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Singularidades

Ramales (Parte 2 de 2)

Ramales (Parte 2 de 2)

May 12, 2024

Cuando Jaslynn Alpha-Blanco-Jemet finalizó su sesión de compras aún era temprano. Tenía tiempo de sobra para ir a una peluquería a que le arreglasen un poco su largo cabello. Últimamente lo había descuidado bastante. Con ello, podría dar por concluida una jornada muy productiva. Jaslynn Alpha-Blanco-Sisu prefirió ocupar el rato que quedaba hasta que cerrasen los comercios en buscar un regalo para su hermano menor, el cual cumplía años en un par de semanas.

Al llegar a su casa después de la mala experiencia con Matteos, Jaslynn Prima-Ichi-Vier no estaba de humor para ponerse a preparar la cena. Así que cogió el teléfono y llamó a un local de comida rápida para encargar una pizza. Justo cuando Jaslynn Prima-Ichi-Sewe estaba a punto de llamar al restaurante, cambió de idea y marcó el número de su mejor amiga. Tenía que desahogarse contándole sus penas a alguien que la pudiera animar y aconsejar. Además, salir a cenar en compañía resultaba mucho más atractivo que quedarse sola en su piso viendo lo que echasen por la televisión.

Nada más abandonar el auditorio, Jaslynn Aleph-1-Aquila encendió su teléfono móvil y se sobresaltó al ver que tenía varias llamadas perdidas de su padre. Enseguida se puso en contacto con él. Con la voz entrecortada, éste le pidió que viniese cuanto antes al hospital, pues su madre había sufrido un infarto. En una realidad alternativa, las notificaciones que Jaslynn Aleph-1-Lynx había recibido en su móvil eran mucho más agradables: su grupo de amigos había decidido salir de fiesta y le decían dónde se podía reunir con ellos.

De la que volvía de su paseo por el parque, Jaslynn Uno-B-Echo optó por seguir una ruta más larga que la que solía recorrer para regresar a su piso. Este rodeo la condujo por un sector de la ciudad con calles más estrechas de lo normal. Al doblar una esquina, oyó el ruido que la avisaba del peligro inminente pero no tuvo tiempo de apartarse antes de que el coche impactase contra ella.



El tremendo grito de dolor se oyó con perfecta claridad en la sala de control.

A continuación, todas las pantallas se oscurecieron y los monitores que vigilaban la salud de Jaslynn empezaron a emitir molestos pitidos de alarma, cada vez más frecuentes. Los gráficos reflejaban que estaba sufriendo una taquicardia e hiperventilando. El electroencefalograma parecía haberse vuelto loco.

—¿Qué está ocurriendo? —preguntó uno de los observadores.

—¡Sacadla de ahí ahora mismo! —gritó Kami, perdiendo por completo su habitual compostura. Le daba igual. No merecía la pena tratar de aparentar que la situación estaba controlada. La prueba había sido un desastre y los testigos lo estaban presenciando todo. El futuro del proyecto estaba más que comprometido. O, mejor dicho, el proyecto ya no tenía futuro. Así que, en tal situación, lo único que importaba era actuar con rapidez y eficacia. Por el bien de Jaslynn.

Mientras Olver introducía en el ordenador las instrucciones para poner fin al experimento, dos de los tres técnicos restantes se levantaron rápidamente de sus asientos y corrieron hacia la puerta que conectaba con la otra sala. El otro abrió un canal de comunicación con el centro de salud del laboratorio para avisar de lo que acababa de acontecer y pedir que se enviara asistencia médica.

A través del ventanal, Kami vio cómo los dos operarios se acercaban a la esfera metálica y toqueteaban una terminal que sobresalía ligeramente de su superficie. Varias fisuras se hicieron evidentes en la estructura, delimitando un conjunto de láminas irregulares. Acto seguido las láminas se abrieron como si fueran los pétalos de una flor y el interior de la esfera quedó a la vista.

El cuerpo de Jaslynn reposaba inmóvil sobre un sillón acolchado que recordaba a los usados en clínicas dentales. Unas cintas negras la mantenían sujeta al respaldo y a los reposabrazos. Iba vestida con un mono grisáceo y su cabeza estaba cubierta por completo por un casco que no dejaba ver su rostro. Tanto del traje como del casco brotaban numerosos cables que se conectaban con la superficie interior de la esfera.

Bajo la atenta mirada de Kami, uno de los técnicos comenzó a retirar los cables del mono mientras el otro se ocupaba del casco.

—¿Tendría alguien la decencia de explicarnos que está sucediendo? —insistió una vez más con manifiesta indignación el observador cuya anterior pregunta había sido ignorada.

—Tenemos que llevar de inmediato a la chica al centro médico —respondió Olver, sin apenas apartar la vista del panel de control—. En esta sala no contamos con los medios para tratar este tipo de daños.

—¿A qué daños se refiere?

—Cerebrales. Y si no actuamos con suficiente rapidez, tal vez se vuelvan irreversibles. Así que, por favor, intenten no estorbar.

El observador se tomó muy mal la última parte de la respuesta dada por Olver y estaba a punto de replicarle cuando, de repente, los pitidos de alarma dejaron de sonar.

—¿Y ahora qué ha pasado?

—No es nada —comentó Olver tras revisar el panel de control—. Hemos perdido la señal que recibían los monitores porque mis compañeros han desconectado a la voluntaria de la máquina.

Una vez que le hubieron quitado el casco a Jaslynn, Kami pudo ver que tenía los ojos muy abiertos, pero su mirada estaba perdida. No reaccionaba ni a las voces ni a los gestos de los técnicos.

—Otra vez… Esto no puede ser. Nos ha vuelto a ocurrir lo mismo… —dijo la supervisora.

—¿De qué está hablando? ¿Qué es lo que os ha ocurrido más veces? ¡Exijo una explicación!

En esta ocasión, las preguntas sí que pillaron desprevenida a Kami. Ella pensaba que había hablado para sí misma. Por lo visto, no había sido así y lo había dicho con un tono de voz más alto del deseado, de modo que el observador había podido oír sus palabras. No tenía sentido ignorar esta última petición, pues no serviría de nada tratar de ocultar los hechos. Así que se dio la vuelta, preparada para enfrentarse a la mirada inquisitoria del evaluador. Realizó un par de respiraciones profundas mientras se lamentaba internamente de que su carrera como investigadora hubiera llegado a su fin.

—Gracias a esta tecnología que hemos desarrollado —dijo señalando hacia la esfera, en cuyo interior todavía se encontraba Jaslynn—, un usuario tiene la oportunidad de explorar una multitud de futuros posibles y, en cierto modo, vivir muchas experiencias que a lo largo de su vida normal nunca llegaría a experimentar porque habría tenido que elegir entre ellas. Según progresa la prueba, aparecen cada vez más alternativas que explorar. Esto, combinado con el hecho inevitable de que, en algún momento y de uno u otro modo, a todos nos llega la hora de morir, aumenta la probabilidad de que el sujeto presencie su propia muerte.

»Hemos comprobado que el cerebro es capaz de asimilar sin demasiados problemas la información de muchos ramales diferentes. Sin embargo, no le resulta tan sencillo cuando uno de los eventos implica la propia muerte. Supongo que es una experiencia demasiado contradictoria respecto a todas las demás. Parece que no acepta demasiado bien lo de sentir que está vivo y muerto a la vez, y sufre una especie de colapso que puede tener consecuencias devastadoras.

»Esto ya lo descubrimos durante los primeros ensayos —reconoció Kami—, pero confiaba en que ya habíamos encontrado la manera evitarlo, que habíamos logrado filtrar esa información para que su impacto resultase mucho menor. Lo de hoy no tendría que haberse producido.

El rostro del evaluador reflejaba que estaba horrorizado ante la confesión que acababa de escuchar.

—¿Y cuántas personas han sufrido hasta ahora esta clase de colapso?

Las cifras no acudieron a la mente de la supervisora.

—No… no me acuerdo… —se limitó a contestar.

—¡¿Cómo que no se acuerda?! ¡Deben de tener un registro de todos los ensayos que han llevado a cabo! ¿Dónde lo guardan?

Lo que sí empezó a apoderarse de los pensamientos de Kami fue la angustia ante las consecuencias personales de este desastre. Si los testigos denunciaban el proyecto, que, sin duda, lo iban a hacer, lo mínimo era que no volviera a trabajar nunca más en nada relacionado con la investigación y acabara arruinada a causa de las indemnizaciones que tendría que pagar. Además, veía muy probable que terminara cumpliendo una temporada en prisión.

El observador seguía hablándole a Kami pero ella no estaba entendiendo lo que le decía. Oía las palabras aunque no les encontraba sentido. Se había quedado bloqueada.

Por suerte, Olver intervino y se encargó de atender las peticiones del evaluador, librando a su jefa del reproche que estaba sufriendo.

Un rato después, cuando se dio cuenta de que ya nadie la atosigaba ni le prestaba atención, Kami volvió a fijarse en la sala de la esfera. Allí dentro, los dos técnicos estaban acomodando a la inconsciente Jaslynn en una camilla que los enfermeros habían traído. Kami los ignoró y se centró en la máquina.

Después de dedicar tantas horas y tanto esfuerzo al proyecto, sentía que no podía abandonar el laboratorio sin haber usado ni una sola vez el artefacto que ella había ayudado a desarrollar. El futuro del que tenía certeza se presentaba muy aciago y no quería pasar el resto de su vida en él. Por lo tanto, estaba decidida a probar la experiencia proporcionada por la esfera, aún con el peligro que eso conllevaba. Ansiaba conocer esos otros futuros que nunca alcanzaría a vivir en realidad.

Una vez que los evaluadores se hubieran marchado del lugar, portando consigo la condena al proyecto, Kami dispondría de su oportunidad. Jaslynn no se iba a quedar con el dudoso honor de ser la última persona en transitar los ramales.

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