Parte 1.
—Mira lo que tenemos aquí. El pequeño Ottarado atrapado otra vez. Pagarás lo que le hiciste a mi mano.
Ahí estaba yo. Siendo amenazado por Crescencio y sus compinches en el gimnasio de la escuela. No importaba a quién llame, nadie me ayudaría.
Crescencio era el tipo más grande y más fuerte del internado, como era de esperarse, decidió sacar provecho de ello para hacer la vida imposible de todos aquí. Lo conocí el día que fui enviado al "Salón de castigo" por haber llegado tarde, y desde entonces olvidé que era la paz.
Las clases habían terminado y unas peculiares nubes negras se arremolinaban sobre la escuela. Pese a estar en una de las horas más sofocantes, unas gélidas brisas recorrieron el ambiente.
—Crescencio, el cielo está oscureciendo. Porque mejor no dejamos nuestros asuntos de hoy para continuarlos con tranquilidad mañana.
Traté de disuadir al grandulón, pero en lugar de eso empeoré mi situación. Supongo que no le resultó muy divertido que esté usando una placa de metal bajo la camisa cuando intentó golpear mi estómago. Mucho menos porque me reí a carcajadas en su cara por ello.
Nunca fui el más rápido, ni el más fuerte, ni mucho menos el más resistente. No obstante, siempre hay maneras de protegernos. Sobre todo si en tu escuela ni los profesores mueven un dedo cuando alguien te da una paliza.
Antes de que pudiera reaccionar, me empujaron hacia un armario de equipo deportivo y cerraron la puerta con un candado.
—Vamos amigos. Déjenme salir. Habrá tormenta hoy y será muy peligroso que me quede aquí.
No tuve respuesta y solo los escuché alejarse riendo. El gimnasio estaba desierto y, por un momento, el silencio fue mi único compañero.
Intenté forzar la puerta, pero el candado no cedía. Sacudí con fuerza y el armario terminó tendido en el suelo conmigo adentro.
De repente, sentí un temblor.
Por un momento pensé que fue producto de mi caída, pero otro temblor más fuerte se produjo, y en cuestión de segundos, toda la escuela estaba temblando.
Sentí una mezcla de miedo y desesperación, atrapado en ese pequeño armario sin salida. Golpee más fuerte y pude crear una pequeña abertura desde dónde observé como los objetos del gimnasio empezaron a levitar. En cierto momento me sentí aliviado al dejar de sentir los temblores, pero el terror regresó cuando observé que incluso el pesado armario, conmigo adentro, comenzó a elevarse.
Totalmente desesperado, logré abrir una salida mediante puñetes y patadas. Y apenas vi la oportunidad salté del armario para emprender mi huida.
Había conseguido llegar al patio, cuando una sensación de adormecimiento se apoderó de mi cuerpo y me arrojó al suelo. Frente a mis ojos todo daba vueltas. Sin querer miré al cielo y observé que el ciclón de lúgubres nubes formaban un círculo mucho más sombrío en su interior. Tan oscuro como un agujero negro que daba la impresión de perforar el firmamento.
Intenté ponerme de pie, pero unos escalofríos sacudieron mi cuerpo y me regresaron al suelo. Mi corazón empezó a latir tan fuerte que pensé que se saldría. Los escalofríos aumentaron y ahora eran una descarga eléctrica que destrozaban todo mi cuerpo.
La tortura continuó por varios minutos. Pronto, ya no conseguía distinguir nada a mi alrededor. La oscuridad acabó por cegar mi vista dejándome a oscuras en la espera de la muerte.
En los últimos instantes de mi vida solo pude pensar que moriré sin tener un sueño, sin recibir algún reconocimiento, sin saber qué es el one piece, y que ni siquiera supe lo que era tener una novia.
Finalmente la tranquilidad llegó. Y entonces, morí ...
O eso esperaba.
—Ottah, Ottah, Ottah, ...
Por alguna razón alguien no quería dejarme en paz ni siquiera en mi descanso eterno.
Cuando abrí los ojos, vi un cielo estrellado frente a mí.
El repentino cambio de eventos me confundió por lo que aclaré mi vista antes de asumir locuras.
Una vez más eché una ojeada y nuevamente el hermoso panorama se hizo presente. Esta vez caí de rodillas de la impresión.
No lo podía creer, realmente todo a mi alrededor estaba lleno de estrellas, cometas, planetas y todo tipo de cuerpos celestes. Era como estar flotando en el espacio exterior. ¿Cómo era esto posible?
«¿Dónde carajos estoy?»
—Saludos, Ottah Mitnick.
Pegé un grito de terror al escuchar mi nombre repentinamente.
Me giré para ver de quién se trataba y lo que encontré fue a un hombre delgado, mucho más bajo que yo, vistiendo una larga gabardina de cuero color vino, que se extendía hasta sus tobillos, y una pintoresca máscara blanca.
Dicha máscara era muy misteriosa. A primera vista lucía como un típico rostro feliz de teatro griego clásico, por su forma y la enorme sonrisa que tenía. Dichosa, jocosa y llena de vida. No obstante, esta jovial expresión se contraponía con los agujeros que representaban sus cuencas. Estaban caídos, lucían deprimidos y melancólicos. Sentía que esos ojos me contaban que habían visto y sufrido todas las desgracias del mundo.
Sin embargo, lo más disparatado era que esta persona se hallaba flotando sobre la mismísima nada.
Un momento.
Yo también estoy de pie sobre la nada.
—¿Quién eres tú? ¿Qué está pasando? ¿Acaso estoy muerto?
Le pregunté al extraño de la máscara de sonrisa alegre y ojos tristes. Con un tono completamente tranquilo, el desconocido respondió.
—Yo soy Ofiuco, el creador de universos. Y regocíjate porque no estás muerto. Te he traído aquí porque tu destino está a punto de cambiar.
Todavía aturdido por lo que veía y oía, apenas alcanzé a decir.
—No entiendo... ¿De qué me estás hablando?
Fue extraño. Pese a portar una máscara, pude percibir una sonrisa comprensiva en él.
—Ottah Mitnick, llevo muchos años esperándote. Escucha bien lo que voy a decir. Desconoces mucho sobre ti. Dentro tuyo hay un enorme poder capaz de cambiar el equilibrio entero, y ha llegado el momento para despertarlo.

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