Mientras Aldarion, furioso, mantenía a Lyria dentro de su burbuja temporal, una creación de magia antigua que detenía el tiempo físico de las personas a su alrededor, desplegaba también, con su increíble talento, un complejo encantamiento mágico. Con gestos precisos y palabras ancestrales, canalizaba energía para restaurar las fuerzas de los jóvenes que habían luchado contra ella.
Mientras el tiempo parecía detenerse a su alrededor, Lyria se encontraba atrapada en un remolino de pensamientos tumultuosos. ¿Era este el final para ella? La realidad distorsionada por la magia ancestral le recordaba cruelmente todas las oportunidades perdidas y los sueños no cumplidos.
No podía evitar preguntarse si alguna vez podría mirar al hombre que amaba a los ojos y decirle lo que sentía, o si su confesión quedaría atrapada en las sombras del tiempo para siempre. Cada latido de su corazón era un recordatorio punzante de las decisiones que tomó, de las palabras que no dijo. Era consciente de que sus acciones la habían llevado hasta ese momento de desesperación y resignación.
¿Era ese el precio que debía pagar por sus errores?
El arrepentimiento la consumía mientras se enfrentaba a la posibilidad de un futuro sin esperanza, un futuro donde sus palabras quedarían atrapadas en la eternidad y sus sentimientos se desvanecerían en la oscuridad. Se sentía patética, lo sabía, por permitir que el miedo y la indecisión dictaran su destino. Pero incluso en medio de esa oscuridad, una pequeña llama de esperanza se encendía en su corazón, una plegaria silenciosa que enviaba al viento del destino: que aquellos a quienes amaba encontraran la fuerza para seguir adelante, incluso si ella ya no estaba.
—¡¡¡LYRIAAAA!!!
El grito desgarrador de Eldrick resonó en el aire, una nota de dolor que cortaba como un cuchillo afilado. Con el rostro lleno de tristeza, se lanzó hacia Edward, su espada desenfundada y su determinación ardiendo como una llama feroz. La tierra temblaba bajo sus pies mientras concentraba toda su fuerza y enojo en el filo de su espada. Con un movimiento rápido y decidido, descendió con toda su fuerza sobre su enemigo, el aire vibrando con la promesa de venganza.
Pero el hombre, un espectro de oscuridad y poder, fue más rápido. Con una agilidad sobrenatural, esquivó el golpe de la espada y, con una fuerza descomunal, arremetió contra Eldrick. Un golpe brutal hizo temblar su cuerpo, un rugido de dolor escapó de sus labios mientras era lanzado por los aires, su figura pequeña y vulnerable contra el horizonte implacable. Los muros invisibles del tiempo parecían estremecerse ante el impacto, como si el universo mismo lamentara el destino de aquel valiente joven.
El enfrentamiento era desigual, no solo por la habilidad innata del enemigo, sino también por un oscuro secreto que lo alimentaba. Con una habilidad extraña, anteriormente el hombre había absorbido las fuerzas vitales de Lyria, convirtiéndose en un ser formidable y aterrador. Cada golpe que lanzaba resonaba con la energía de la joven guerrera.
—¡¡Eldriick!! —rugió Eldran, su voz cargada de ira mientras se abalanzaba hacia el enemigo.
—Es inútil. Nadie aquí puede hacerme daño. —respondió el hombre con una sonrisa egocéntrica, su mirada llena de arrogancia y poder desmedido.
Eldran avanzó con determinación, su espada en alto, pero el hombre lo recibió con una calma que desafiaba cualquier intento de confrontación. Con un gesto despectivo, el hombre desató una ráfaga de energía que hizo estallar la espada de Eldran en fragmentos brillantes, como estrellas fugaces dispersas en la noche.
La batalla se convirtió en una danza de fuerza y destreza, cada movimiento una sinfonía de violencia y dominio. Eldran luchaba con todas sus fuerzas, cada golpe un intento desesperado de vengar a su hermano caído. Pero el hombre era un maestro en el arte de la guerra, cada gesto impregnado de una fuerza sobrenatural alimentada por la energía vital que había absorbido de Lyria.
Con un movimiento rápido como el rayo, el hombre agarró a Eldran por el cuello, su mano como una garra de hierro que aprisionaba la vida misma. Con un giro violento, lanzó a Eldran a través de las paredes de las casas circundantes, el sonido de la destrucción acompañando su caída como un eco siniestro de su derrota.
—¿Lo ven? —proclamó el hombre, su voz resonando con una seguridad que desafiaba toda resistencia.
Los jóvenes, aun sintiendo el eco de la energía curativa de Aldarion recorriendo sus cuerpos, se volvieron hacia el rey con una mezcla de confusión y desesperación. Su majestad permanecía estático, con una expresión de vacío en sus ojos que reflejaba la profundidad de su shock. Parecía incapaz de reaccionar, como si estuviera atrapado en un torbellino de pensamientos tumultuosos.
—Oh, ya entiendo… —murmuró John mientras intercambiaba una mirada significativa con Ked, ambos comprendiendo la gravedad de la situación.
—Los niños no deben meter sus narices en donde no les incumbe, ¿o es quieren terminar como ellos? —gruñe Edward.
—Los adultos siempre nos dicen que no nos inmiscuyamos en sus asuntos —comenzó Ked con un tono impregnado de determinación—, pero parece que somos los únicos aquí que pueden hacer algo al respecto. Si no te enfrentamos, nadie lo hará —agregó, su voz resonando con una mezcla de incredulidad y valentía mientras observaba al rey en busca de alguna señal de liderazgo.
Edward, el hombre misterioso que se enfrentaba a ellos, los observó con desdén, su
arrogancia apenas disimulada tras una sonrisa burlona.
—Les dije que no se metan en esto, es mi último aviso. —dijo el hombre.
John no vaciló, manteniendo su mirada firme.
—Si no deseas que lo haga, devuelve lo que robaste de nuestra amiga —exigió, refiriéndose a Lyria con un toque de tristeza y determinación.
Dentro de la burbuja temporal creada por Aldarion, Lyria se encontraba inmovilizada, pero su mente seguía lúcida, observando la escena que se desarrollaba frente a sus ojos con una mezcla de angustia y resignación. Aunque sabía que su destino pendía de un hilo y que las consecuencias de sus acciones podrían ser irreversibles, Lyria no podía evitar sentir un atisbo de gratitud y sorpresa al escuchar las palabras de John.
“Si quieres que lo haga, devuelve la vida de nuestra amiga”, esas simples palabras de John resonaron en su mente, un recordatorio doloroso de los errores que había cometido y las vidas que había afectado.
A pesar de todo lo que había sucedido, los jóvenes la consideraban como su amiga. Aquella simple muestra de compasión y solidaridad en medio del caos la conmovió profundamente, haciendo que un destello de esperanza brillara en su corazón.
Mientras tanto, el hombre misterioso lanzaba su hechizo contra el rey [Atadura demoledora], una versión potenciada y retorcida de la habilidad de atadura que Eldran solía emplear.
—Aunque no reacciones, es mejor prevenir que lamentar —las palabras del hombre resonaron con una frialdad implacable. En medio del silencio que siguió, los jóvenes intercambiaron miradas de determinación, preparándose para el próximo asalto.
Ked se lanzó con determinación hacia el hombre misterioso, en medio del frenesí de la batalla, su espada empuñada con firmeza y su mirada fija en su objetivo. Con un golpe horizontal, intentó alcanzar al enemigo, pero este ágilmente se apartó, dejando a Ked momentáneamente expuesto. Sin embargo, el joven John, aprovechando la distracción, se lanzó hacia adelante con un movimiento rápido, extendiendo sus palmas hacia el rostro del hombre, en un intento desesperado por detenerlo.
Aunque el hombre logró esquivar las palmas de John con agilidad, no anticipó el ataque de Ked, quien desde atrás lanzó una potente patada a la rodilla del enemigo. El impacto hizo tambalear al hombre, dándoles una breve oportunidad para continuar el asalto. Ked, aprovechando la apertura, realizó otro veloz ataque con su espada, logrando rozar el cuello del hombre.
—Ustedes dos, los mataré —declaró el hombre con una mezcla de furia y desprecio, mientras acariciaba el ligero corte en su cuello con una sonrisa siniestra.
Sin embargo, su confianza no disminuyó, y con un movimiento rápido, contrarrestó el ataque de Ked con un golpe devastador en el estómago, haciendo que el joven escupiera sangre y perdiera el aliento. Mientras tanto, John, quien se había preparado para un ataque coordinado, recibió un golpe directo del hombre, siendo arrojado varios metros hacia atrás.
El aire se llenó con los gemidos de dolor de Ked y John, quienes luchaban por mantenerse en pie después de los implacables golpes del enemigo. La frustración y la impotencia se reflejaban en los rostros de los jóvenes mientras se enfrentaban a un enemigo claramente superior en fuerza y habilidad. A pesar de sus esfuerzos, sabían que no podrían resistir muchos más golpes, y la sensación de desesperación los envolvía mientras el rey, paralizado por el shock, observaba impotente desde la distancia.
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