Llegaste temprano a casa, lo cual fue inesperado. ¿Piensas salir de nuevo?
—No —respondí, vertiendo jugo en la jarra y bebiéndolo de un trago.
—Sara te llamó más temprano. ¿Estaba apagado tu teléfono?
—Ah, sí.
—Habló de planificar el viaje. Tu madre mencionó que vio un reportaje sobre el destino en la televisión. ¿Era Ítaca? ¿Calíope?
—Estígia.
—Ese mismo. Es crucial que revisen bien el alojamiento. Sería prudente buscar en internet. Tu madre y ella oyeron en las noticias matutinas que muchos de esos hoteles económicos están en remodelación, y no lo descubres hasta que llegas. Mamá, ¿quieres un café? ¿Daniel no te ofreció uno?
Mi madre prendió la cafetera y luego me observó con detenimiento. Finalmente, pareció darse cuenta de que yo había estado callado.
—¿Te sientes bien, querido? Te noto pálido.
Ella extendió su brazo y tocó mi frente, como si fuera un niño y no un adulto de veinticuatro años.
—No creo que vayamos de viaje.
La mano de mi padre se congeló en el aire, y su mirada adquirió esa intensidad penetrante que siempre tuvo desde mi infancia.
—¿Problemas con Sara?
—Papá, yo…
—No quiero entrometerme, pero han estado juntos tanto tiempo. Es normal que las cosas se compliquen de vez en cuando. Quiero decir, tu madre y yo…
—He perdido mi empleo.
Las palabras rompieron el silencio, quedando suspendidas en el aire, quemando la pequeña cocina incluso mucho después de que el sonido se disipara.
—¿Qué has dicho?
—Ana va a cerrar la panadería. Desde mañana. Le pasé el sobre, ahora impregnado con la esencia de rosas, que había sostenido con cuidado en mi regazo durante el camino a casa. —Me ha dado tres meses de indemnización.
El día había comenzado como cualquier otro. A todos los que conocía les disgustaban los lunes por la mañana, pero a mí no me importaban. Me gustaba llegar temprano a El Pan Dorado, encender la gran cafetera del rincón, sacar del almacén las cajas de leche y pan, y charlar con Ana mientras nos preparábamos para abrir.
Me encantaba el ambiente cálido y el aroma intenso a tostadas de la panadería, las ráfagas de aire fresco cada vez que se abría la puerta, los murmullos de las conversaciones y, en los momentos de calma, la radio…
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