—¡Penitente! ¡Un penitente entro aquí! ¡Corran! —gritaba Marie.
Cuando el mensaje llegó a oído de los danzantes, rápidamente detuvieron sus pasos para verificar por sí mismos el anuncio. No daban crédito a lo que oían. La seguridad que proveían las murallas del laberinto los llevó a creer que nunca ocurriría un suceso de tal magnitud. De pronto, la criatura llegó a los ojos de todos y con gritos de pánico se lanzaron a correr.
—¡Todos, ocúltense! —se oyó entre el caos.
Una joven se quedó paralizada del susto, pero a jalones, sus compañeros se la llevaron. Un par de muchachos tropezaron. Otros se abrían paso entre empujones. Los años de amistad poco importaban ahora, pero qué es lo correcto cuando tu supervivencia está en juego. Un grupo de ellos se escondió en el bosque cerca del huerto, mientras la mayor parte del resto se escondía entre las habitaciones de la hacienda. Por su parte, Marie corrió inmediatamente a ocultarse entre las mesas del taller.
El gran número de personas confundió a la bestia. Por un momento, su instinto asesino se vio mermado ante la notable desventaja numérica. Marie alzó la cabeza, cuidadosamente, para obtener un vistazo de la situación mediante una ventana contigua. Gracias a las antorchas del lugar pudo apreciar la cabeza de la criatura. Era un rostro bulboso, aparentemente carente de ojos y orejas. A unos metros de aquello, Marie distinguió algo que llamó su atención. Cerca de ahí estaba Lisse retrocediendo lentamente, intentando escapar sin ser notada.
Marie quería ayudarla, pero el solo hecho de estar frente al monstruo le aterraba. Decidida a no quedarse sin hacer nada, buscó cerca de ella algo liviano capaz de generar bastante ruido. Una botella de vidrio le pareció perfecta. Entonces, abrió la ventana y arrojó la botella tan lejos como pudo. El recipiente cayó bruscamente al suelo estallando en pedazos. El ruido que generó alarmó tanto al penitente que inmediatamente corrió en busca de su origen.
Lisse aprovechó la distracción y apresuró su huida, no obstante, en su camino topó un atado de varillas de madera que cayeron al suelo en un gran escándalo. Descubierta, Lisse lanzó un desgarrador grito al observar como el ser biomecánico se acercaba raudamente.
En su desesperación Lisse corrió hacia la cocina, pero rápidamente la bestia redujo la distancia que las separaba. Ya cerca de ella, la criatura arremete con fuerza, pero, a último momento, Marie aparece para sacar a Lisse de su trayecto. La colisión dejó atrapado al penitente entre los restos de las paredes de madera.
—¿Estás bien? —preguntó preocupada Marie.
—Sí. Sí lo estoy —respondió Lisse llorando—. Vámonos de aquí.
Las chicas se prepararon para correr. Sin embargo, Marie notó que la criatura no tardaría mucho en liberarse por lo que era el mejor momento para herirlo.
—¿Qué estás esperando larcha? ¡Corre! —gritó Lisse.
Marie hizo oídos sordos a sus palabras y corrió hacia un rústico candelabro que iluminaba la cocina, e inmediatamente lo usó para incendiar el cúmulo de madera que atrapaba a la bestia. El penitente pegó un escalofriante quejido, símbolo de su sufrimiento. Al instante, Marie tomó la mano de Lisse y huyeron al bosque. Sin embargo, a medio camino escuchan como la criatura logró sobreponerse a los escombros y, con el cuerpo cubierto de quemaduras, corrió hacia ellas.
Pese a las heridas, el penitente no desistió en su objetivo. Pronto, el monstruo se hallaba agitando su robótica cola con la que pensaba capturarlas. En un acto de sacrificio, Marie lanza a Lisse para salvarla. Ahora, sola y frente a la criatura, esperaba lo peor. No obstante, una lanza que atraviesa la viscosa piel de la bestia le da un atisbo de esperanza.
—¡Vamos! ¡Ataquen! —vociferó Gregor, el responsable del ataque.
Tras él aparecieron varios jóvenes, corredores todos ellos. Arthur vino con ellos. Con lanza en mano, todos empezaron a perforar el cuerpo del penitente mientras evitaban el golpe de su cola. Charles también luchaba junto al grupo.
—Marie, retrocede —le dijo.
—Gracias —respondió ella mientras corría a abrazar a Lisse.
Al lugar llegó también Isaac, que inmediatamente se dirigió a Marie.
—¿Están bien? —preguntó agitado— ¿Qué pasó? Te perdí un momento en la fiesta y luego ...
—Estoy bien —respondió Marie antes de callarlo con un beso.
—Te estuve buscando por todas partes, por un momento y creí que te perdería —dijo Isaac, casi con lágrimas en los ojos.
Mientras la pareja se daba un mutuo abrazo como consuelo, los corredores habían formado una barrera casi circular alrededor del penitente.
—¡Lo estamos logrando! ¡No se rindan! —animaba Gregor.
Uno a uno, los jóvenes perforaban el cuerpo de la criatura con cada estocada. La estrategia fue tan efectiva que la bestia empezó a retroceder. Mediante amagos intentó escapar, pero con firmeza mantuvieron su formación para impedir su huida.
Dada la abrupta situación, el único plan que tenían era regresar y contener a la criatura dentro del laberinto. Sin embargo, la desgracia todavía posaba sobre ellos.
Estando ya cerca de la hacienda, camino a la puerta sur, una espeluznante figura emergía del lúgubre pasadizo. No podían creer lo que sus ojos presenciaban, hasta que su horripilante rugido terminó por confirmárselos. Otro penitente había ingresado al área y precipitadamente se dirigía hacia ellos.
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