No tenían
mucho tiempo, posiblemente unas dos o tres horas antes de que el hechizo se
rompiera, y debían darse prisa debido a que las Esfinges debían de saber que
uno de los suyos posiblemente ya se hubiese suicidado por haber perdido el
juego. La ciudad de las esfinges era algo que ella, y posiblemente Alexandros,
nunca había visto en toda su vida. Un lugar donde el futuro y el pasado
convergían en uno solo. Edificaciones egipcias con enormes carteles con luces
de Neón brillantes de distintos colores, templos griegos junto a casinos dignos
de verse en las vegas y salones de Árcade lleno de juegos de intelecto que
aquellas criaturas amaban jugar. Y a pesar de toda esas luces multicolores y
edificaciones llamativas como también luminosas, allí, en la oscuridad, se
encontraban esas criaturas observándolos con sumo interés mientras emitían
sonrisas diabólicas junto a una viscosa baba que salía de su boca porque no
veían el momento para que el hechizo desapareciera y ellas pudiesen inundarlos
con preguntas.
Una pirámide de cristal se erguía frente a ellos, en el interior de aquella pirámide se encontraban varios tubos de luz blanca que la iluminaban, repentinamente las luces comenzaron a parpadear, y cambiar de colores creando un espectáculo visual nunca antes visto para Alexandros quien lo tomó por sorpresa y lo cautivo.
- ¡No te detengas!- le ordenó Agath molesta tomando de las riendas de su camello e iniciando la huida- están intentando distraernos y hacernos perder tiempo, estas bestias están ansiosas por hacernos las veinte preguntas de nuestras vidas y no sé si podremos tener tanta suerte otra vez
- Pero no fue suerte Agath- le contestó Alexandros- tú sabías las respuestas
- Sí- asintió Agath- pero eso no significa que lo sepa todo y alguna de estas bastardas deben de saber cosas que yo desconozco y lo usaran en nuestra contra. Ahora vamos, tenemos poco tiempo y debemos huir de la ciudad ¡Ya!
Apresurando la montura, Agath junto a Alexandros continuaron su huida mientras que las enormes pantallas que colgaban en algunas de las edificaciones con aspecto egipcio comenzaban a transmitir varias imágenes coloridas como también atrayentes que Agath y Alexandros jamás habían visto. La tentación de quedarse a ver esas imágenes era imposible de vencer, por fortuna el instinto de supervivencia junto a sus años de entrenamiento le habían permitido saber cuándo distraerse y cuando no. Sin embargo, sin importar cuánto entrenamiento tuviesen, le fue imposible el no distraerse por unos minutos cuando los fuegos artificiales inundaron el cielo mostrando imágenes tan grandilocuentes como también espectaculares que los asombró a ambos. Aquellas imágenes tenían la forma de Dragones, aves e incluso un enorme campo de flores. Cuando la imagen de una vela se dibujó en el cielo nocturno fue que Agath recordó en donde estaban y al bajar la cabeza, pudo ver a varias de esas cosas saliendo de sus edificaciones mientras se acercaban a ellos cómo leones al acecho, dispuestos a hacer sus preguntas.
Su piel palideció al ver que el hechizo protector estaba comenzando a disminuir su intensidad, solo era cuestión de unos minutos para que se diluyera por completo, permitiéndole a las Esfinges retomar sus perversos juegos. Tenía que hacer algo, pero ¿Qué? No podía matarlas porque allí el hechizo se rompería de manera inmediata y tampoco podían seguir huyendo sin ser tentados a distraerse. En ese momento recordó algo que Harus, su entrenadora y matrona, le enseñó cuando era niña.
Se encontraba en un cuarto oscuro lleno de serpientes y con varias velas iluminando el pozo en el que se encontraban. En el medió había una tabla por el que ella debía pasar.
- Adelante, camina- le ordenó Harus, sin embargo Agath se negó diciendo
- No… no puedo, las Serpientes…
- ¿Acaso le temes a las Serpientes?- le preguntó Harus con un tono severo. Agath asintió y ella negó con su cabeza mientras suspiraba- llevas tantos años aquí ¿Y aun no sabes que donde pones tu atención es donde decides tu destino? Las serpientes mantienen tu atención porque es lo único que se mueve en esta habitación, pero tu objetivo no deben ser las serpientes- señalando una vela al final del pasillo, añadió- sino la vela a la que debes llegar, la vida siempre te dará distracciones Baskmeth, sin embargo es tu decisión el verlas o seguir de frente a tu objetivo
- Entiendo- tomando una parte de su vestido, lo rompió y se vendó los ojos para no ver la serpientes y caminó a ciegas por la tabla, confiando en cada paso que daba hasta llegar a la vela. Saltando de alegría gritó- ¡Mira Harus, lo conseguí!
Harus sonrió mientras asentía con la cabeza al darse cuenta de que ella sería una gran Doncella cuando creciera.
Volviendo al presente. Tomó una parte de su vestido y lo rompió, dividiéndolo en dos partes, que procedió a usar para vendar los ojos de Alexandros junto a los suyos.
- ¡Oye! ¡¿Qué haces?!- exclamó Alexandros sorprendido
- Salvar nuestras vidas, ahora escúchame bien Alexandros porque nuestras vidas dependen de esto, quiero que no te saces esta venda de los ojos hasta que yo te diga ¿Entendido?
- ¿De qué…?
- ¡Solo haz lo que te digo!- exclamó Agath molesta con Alexandros- si continuamos cabalgando con nuestros ojos al descubierto, estas hijas de puta intentarán distraernos hasta que el hechizo se termine, es nuestro único medio de escape. Ahora ¡Vamos!
Azotando con fuera las riendas de su caballo mientras sostenía las riendas del camello de Alexandros, ambos procedieron a partir mientras las Esfinges comenzaban a perseguirlas. Conduciendo a ciegas, Agath sabía que las Esfinges harían lo que fuera necesario para evitar que escapasen. Por eso decidió tomar un atajo.
Moviendo el carruaje a donde estaba uno de los casinos, Agath lo dirigió a la edificación y se adentró mientras le gritaba a Alexandros:
- ¡Sostente fuerte!
- ¡AGATH, NOOOOO!- gritaba Alexandros aterrado mientras se abrazaba del cuello del camello
El carro junto al camello rompieron la puerta de entrada y recorrieron todo el pasillo, rompiendo algunas maquinas de Arcade, hasta llegar a la salida del edificio y continuar camino a donde el desierto comenzaba. El carro dio un salto en la elevación de la duna y aterrizó de pie continuando camino. Ambos lograron escapar mientras las Esfinges los veían alejarse y largaban unos espantosos rugidos mitad humano, mitad león.
Ambos continuaron huyendo en mitad del oscuro desierto dejando atrás a la ciudad de las Esfinges.
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