La batalla había terminado, pero aun no estaban fuera de peligro. Debían irse de allí de inmediato o no tendrían a una sola de esas monstruosidades sino a diez o veinte de ellas encima de ellos. Acercándose al inconsciente Alexandros, Agath se agachó y lo tomó con sus manos para después incorporarse cargándolo en sus brazos como si fuese su novia o algo por el estilo.
Aquel muchacho pesaba demasiado para ser solamente un grácil mensajero, de todos modos eso no importaba ahora sino levantar el campamento y huir. Apresurándose, tomó solo lo indispensable y dejó la tienda en aquel lugar, no tenía tiempo para desarmarla y mucho menos para poder guardarla. Solo se hizo con las provisiones, cantimploras y todo aquello que realmente les fuese necesario durante esa aventura. Colocando al muchacho junto a todas las demás cosas en el carro, Agath se subió a su caballo y azotó las correas iniciando la retirada justo a tiempo, debido a que las Cobras estaban llegando.
El carro volaba mientras huía de allí, sentía como el viento de la noche movía sus largos cabellos oscuros y como acariciaba su blanca piel mientras oía a aquel carro blanco dar demasiados saltos, tenía que aminorar la marcha o de lo contrario el carro sería destruido, siendo una perdida que en ese momento no se podían permitir.
Por desgracia era un riesgo que debían correr porque aquellas cosas se dieron cuenta de lo ocurrido y parecían interesadas en iniciar una persecución. Ella tenía que tomar la delantera si quería sobrevivir. Escuchando el fuerte siseo de una de esas criaturas, Agath decidió aumentar la velocidad hasta donde el caballo pudiese darle.
- ¡¿A dónde crees que vas?!- exclamó una de las cobras largando un potente salto dispuesta a bloquearle el camino, sin embargo Agath logró cambiar de dirección a tiempo doblando a la izquierda pudiendo esquivarla, sin embargo aquella maniobra no le sería de mucha ayuda cuando no fuese una sino dos o tres de esas monstruosidades que se movían igual o más rápido que su caballo
Tenía que pensar en un plan para perderlas de vista y rápido.
El cuerpo inconsciente de Alexandros se movía de su carruaje, acercándose a donde estaba el borde del mismo, si llegaba a caerse, sería alimento de las Cobras. Agath no necesitaba mirar atrás para saber cuántas de esas monstruosidades la estaban persiguiendo: eran tres, las otras tres debían estar en el campamento devorando a su camarada caído. El sudor que corría por su bello rostro y empapaba su visión le impedía ver hacia adelante y la frialdad de dicho sudor hacía que ella misma comenzara a temer el no poder conseguirlo. Hasta que recordó algo, una pequeña posibilidad que quizás, o quizás no, funcionaría.
Azotando con furia las riendas de su caballo, lo dirigió a donde podría estar su salvación o su condena.
- ¡De nada sirve huir Doncella Del Nilo!- le rugió uno de sus perseguidores- ¡Te llevamos mucha ventaja!
- ¡Ah sí!- exclamó Agath molesta- ¡Pues aventaja esto!
Sacándose su brazalete izquierdo, lo tiró a un montículo de arena que despertó a quien yacía dentro de él. Saliendo de la arena, un Escorpión Rojo de arena se abalanzó sobre La Cobra sujetando con sus pinzas el cuello de aquel monstruo. Otros tres Escorpiones aparecieron de los enormes montículos y comenzaron a combatir contra las Cobras nocturnas.
Aprovechando aquel tumulto, Agath logró escabullirse y huir de allí. No sabía quién sería el ganador de ese combate y no le importaba, lo único que le importaba era alejarse, perdiéndose en el oscuro horizonte iluminado por la luz de la pálida luna. Y que era adornado por los rugidos y chillidos de esas monstruosidades.
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