I
Mientras sus amigos seguían preguntándose cuál era el propósito de los objetos que el anillo de Luna había hecho aparecer, Alex prefirió no dar mayor importancia al asunto, dedicándose más bien a pensar que nombre ponerle a la gata que había traído del parque Kennedy:
— ¿Qué tal Pelusa? ¿O Michina? ¿O Michirrina? —preguntaba, acariciando el suave lomo de aquel animal que reposaba tiernamente sobre su regazo.
— ¿En serio no te da ni un poco de curiosidad saber para qué sirven los objetos que Lavinia nos dio, gordo? —Preguntó Luis, sin dejar de mirar el anzuelo en su mano derecha. La ansiedad había comenzado a apoderarse de él, presintiendo que pronto habría de volver a la Tierra de Danann, a fin de enfrentarse a los terribles demonios de la Anti-Vida.
— ¡A lo mejor no es la cosa súper-importante que nos estamos imaginando!—contestó el aludido, encogiéndose de hombros—. Quizá este conejo es solamente un regalo que Lavinia habrá querido hacerme por mi cumpleaños… ¡No es la gran cosa que digamos, pero peor es nada!
— ¿Y entonces por qué también nos dio regalos a nosotros? —cuestionó Raúl, incrédulo ante la excesiva simpleza de pensamiento de su amigo.
— ¡Supongo que será para que ustedes no se sientan excluidos! ¡Esa es su manera de decir que nos quiere a los cuatro por igual! ¡Es cómo lo que pasa con mi tío Bill, que cada vez que me regala un juguete nuevo tiene que comprarle uno también a mi primito, porque si no hace un tremendo berrinche!
— ¿En serio crees que a Lavinia le importen tanto nuestros sentimientos? ¡Recuerda que nos transportó a la Tierra de Danann sin pedirnos permiso siquiera! —dijo Luna.
— ¡Por supuesto que no le importa ni lo que sentimos ni lo que pensamos! ¡Esa tipa ni siquiera es humana! —alegó repentinamente Luis, al rememorar la expresión en los ojos de Lavinia la primera vez que se encontraron con ella…Una expresión sumamente extraña, que producía un hondo sobrecogimiento, como si aquella hermosa joven fuese capaz de escudriñar hasta las más hondas profundidades del alma de uno.
—Bueno… ¿Y qué te pasa a ti, se puede saber? —inquirió Raúl, un tanto ofendido por la forma en la que su compañero se había expresado por la Dama Lavinia, por quien él tenía gran admiración y respeto, aunque en cierta manera compartía la impresión de Luis con respecto a que la naturaleza de aquella mujer no era precisamente humana, sino más bien angélica, e incluso divina.
Luis sintió un poco de vergüenza ante lo impulsivas que habían sido sus últimas palabras, pero de todas maneras no quiso dar mayores explicaciones al respecto, puesto que ello habría implicado tener que admitir ante sus compañeros el temor que le embargaba.
“No quisiera tener que volver a la Tierra de Danann…” reconoció mentalmente. “¡Quién sabe qué tipo de cosas puedan estar esperándonos allí ahora!”
— Chicos, chicos… ¡No hay porqué ponernos a discutir por minucias!—intervino Alex, en tono conciliador—. ¡Cuando volvamos a encontrarnos con Lavinia podremos preguntarle porque nos dio los juguetes esos! ¡Pero hasta entonces, digo que aprovechemos lo que nos queda de las vacaciones para pasarlo lo mejor posible! ¡Yo por mi parte deseo seguir disfrutando de mi cumpleaños!
Y mientras le rascaba la barbilla a la gatita sobre su regazo haciéndola ronronear de gusto, al chico se le ocurrió ponerle de nombre Ashi.
—Le queda bien, ¿No les parece?
—Pues si a ti te gusta ese nombre, está bien, supongo—replicó Raúl, acariciándole la cabeza a la gatita—. ¡No te vamos a llevar la contra en tu cumpleaños, amigo!
— ¡Yo digo que los cuatro tenemos que sacarle mayor provecho a este día! ¡Nada de hablar de entrenamientos y misiones por hoy! ¡Sólo diversión! ¡Vamos, hay que pasarla bien!
Así fue como los chicos se la pasaron el resto de aquella tarde siendo partícipes de todo tipo de juegos extravagantes, la mayoría inventados por Alex y que no tenían mucho sentido que digamos, pero que al menos les sirvió para distraer sus pensamientos de las dudas que tenían con respecto a su posible futura misión como Guardianes Místicos.
Valiéndose de sus juguetes, el cumpleañero se la pasó inventándose todo tipo de historias absurdas, que después dibujaba burdamente en las últimas hojas de su cuaderno de matemáticas, ya de por sí lleno de abundantes garabatos, ofreciendo luego a sus tres amigos la posibilidad de contribuir también con aquel cuento delirante:
— ¡Ya verán! ¡Cuando sea grande y haya aprendido a dibujar mejor, me volveré el mejor autor de cómics y mangas que haya nacido alguna vez en el Perú! ¡Pero necesito tener todas mis ideas anotadas, a fin de que no se me olviden! —aseguraba el regordete muchacho, lleno de entusiasmo.
— ¿En serio crees que van a publicarte un mamarracho como ese? —Cuestionó Luna, echándole un vistazo a los dibujos y anotaciones de Alex—. ¡Nada de lo que has escrito aquí tiene el menor sentido!
— ¡Lo que pasa es que me tienes envidia, porque tú no tienes ni la mitad de la creatividad artística con la que cuento yo! ¡Apuesto que jamás se te ocurriría inventarte tantos personajes como a mí!
— ¡Todos tus personajes son igualitos, porque te los copias de los videojuegos o animes! ¡Todos son copias de Hulk y Gokú!
— ¡Lo dices por envidiosa! ¡No eres tan creativa como yo!
— ¡Dame unas hojas, y te escribo una historia mucho mejor, gordo engreído! ¡Ya vas a ver!
Entonces los chicos se pusieron a dibujar: Incluso Raúl, para quien cualquier cosa relacionada con superhéroes no era nada más que una simple chiquillada, decidió ser también partícipe del juego, tomando unas hojas de papel bond y carboncillos; Alex le prometió a sus compañeros que cualquier personaje que ellos inventasen lo añadiría al cuento de El gato que salvó al mundo y se convirtió en discípulo del Increíble Hulk, prometiéndoles además que les pagaría a cada uno de ellos sus porcentaje correspondiente de las ganancias en cuanto él hubiese vendido los derechos para hacer la película.
— ¡Este es el superhéroe que acabo de inventar! —Dijo Luis, mostrándoles a los otros sus dibujos, que fue presentando como si cada uno de estos fuese la viñeta de un cómic—. ¡Se llama Cuy-Man! ¡Es un cuy que los terroristas se robaron de una granja para crear un monstruo mutante que destruyese Lima, pero el Cuy se volvió bueno y se escapó del laboratorio en medio de una gran explosión! ¡Booom! ¡El cuy mató a todos los malos, y luego se fue volando de regreso a su granja donde sus dueños estaban muy tristes, pero luego se quedaron muy contentos en cuanto se dieron cuenta de que su querido cuy se había convertido en un superhéroe! ¡Y le pusieron de nombre Cuy-Man!
— ¡Se ve genial! —Comentó Alex, sinceramente impresionado por los dibujos de su compañero, así estos no fuesen nada más que simples monigotes—. ¿Y qué poderes tiene, además de volar?
—Tiene…Pues…Tiene…—Luis se rascó la cabeza, tratando de pensar en alguna clase de poder que fuese realmente original—. Tiene súper fuerza…Y también súper velocidad…Y también… ¡También puede recitar con eructos todo el himno nacional!
De más está decir que Alex quedó encantado con la idea de un superhéroe como tan cuestionable "poder”, asegurándole a su amigo que Cuy-Man sería un personaje recurrente de los cuentos e historietas que él pensaba escribir y dibujar en el futuro. Y tomando consigo su guitarra, el cumpleañero se dispuso a comprobar si acaso él también era capaz de recitar el himno nacional por medio de eructos.
— ¡Ay, que asqueroso eres, gordo! —exclamó Luna, tras escuchar semejante concierto. Pero con todo y repugnancia, también ella terminó rompiendo en carcajadas en cuanto su amigo llegó a la parte de “¡Libertad! en sus costas se oyó”.
— ¡Si ya terminaste con tus chanchadas, es mi turno de mostrar al superhéroe creado por mí! ¡Ya verás cómo es mejor que cualquier cosa que ustedes dos hayan inventado! —proclamó Luna, mostrando los dibujos que ella había hecho:
— ¡Esta es la Princesa Serafina! ¡Su mascota es una jirafa-unicornio encantada que dispara rayos láser y arcoíris fulminantes de su cuerno! ¡Y es tan hermosa, lista y encantadora que todos los malos se enamoran de ella, pero ella siempre los manda a volar por los aires con sus súper-patadas voladoras! ¡Y hay doce príncipes guapísimos que están recontra enamorados de ella! ¡El primero de esos príncipes se llama Fernando, y tiene el pelo rubio, los ojos azules como el mar y…!
Luna vio abruptamente interrumpido su relato al ver cómo es que Alex y Luis se hacían los dormidos, fingiendo roncar escandalosamente, lo que les valió recibir a ambos un fuerte tirón de orejas de parte de la temperamental muchacha:
— ¡SON UNOS TARADOS! —les dijo, sumamente ofendida—. ¡No saben reconocer a un buen personaje ni aunque lo tengan en frente, CABEZAS HUECAS! ¡Más te vale que incluyas a la Princesa Serafina en tus historias, gordo! ¡O le voy a decir a tu papá sobre el 08 que te sacaste en el examen de Geometría!
— ¡Eso es un vil chantaje! ¡Pero no importa! ¡Igual voy a incluir a tus aburridos personajes en mi historia genial, aunque no lo merezcan!
— ¿En serio lo harás? —preguntó Luna, con los ojos brillándole de emoción.
— ¡Sí, claro! ¡Después de todo, yo les prometí que incluiría a todos los personajes inventados por ustedes!
— ¡Qué bien!
—No te preocupes, que haré que el malo liquide a la princesa esa después del primer capítulo…—le dijo por lo bajo Alex a Luis, guiñándole un ojo.
— ¿Y bien Raúl? ¿Qué superhéroe dibujaste tú? —preguntó el cumpleañero a su amigo, quien pareció salir entonces de su estado de retraimiento.
—Eh…Pues la verdad…No se me ocurrió nada… ¡Yo no tengo imaginación para estas cosas! — respondió, haciendo un bollo con el papel en el que había estado dibujando.
— ¡Vamos! ¡Déjanos ver! ¡Tu idea para un superhéroe no puede ser peor que la de Luna!
— ¡Mi idea es mucho mejor que la tuya, gordo tarado!
— ¡Vamos Raúl! ¡Déjanos ver lo que has dibujado! —solicitó Luis, prácticamente arrancando de la mano a su amigo el bollo de papel, descubriendo así no el diseño de un superhéroe, sino un dibujo de la Dama Lavinia.
— ¡Ah, qué bonito! —Comentó Luna—. ¡Te salió igualita!
—Pero Raúl… ¡Se suponía que ibas a inventar un superhéroe! —comentó Alex, a lo que Raúl no supo que contestar—. Ah, ¡Ya entiendo lo que pasa aquí!
— ¿Lo entiendes…?—preguntó un avergonzado Raúl, sintiendo que las orejas le ardían.
— ¡Piensas que debería incluir a nuestros amigos de la Tierra de Danann en esta historia, pero aunque es una buena idea, es mejor no poner personas de verdad en los cuentos! ¡En segundo grado me metí en problemas por escribir un cuento de terror sobre el director mi otro colegio y le prometí a mi papá que ya no iba a hacer más historias sobre personas reales!
—Claro…Eso es justamente lo que trataba de decir, amigo…
“¿De verdad Alex es tan ingenuo o se hace?” no pudo evitar preguntarse entonces Raúl, evitando la mirada de Luis y Luna, quienes por su parte parecían intuir que a él le gustaba la Dama Lavinia, una suposición no precisamente desacertada.
II
A eso de las seis de la tarde, el señor Lipman sacó del refrigerador el pastel de la Selva Negra que había comprado para su hijo, colocándole doce velitas, dando entonces un emotivo (y un tanto bochornoso) discurso sobre lo orgulloso que estaba de Alex, quien muy pronto sería todo un hombre.
“Al menos esta vez no mostró mis fotos de cuando era un bebito…” pensó nerviosamente Alex, recibiendo un abrazo conmovido de parte de su padre.
— ¡Vamos Alex! ¡Pide un deseo! —dijo Raúl, luego de que los presentes le hubiesen cantado cumpleaños feliz.
— ¡Pide que al profe de matemáticas lo manden a trabajar a Siberia y pongan a alguien menos exigente! —propuso Luis.
— ¡Mejor pide un millón de caramelos! ¡Pero no te los vayas a comer tú sólo! —sugirió por su parte Luna.
— ¡Chicos! ¡Dejen pensar a mi hijo! —Dijo el señor Lipman—. ¡Además uno no puede decir su deseo, o de lo contrario no se cumplirá! ¡Vamos Alex! ¡Piensa bien lo que quieres!
“¿Y qué cosa es lo que yo realmente podría querer?” se preguntó a sí mismo el regordete muchacho.
En otro tiempo, quizá habría pedido tener toda clase de súper poderes, pero ya no hacía falta un deseo semejante ahora que se había convertido en un Guardián Místico.
Lo de un millón de caramelos como sugería Luna era una idea muy tentadora, pero que no acaba de convencerlo por alguna razón.
¿Quizá ser millonario? ¿O volverse un autor de cómics famoso?
Tenía muchas ideas al respecto, pero finalmente, sólo se le ocurrió pensar mientras soplaba las doce velas:
“¡Pase lo que pase, deseo nunca fallarles a mis amigos…! ¡Quiero ser el mejor amigo que alguna vez hayan tenido!”
En medio del aplauso de los presentes, Alex se sirvió el primer pedazo de la Selva Negra, repartiéndole luego a cada uno de los invitados sus respectivas porciones.
Ese 26 de febrero del 2013, Alex fue el primero de los Guardianes Místicos en cumplir los doce años.
Comments (0)
See all