—¿Quién eres? —pregunta Ked, su sorpresa palpable en cada palabra.
Lyria suelta una risa aguda y despectiva. —¿No me recuerdas? —su voz, tintada de amargura, retumba en el aire.
—¿Aún sigues siendo Lyria? —inquiere el joven, con una mezcla de incredulidad y resignación en su tono.
—Oh, parece que aún hay algo de memoria en esa cabeza hueca tuya… —responde ella, con una mueca de desdén. —¿Vinieron a morir como los sucios humanos que son?
—¿Morir? —John interviene, su voz cargada de desconcierto.
Ked, en cambio, se siente abrumado por una oleada de repugnancia al contemplar la escena. —¿Por qué estabas alimentándote de esa persona? —su pregunta, aunque llena de asco, busca comprender.
—Es solo comida para mí… —masculla Lyria, con un tono gélido que hiela el aire a su alrededor.
—¡Eres un caballero, se supone que tu deber es salvar a las personas! —John estalla, su incredulidad transformada en indignación. Sus palabras resuenan en el aire, cargadas de la moral y el honor que los caballeros representan para el joven, ya que su hermana era miembro de los caballeros, él mantenía mucho orgullo y respeto hacia los mismos.
Lyria inclina la cabeza con desdén, sus ojos centelleando con un brillo de amargura mientras susurra: —Te sorprendería saber lo que hacen los caballeros en la oscuridad. —Cada palabra cae como una sombra, cargada de secretos oscuros que se retuercen en el aire, envueltos en un misterio palpable que se desliza entre las grietas de la justicia.
—¿Estás mal de la cabeza o qué? —Ked interviene, su voz cargada de preocupación y confusión. Sus palabras reflejan la confusión y el desconcierto ante la revelación de la verdad oculta detrás de la fachada de nobleza, ya que era un príncipe y nunca vio tal cosa.
John, sintiendo una mezcla de indignación y asombro, toma un momento para recobrar la compostura antes de responder.
—Entonces, ¿este es el verdadero rostro de la justicia? ¡Retráctate! —dice con una voz que fluctúa entre la incredulidad y la decepción. Sus palabras son un eco de la esperanza que alguna vez depositó en la institución de los caballeros, ahora corrompida por la oscuridad que acecha en su interior.
—Ya estoy harta de escuchar palabrerías. Ahora los mataré y así serán los primeros humanos en mi lista antes de ir por cada persona de este lugar. —anuncia Lyria con una frialdad que corta como un filo de hielo.
—¡Oye! ¿Te volviste loca? ¡Los elfos que conozco jamás actuarían así! —Ked interviene, su voz mezclada con un toque de desesperación.
Lyria dice con un tono de voz que apenas logra contener la tormenta de emociones que la embarga. Mientras deja escapar un suspiro cansado, sus palabras resonando con el peso de los años que ha soportado. —He pasado 75 años de mi vida. ¡75! —Su voz lleva el eco de incontables horas de entrenamiento y la desesperanza de una búsqueda sin fin por la aprobación de su maestro. Cuando su mirada se pierde en la distancia, parece como si estuviera buscando respuestas en las estrellas mismas, en un intento desesperado por encontrar un propósito en medio del vacío del universo.
—Pero un día, todo cambió —continúa con un dejo de desesperanza en su voz. Sus palabras resuenan con la pesadez de una vida marcada por la injusticia. —Dos humanos, insignificantes en comparación con mi dedicación y lealtad, irrumpieron en mi camino. Un príncipe de cuarta categoría, perdido en su propia arrogancia, y un campesino sin rumbo, atormentado por los fantasmas de su pasado. ¡Realmente patético!
En cada palabra se puede sentir la amargura de una vida dedicada a un ideal que ahora parece vacío y sin sentido. Su voz, cargada de desilusión, revela el peso de la injusticia que ha marcado su existencia. Para ella, los jóvenes que ahora cruzan su camino son solo sombras insignificantes, incapaces de comprender el verdadero valor del esfuerzo y la dedicación.
Sus palabras cortan el aire como cuchillas afiladas, su tono cargado de desprecio y desdén. El entorno parece vibrar con la tensión que emana de cada sílaba que pronuncia.
Ked, sintiendo la rabia arder en su pecho, avanza con determinación hacia ella, cada paso resonando en el suelo con una determinación palpable.
—De mí puedes decir lo que quieras, Lyria. No me importa tu opinión —sus palabras retumban en el espacio, impregnadas de una firmeza que apenas logra disimular el creciente torrente de indignación que bulle en su interior. —Pero si no tienes la empatía suficiente para respetar a John, más te vale mantener tus palabras en silencio.
Lyria frunce el ceño con ferocidad, sus ojos destellando con una mezcla de furia y desprecio.
—Tsk, ¡Cállate! ¿Qué derecho tienes tú de cuestionarme? No necesito escuchar sermoneos de un insignificante humano como tú.
El campo de batalla se estremece bajo la intensa energía que emana de los tres guerreros. El suelo tiembla con cada paso que dan, y los árboles cercanos parecen inclinarse hacia ellos, como si estuvieran a punto de participar en la lucha.
Ked levanta su espada con firmeza, el brillo del acero reflejando la intensidad de sus emociones. El aire se carga con electricidad, presagiando el enfrentamiento inminente entre ambos contendientes.
La tensión en el aire se vuelve palpable cuando Lyria desenfunda su espada con un movimiento fluido y mortal. Sus ojos brillan con determinación mientras se abalanza hacia Ked, dispuesta a desatar su furia. Pero el joven caballero no se quedó atrás. Con reflejos sobrehumanos, intercepta el letal avance de Lyria, chocando sus espadas en un choque de destrezas y voluntades.
—¡Sabes que tengo razón! —grita Ked, canalizando su indignación en cada movimiento de su espada, buscando una apertura en la defensa de su oponente.
Lyria, sin embargo, no es una rival fácil de derrotar. Con un giro ágil, logra desarmar momentáneamente a Ked, dejándolo vulnerable ante su siguiente ataque. Pero antes de que pueda consumar su golpe, una figura irrumpe en la escena con la fuerza de un huracán. Es John, quien, con una habilidad asombrosa, desvía el golpe de Lyria y la envía tambaleándose con una patada certera al rostro.
El breve respiro que les concede esta intervención les permite evaluar la situación con mayor claridad. Ked, jadeante, pero determinado, se aparta prudentemente de Lyria, preparado para cualquier eventualidad.
—Está claro que no es una elfa enloquecida, entonces ¿Qué es o qué le pasa? —interroga Ked, su mirada fija en la figura ahora tambaleante de Lyria, buscando comprender el origen de su furia desatada.
John asiente en acuerdo, su expresión tensa revelando el temor que se agita en lo más profundo de su ser. —No lo sé, pero tenemos que cuidarnos. Es fuerte —responde, sus palabras cargadas de una gravedad que refleja la seriedad del momento.
Ked, sin decir palabras, se lanza al ataque, dejando en segundo plano a John, ya que no podía permitirse ayuda en esta batalla de convicciones.
La batalla alcanza su punto álgido cuando, se lanza audazmente hacia ella, su espada reluciendo bajo la luz del sol. Sus movimientos son precisos y decididos, cada golpe lleva consigo la fuerza de su determinación.
Cada movimiento de Lyria es una danza mortal, sus movimientos fluidos y elegantes como los de un felino en la caza. Esquiva los ataques de sus oponentes con una gracia sobrenatural, sus ojos brillando con determinación mientras se mueve con una velocidad casi imposible de seguir.
Con un giro experto de su espada, Lyria desvía el golpe de Ked, aprovechando el impulso para contraatacar con una rapidez impactante. El filo de su espada encuentra su objetivo en el abdomen del joven, dejando una leve marca sangrante en su piel.
Sin embargo, él no se rinde tan fácilmente. Con una determinación renovada, canaliza su energía en un hechizo ancestral, pronunciando palabras en elfico antiguo, fortaleciendo sus palmas hasta el punto de resistir el impacto de la espada de su oponente, doblando su arma con un poder impresionante.
La ira arde en los ojos de Lyria al presenciar el uso del lenguaje elfico antiguo, profanando los principios de sus ancestros. Agarrando otra espada de los caballeros abatidos y con rapidez, intenta reanudar la lucha, pero se encuentra una vez más enfrentada al mismo destino: la inutilidad de su arma ante la habilidad mística de su oponente.
—Puedo hacer esto todo el día —declara Ked, mintiendo, pero con su voz, resonando con confianza mientras sostiene la mirada desafiante de su enemiga.
La mujer gruñe con frustración ante la futilidad de sus esfuerzos, pero su determinación sigue ardiendo con una intensidad desmedida.
Ella, con la experiencia acumulada a lo largo de los años, aprovecha cada oportunidad para desviar los golpes del joven y contraatacar con una precisión impecable. Cada movimiento suyo es fluido y letal, mientras que Ked lucha por mantenerse a la par con su oponente, su determinación es la única fuerza que lo sostiene en la batalla.
Con cada intercambio de golpes, la energía en el aire se espesa, cargada con la tensión de la lucha entre dos fuerzas opuestas. El choque de las espadas resuena en el campo de batalla, acompañado por el crujir de la tierra bajo sus pies.
Lyria, con un giro ágil de su espada, desarma a Ked una vez más, dejándolo momentáneamente vulnerable ante su poder. Sin embargo, justo cuando parece que la victoria está al alcance de Lyria, un grito resonante corta el aire.
—¡Lyria!
La voz de John irrumpe en la batalla, su presencia imponente infundiendo nueva vida en Ked. Con un destello de determinación en sus ojos, John se une a la lucha, su espada desenvainada y lista para el combate.
Lyria, quien había olvidado al segundo joven, se sorprende por la llegada de John, se ve momentáneamente desconcertada, permitiendo a Ked aprovechar la oportunidad para lanzar un ataque sorpresa. Con un grito de guerra, Ked embiste hacia adelante, su espada, cortando el aire con ferocidad.
La batalla alcanza un nuevo nivel de intensidad con la entrada de John, cada golpe y parada, llevando consigo el peso de la determinación y el compañerismo. Juntos, luchan contra Lyria, cada uno complementando las habilidades del otro en un baile caótico de acero y hechicería.
Con un brillo desafiante en sus ojos, Lyria se abalanza hacia adelante con gracia felina, su espada cortando el aire con un silbido amenazante. Los jóvenes, parados firmes en su posición, se preparan para el enfrentamiento, con los músculos tensos y los sentidos alerta.
El choque de acero resuena en el aire cuando las espadas de los tres guerreros se encuentran en un estallido de chispas. Los movimientos son rápidos y frenéticos, cada uno luchando por ganar la ventaja sobre los demás. Lyria se mueve con una agilidad asombrosa, esquivando los golpes de ambos jóvenes con movimientos fluidos y elegantes.
Ked, con los dientes apretados de determinación, contraataca con ferocidad, su espada trazando arcos mortales en el aire mientras busca un punto débil en la defensa de su enemiga. Pero ella es una maestra en el arte de la espada, y cada golpe del joven es repelido con gracia y facilidad.
El sudor empapa sus frentes mientras el calor de la batalla los envuelve, y el sonido de sus espadas chocando llena el aire. Cada respiración es un esfuerzo, cada paso un acto de resistencia contra la fuerza abrumadora de su enemiga.
Pero a pesar de su valentía, Ked y John eventualmente comienzan a ceder ante el implacable asalto de Lyria. Sus movimientos se vuelven más lentos, sus defensas más débiles, y la oscuridad parece acechar en cada esquina de sus mentes fatigadas, mientras su enemiga avanza y retrocede con gracia mortal, su espada, una extensión de su propia voluntad.
Finalmente, en un momento de desesperación, Lyria encuentra una apertura en la defensa de Ked y lo desarma con un corte certero. El sonido del metal al chocar contra el suelo parece resonar en el aire, marcando un cambio irrevocable en el curso de la batalla. Ked, yacía en el suelo con un corte en el pecho, pero aun en su rostro se podía ver su rabia al notar el nivel de fuerza de su oponente.
John, viendo a su amigo caído, grita de furia y se lanza hacia adelante con un grito de guerra. Sus movimientos son desesperados, pero decididos, su espada cortando el aire con un resplandor mortal mientras recuerdos de su hermana siendo derrotada lo inundan.
Con un último esfuerzo, Lyria desarma a John con un golpe magistral, enviando su espada a volar por los aires. El joven guerrero cae de rodillas, jadeando y con el corazón lleno de desesperación, pero Lyria no busca acabar con su vida. En cambio, se queda de pie ante él, su espada aún en alto, una mirada de triunfo en sus ojos mientras contempla a sus oponentes derrotados.
Lyria se acerca lentamente a John, con la intención de acabar con él de una vez por todas. Pero antes de que pueda llevar a cabo su oscuro propósito, John, se pone de pie, con la mirada llena de determinación y con las últimas de sus fuerzas, dice:
—Tenías razón, ¿sabes? —dice John, su voz resonando con una calma inusual en medio del caos—. Tenías razón cuando dijiste que aún no superaba mi pasado; es muy difícil. Me has abierto los ojos y te agradezco por ello. Pero tú estás igual, no puedes olvidar el rencor hacia los humanos y lo entiendo perfectamente. Sin embargo, yo no tengo nada que ver con lo que hicieron mis antepasados hace más de medio siglo.
Lyria lo mira con sorpresa, sus ojos reflejando una mezcla de emociones. Por un momento, parece titubear en su resolución de acabar con ellos, pero la sombra del odio aún arde en su interior.
—No puedes entender lo que hemos pasado, lo que hemos perdido a manos de los humanos —responde Lyria con voz temblorosa, llena de dolor y amargura.
John se acerca un paso más, su mirada, encontrando la de Lyria con compasión.
—Quizás no pueda entenderlo completamente, pero puedo empatizar. Todos hemos sufrido pérdidas, todos hemos sido heridos, en el poco tiempo que conozco como realmente es este mundo puedo entender lo injusto que es. Pero aferrarnos al pasado solo nos consume, nos impide encontrar la paz. ¿Realmente quieres que el ciclo de odio y venganza continúe por toda la eternidad?
Lyria vacila, sus manos temblando con la tensión interna. Por un instante, parece luchar consigo misma, debatiéndose entre la oscuridad y la luz. Finalmente, baja su espada y da un paso atrás, su rostro, reflejando una mezcla de resignación y aceptación.
—No ganaré nada matándolos aquí. —murmura Lyria, sus palabras apenas audibles sobre el estruendo de la batalla.
Con la espada en alto y su mirada llena de furia, Lyria se debate en su interior. Por un lado, el odio arraigado durante años hacia los humanos la impulsa a acabar con Ked y John, a hacerles pagar por los pecados de su raza. Pero en lo más profundo de su ser, una pequeña chispa de humanidad aún lucha por abrirse paso, recordándole quién solía ser antes de que la oscuridad la consumiera por completo.
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