Tengo sueño, pero no un sueño.
Son las seis y tres de la mañana. A duras penas me arrastro para apagar el despertador, solo para volver a dormirme bajo el compromiso que serían cinco minutos.
Gran error. Otra vez voy a llegar tarde.
Debo aceptar que la puntualidad siempre me fue difícil, pero en el internado se convirtió prácticamente en tarea imposible.
Los salones de clases se encuentran separados a tres kilómetros de distancia de las habitaciones estudiantiles, y además se encuentran cercados por una enorme reja custodiada por un viejo gruñón. No importaba que estuvieras a solo unos metros, el malvado anciano cerraba la reja en tu cara cuando su reloj marcaba las siete. Por ello cada mañana los estudiantes dábamos la vida en una maratón para llegar temprano.
Desafortunadamente, es un logro al que ya le he perdido la costumbre.
Realmente no entiendo como el resto saca fuerzas para continuar luego de diez horas de clase diaria, seis días a la semana.
«¿Acaso no son humanos?»
(*)
Hoy había examen, igual que todos los lunes.
Como siempre tomé la hoja para echar una ojeada a las preguntas sin el más mínimo interés por contestar. Sin embargo, hoy ocurrió algo diferente.
Nos habían dado un plazo de dos horas para una única pregunta.
¿Qué planes tienes para el futuro?
Observé a mis compañeros responder la pregunta en cuestión de minutos. Otros tardaron más debido a que escribieron enormes textos. Sin embargo, yo ...
Yo no tenía nada.
Estuve por casi dos horas mirando la hoja totalmente perdido. Fue como si me hubieran arrojado a un vasto océano sin una brújula ni un destino claro. Todo el mundo parece tener un plan, una meta, algo hacia lo que se dirigen con determinación, menos yo.
No es que no quiera algo mejor para mí, es solo que no puedo imaginar qué podría ser.
«¿Acaso algo anda mal conmigo?»
Cuando el plazo acabó, fui el único que faltaba entregar y dejé la hoja completamente en blanco.
Aquella pregunta me había dejado tan aturdido, que por primera vez en años decidí cuestionar en lo que se había convertido mi vida.
Cuando era más pequeño, solía ser un estudiante dedicado. Me encantaba aprender, y mis notas eran las mejores de la clase. Pero desde que ingresé al internado, poco a poco, empecé a sentir que nada tenía sentido. Las clases se volvieron aburridas, repetitivas, y mi entusiasmo desapareció.
Ahora siempre llego tarde a la primera clase, a menudo sin desayunar. Matemáticas, historia, ciencias... todas las materias me parecen iguales, carentes de emoción. Ya no puedo destacar en ninguna de ella y los profesores me reprenden constantemente.
Me gustaría decir que me refugio en mi vida social, pero soy casi invisible para el resto de estudiantes. Apenas tengo un amigo.
Para colmo, existe un grupo de abusivos que suelen molestarme. Al principio, intenté defenderme, pero pronto me di cuenta de que solo empeoraba las cosas. Así que me acostumbré a ignorarlos, a soportar sus bromas en silencio, esperando que eventualmente se cansaran.
Mi nombre es Ottah Mitnick y tengo catorce años. Hace tres años ingresé al internado Guthsfields, y desde entonces mi vida se ha convertido en una rutina monótona y aburrida de la que solo quiero escapar. Sin embargo, mi vida estaba a punto de cambiar.
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