por sobreponerse al cansancio y al dolor.

 —Espero que puedas seguirme el ritmo… —dice Eldrick, sus ojos centelleando con una determinación incansable mientras observa al enemigo acercarse.

—¡Ja! Eso deberías guardártelo para ti mismo. —responde Angeline, una sonrisa cansada, pero llena de determinación jugando en sus labios, consciente de sus propias limitaciones, pero sin perder la voluntad de luchar.

Mientras tanto…

—¿A quién se le ocurre orinar en medio de un ataque? —gruñe Ked, su voz cargada de incredulidad y exasperación mientras se abren paso entre el caos de la batalla.

—Lo siento… Es que es mi primera vez en una pelea así y… las circunstancias me superaron. —responde John con un tono apenado, su voz apenas audible entre el estruendo de la lucha, mientras sigue a su amigo hacia donde se encuentra Lyria.

—¡Oye! ¿Por qué tenemos que ayudar a esa mujer malvada?

—Son órdenes del capitán de la facción del fuego, Eldran. — explica John, tratando de calmar los ánimos.

—Sigue tratándonos con desprecio, aunque nunca hicimos nada. ¿Por qué nos trata de esa manera?

—_suspiro_ Ya casi llegamos, lo averiguaremos pronto. — John suspira, intentando contener la frustración de sus compañeros mientras moderan el paso hacia su destino.

Al llegar al lugar, una escena macabra se despliega ante ellos. Los caballeros yacen esparcidos por el suelo, algunos inconscientes, otros quizás ya sin vida. El aire está cargado de un olor a sangre y a muerte que les hace retorcer el estómago. En el centro de este caos, una figura femenina arrodillada, con el rostro y el cabello empapados en sangre, se destaca entre los cuerpos inertes.

Ked, con una mezcla de repulsión y curiosidad, se acerca a la mujer y coloca su mano en su hombro, girándola para enfrentarse a ella. Lo que ve lo deja helado. Lyria, con una expresión de éxtasis macabro en su rostro, está devorando las entrañas de un elfo enloquecido. Sus risas desquiciadas resuenan en el aire, como si estuviera disfrutando de un festín exquisito.

—Esto… Esto… — murmura entre mordiscos, con una voz que suena casi delirante — ¡¡¡Esto es delicioso, demasiado delicioso!!!

La escena es tan grotesca que el joven Ked apenas puede contener las náuseas. La locura palpable en la actitud de Lyria le hace retroceder unos pasos, preguntándose qué horrores habría sucedido en el corto tiempo que había empezado la batalla.