La tormenta duró dos o tres horas en los que Alexandros descansó mientras se reponía de sus heridas. Mirándolo en silencio mientras se aseguraba de que sus heridas sanaran de manera correcta, Baskmeth no pudo evitar hacerse muchas preguntas alrededor de Alexandros. Aquel muchacho poseía un cuerpo muy bien formado, casi esculpido, para solo ser un simple mensajero. Sí, sabía que en Los Estados Griegos solía dársele una gran importancia a la salud física y que lo mínimo que se podía esperar de un mensajero era que tuviese un cuerpo perfecto que le permitiese tener la velocidad de una gacela para poder entregar los mensajes a tiempo, pero había algo más en el aspecto de Alexandros que le llamaba la atención y era que no poseía demasiadas cicatrices y tampoco una gran experiencia. Sí, nuevamente se podía argumentar que él era un novato en todos los sentidos de la palabra, posiblemente aquella misión debía ser su segunda o tercera misión y eso podía notarlo en su modo de actuar, en su modo de pensar y también en cómo reaccionó ante el Escorpión. Era verdad que aquel apuesto muchacho no era un guerrero sino un mensajero, pero aun el más novato de los mensajeros sabía qué tipo de acciones tomar cuando ocurría un ataque de cualquier tipo y aunque pudiese ser la primera vez que se encontrará con un Escorpión gigante, su modo tan arrogante y estúpido de actuar al subestimar sus propias heridas la hacía preguntarse: ¿Por qué el príncipe de un reino que se encuentra en peligro confiaría su vida en un muchacho tan principiante y novato en todos los sentidos de la palabra? Ahí estaba ese detalle que se le escapaba otra vez y en esta oportunidad sentía que tenía la respuesta en la punta de su boca pero no podía llegar a ella porque había algo que todavía no podía conectar o comprender. El muchacho parecía haber sido criado en los palacios antes que en la calle, tampoco es que por haber nacido en una cuna noble no pudiese ser el mensajero de un príncipe, solo que… nada tenía sentido y todo tenía sentido a la vez. Fuese cual fuese el detalle que no podía ver, no importaba porque eventualmente lo descubriría, sabía que lo haría; pero de momento lo mejor era velar por su seguridad.
Viendo que la tormenta de arena comenzaba a amainar, decidió pensar en lo que haría a continuación: las heridas de Alexandros podrían haberse curado, pero eso no significaba que estuviese en condiciones de caminar y mucho menos bailar. Tenían una carga que aligerar y si bien mucho de lo que llevaban, con ciertas excepciones, podían ser dejadas de lado, aun así era una pena deshacerse de ellas tan pronto. Tras mucho pensarlo, consideró una brillante idea el enviar a Alexandros al carro junto al equipo mientras que ella se subía al caballo y lo galopaba pudiendo así tomar mayor velocidad, cubriendo mucho trayecto en poco tiempo. Anochecería pronto por lo que era mejor que por hoy se quedasen en ese lugar hasta que las fuerzas de Alexandros se repusieran, pero al día siguiente partirían debido a que sentía que no pasaría mucho tiempo antes de que los problemas volvieran a surgir.
Siendo uno de esos problemas una enorme criatura con aspecto de Serpiente que los había seguido desde haría varios kilómetros y que aprovecharía la oscuridad de la noche para atacar.
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