Las clase de historia siempre había sido una de mis peores asignaturas, incluso cuando sí me esforzaba. Las fechas y nombres se me olvidaban fácilmente en momentos cruciales.

El día de hoy el profesor Henderson caminaba de un lado a otro, lanzando preguntas a todo alumno con el que cruzase miradas.

Fue una masacre.

Medio salón ya había sido castigado por responder mal cuando siguió mi turno.

Pensar en lo que ví en el cielo hace unos días me tiene distraído. Sin embargo, esa era una pregunta muy sencilla que estaba seguro de responder bien.

Sabía que había cometido un error, pero mientras el profesor Henderson fruncía el ceño, cerré los ojos y me concentré. Sentí cansancio y una conexión con la mente de todos en el aula. Visualicé la respuesta correcta, pero modifiqué sus recuerdos, implantando la certeza de que lo que había dicho era correcto.

Cuando abrí los ojos, todo había cambiado. El ceño fruncido del profesor se había suavizado, transformándose en una sonrisa de aprobación.

Mis compañeros comenzaron a aplaudir, algunos incluso murmurando elogios, y otros tenían una expresión de confusión.

Sentí una mezcla de alivio y culpa, pero no me iba arriesgar a ser castigado.

                                                                                                (*)

Pese a que el dominio de mis habilidades crecía, aun existían algunos que se resistían a mi dominio mental. Sobre todo uno que siempre buscaba problemas.

Crescencio. 

Durante mis caminatas por el patio hacía que los chicos me saluden y muestren respeto, mientras que las chicas suspiraban al verme pasar. Sin embargo, por alguna razón desconocida para mí, el grandulón no cedía a mis órdenes.

Así cómo increíble era de insoportable el hecho de que ese tipo mantenía su obstinación en arruinar mi vida a pesar de recibir miradas de odio en lugar de apoyo.

Como respuesta, ordené a uno de los muchachos del pasadizo salir en mi defensa. No obstante, el bravucón tomó de la camisa al chico y le empezó a amenazar, por lo que tuve que intervenir.

Durante años había imaginado decirle esa frase que copié de una película sin creer de verdad que llegaría el día de manifestarla. La emoción era tanta que apenas y conseguí ocultar las muecas de satisfacción en mi rostro.

Lidiar con él era difícil. Mi destreza física o mental no me sirven de mucho, pero el abanico de habilidades con el que cuento actualmente hará todo extremadamente fácil.

Mi rival arrojó por los pasillos a su rehén, y como un toro salvaje, corrió en mi dirección. Yo ya estaba preparado. Sin que nadie lo pueda notar, elevé una de las losas, que conformaban el patio, unos cinco centímetros ocasionándole un fuerte tropezón al grandulón.

En lugar de amansarlo, esta humillación solo lo enfureció más.

Inmediatamente se levantó, prácticamente bramando de la rabia, y se acercó velozmente. El enorme puño del bully apareció ante mis ojos. Pese a la ayuda de mis reflejos, mi cuerpo era demasiado lento como para seguirlos. Afortunadamente, si me dio el tiempo suficiente para desplazar la superficie, dónde estaba parado Crescencio, hacia el costado.

De esta manera logré que, a ojos de todos, yo haya evadido fácilmente el golpe.

Una multitud atraída por el encuentro comenzó a vitorear mi hazaña dándome la confianza necesaria para contraatacar. Entonces lancé una completamente predecible patada que mi rival evadió retrocediendo unos pasos. No obstante, repetí el truco de elevar lozas para que el odioso bully cayera de espaldas por tropezar en su retroceso.

El vitoreo inundó el lugar y tímidamente contesté con una sonrisa, ignorante de las acciones de mi enemigo. O eso creyó Crescencio al tratar de lanzarme un golpe a traición.

Yo ya había previsto que un cobarde como él sería capaz de eso e hice que sus zapatos se adhieran a la superficie.

Antes de que el grandulón revelara lo ocurrido, lo detuve lanzándole un golpe en el pecho.

Crescencio apenas sintió el golpe, empero, su cuerpo fue arrastrado hacia atrás por una fuerza sobrehumana. El robusto muchacho continuó desplazándose por el pasillo hasta estrellarse con una ventana.

Todos contemplaron con asombro aquella exhibición, desconociendo por completo que mi fuerza física no tuvo nada que ver.

Ver al bully derrotado y humillado despertó risas y aplausos en los espectadores. Yo alcé los brazos en señal de victoria y una chica salió de entre la multitud para darme un fuerte abrazo.

Era como estar en una película.

Estaba a punto de entablar mi primera conversación con ella, cuando la voz ronca del profesor Henderson arruinó mi momento.

Años esperando esta oportunidad, y se me desvaneció en segundos.