Justo cuando está a punto de tomar una decisión, una figura emerge de entre las sombras que aún persisten en el campo de batalla. Un hombre vestido con ropas oscuras, cabellos blancos como la nieve y orejas puntiagudas de elfo se materializa frente a ellos. Su presencia irradia una extraña sensación de misticismo y poder.
—Tranquilos… No sean tan malos con ella —dice el misterioso hombre con una voz risueña, suave, pero llena de autoridad—. Solamente quería hacerse fuerte y coincidió con que estaba por aquí tratando de destruir este reino.
Sus palabras, aunque pronunciadas con calma, resuenan en el aire con un aura misteriosa y ominosa. Sin embargo, en lugar de calmar los ánimos, provocan una reacción inesperada en Lyria. Un escalofrío recorre su espina dorsal mientras una oscuridad aún más profunda se apodera de su corazón. Un odio ardiente y despiadado fluye a través de ella, consumiéndola por completo.
Con los ojos llenos de una determinación despiadada, Lyria levanta su espada una vez más, su rostro contorsionado por una mezcla de rabia y malicia.
—¡Es hora de que paguen por su insolencia! —exclama Lyria con una voz que parece resonar desde las profundidades del abismo.
Ked y John retroceden ante la súbita transformación de Lyria, sorprendidos y horrorizados por la ferocidad que ahora emana de ella. La presencia del misterioso hombre ha desatado algo oscuro y maligno dentro de ella, algo que amenaza con devorarla por completo.
De pronto un susurro se desliza en el viento, apenas perceptible al principio.
—Te has vuelto fuerte, ¿eh?
La voz resuena en el campo de batalla, una melodía familiar pero cargada de decepción. Lyria se estremece al reconocerla y voltea para encontrarse con la figura maltrecha, herida, de su capitán, Eldran, avanzando hacia ella con paso lento pero decidido.
—¿Acaso te comió la lengua el gato? —escupe Eldran, su tono lleno de amargura y desilusión.
Lyria aprieta los dientes, su corazón apretado por un nudo de pesar y arrepentimiento.
—Cállate —murmura ella, sus palabras apenas audibles pero cargadas de dolor.
Eldran deja escapar un suspiro, su mirada reflejando el peso de una traición.
—Eras el caballero que destacaba sobre los demás, el caballero en quien confiaba mi vida. Pero me decepcionaste —continúa, su voz, un eco de lo que solía ser—. Decidiste convertirte en uno de ellos a cambio de poder, y mírate, ni siquiera pudiste hacerlo correctamente.
Estas palabras golpean a Lyria como un látigo, su impacto cortante y doloroso.
—No puedes decirme eso —responde ella, luchando contra las lágrimas que amenazan con desbordarse—. Yo era nada importante frente a tus ojos.
—Día 13 del 3.º trimestre, día en el que dos humanos partirán a sus hogares y día en el que la caballera Lyria Elainshelm se convertiría en discípula del Gran Anciano. ¿Sabes lo que me costó convencer al rey y más aún al anciano? —dice Eldran mientras intenta recuperarse.
—¡No mienta! Tú nunca pensaste en mí, siempre creíste que cualquier persona es mejor que yo —grita desesperada.
El aire se carga con una mucha tensión cuando, de repente, una presencia majestuosa desciende del cielo con una autoridad que hace temblar el suelo bajo sus pies. Es el Rey, su presencia imponente como un faro en la oscuridad.
—El amigo de aquí puede confirmarlo —anuncia Eldran, señalando al Rey con gesto solemne y amistoso.
El Rey asiente con solemnidad, su rostro endurecido por la decepción y la ira apenas contenida.
—Sí, también planeaba colocarte como capitán en alguna brigada. Pero todo esto era un secreto a voces —añade, su voz cargada de una pesada tristeza.
Las palabras del Rey caen como un golpe para Lyria, su mundo se tambalea mientras se arrodilla en el suelo, abrumada por el peso de su propia traición.
—Esto no puede ser cierto —susurra ella, su voz, apenas un susurro que se pierde en el viento.
Lyria luchaba consigo misma, sintiendo cómo la sed de venganza chocaba con la humanidad que aún latía en su interior. A pesar del odio, una pequeña voz le recordaba quién solía ser y qué es lo correcto.
Recordaba los días felices de su juventud, cuando soñaba con ser una gran caballera y servir a su reino con honor. Pero ahora, todo eso parecía un recuerdo lejano, ahogado por el odio y la amargura que la consumían. ¿Era demasiado tarde para volver atrás? Se preguntaba, mientras sus manos temblaban con la espada lista para infligir más dolor y sufrimiento, mientras luchaba nuevamente con la nueva ira implantada por el desconocido.
Eldran se acerca a ella, su expresión un torbellino de emociones encontradas.
—Jamás imaginé que una persona a quien valoraba tanto utilizaría este tipo de método tan despreciable. No solo me decepcionas a mí, sino a toda la raza Élfica —declara con su voz llena de una mezcla de amenaza y tristeza.
Lyria se tambalea bajo el peso de sus propias lágrimas, sus ojos llenos de pesar mientras miran a los jóvenes con una mezcla de desesperación y arrepentimiento.
El susurro del viento se corta abruptamente cuando la voz desconocida se hace eco en el campo de batalla nuevamente, envolviendo a los nuevos presentes en un aura de sorpresa y desconcierto.
—Ya, ya… No la culpen tanto, después de todo fui yo quien la hostigó hasta el final, je, je, je. —pronuncia el desconocido con una voz despreocupada, con mucha arrogancia.
—¿Quién eres? —inquirió el rey, su voz resonando con una autoridad inquebrantable, mientras desenfundaba su espada, preparado para enfrentar cualquier amenaza.
El hombre misterioso emergió de entre las sombras con una sonrisa diabólica, su presencia desconcertante como una sombra en la luz del día.
—¿Kendrick, ya no recuerdas quién soy? —susurró con desdén. El rey frunció el ceño, escrutando el rostro del hombre frente a él en busca de algún indicio de reconocimiento. —No, nunca te he visto antes. ¿Quién eres? —respondió con cautela, preparándose para cualquier eventualidad.
—¿No recuerdas a aquel niño que asesinaste? ¿Aquel niño que casualmente era tu hermano? —sus palabras caían como piedras, cada una cargada de un odio ancestral.
El rey, sorprendido y desconcertado, apenas podía articular una respuesta mientras la figura desconocida se materializaba frente a él.
—¿Hermano? ¿Eres tú, Edward? —el asombro se reflejaba en los ojos del rey, mezclado con una pizca de incredulidad.
El hombre, con una sonrisa sardónica, se burlaba de la sorpresa del rey.
—Sabías que algún día vendría a cobrar venganza, entonces ¿Por qué te sorprendes tanto?
Las palabras del hombre resonaban con una intensidad que helaba la sangre en las venas del rey.
—Pero estabas muerto, yo te maté… —la voz del rey temblaba ligeramente, una mezcla de miedo y desafío en sus palabras.
El hombre, sin inmutarse, recordaba los eventos pasados con una claridad escalofriante.
—Veo que el trono era demasiado importante para ti, ¿no?
El rey apretó los puños, la ira creciendo dentro de él como una tormenta furiosa.
—¡Sabes muy bien que tú no eras apto para ser rey! ¡No tenía opción, hice lo mejor para el reino!
—… Cállate. No quiero escuchar excusas estúpidas. ¡También asesinaste a Iris! Ella no tenía nada que ver… —grita iracundamente el hombre mientras recuerda su pasado con “Iris”, quien era su mejor amiga, y también su futura esposa.
El hombre, con una mirada llena de desprecio, se volvió hacia Lyria, cuyo rostro mostraba signos de perder toda ganas de vivir.
—¡Ven! Acabaremos con este reino de una vez.
Al terminar de decir esas palabras, el rostro de Lyria comienza a envejecer poco a poco.
—¡¡¡Bastardo, este no era el trato!!! —grita la mujer agonizante mientras cae lentamente sin fuerzas, como si todas sus energías fueran drenadas.
—¿No crees qué la vida es un poco injusta para algunas personas? —dice el hombre, drenando toda energía proveniente de Lyria, con una sonrisa placentera mientras sus fuerzas aumentaban.
Las palabras del hombre resonaron en la mente de John como un eco lejano. Recordó haber escuchado palabras similares antes de caer inconsciente durante el brutal ataque a su aldea. Sin embargo, en ese momento, su significado parecía desvanecerse entre los acontecimientos vertiginosos que se desarrollaban a su alrededor.
En el momento crítico en que Lyria estaba al borde de perder la vida, Aldarion, quien regresaba de su misión en los otros reinos, se encontró con la escena dantesca. Su expresión de desesperación y angustia era totalmente inusual, ya que normalmente su temperamento era calmado y sereno.
Pronunciando palabras antiguas y misteriosas, inaudibles para los oídos, Aldarion desató su magia con maestría. Con un gesto de su mano, una barrera protectora se erigió alrededor de Lyria, suspendiendo el tiempo dentro de esa burbuja etérea. Con una destreza sin igual, cortó fácil y hábilmente el hechizo del desconocido, que amenazaba con arrebatar el alma de la mujer.
—¡¿Qué demonios hiciste?! —rugió Aldarion, su voz resonando con una furia que rara vez se veía en él. Sus ojos, ahora centellas de poder, irradiaban una intensidad abrasadora—. ¡Drenaste su alma! ¡Devuélvela ahora mismo!
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