♠En la actualidad ♠
La luz centelleante le causaba dolor de cabeza. El contraste de la luz amarilla del farol con la oscuridad del cuartel le hace verso enfermo frente al espejo del lavamanos. No recordaba cuánto tiempo había estado mirando su reflejo, si realmente estaba mirando algo o solo se perdó en el dolor y el recuerdo de su última mala. Había sido un golpe muy duro; no le dejó inconsciente o siquiera se inflamó, pero desde entonces no estaba siguiendo el mismo.
Los últimos meses no había tenido tiempo para pensar en lo que había pasado esa noche y de los fragmentos faltantes en su memoria. Todo era un caos.
—Siete, estamos listos. ¿Está bien? — Siete la miro por el reflejo del espejo. Tres llevaba su uniforme de trabajo, como todos cuando tenían una misión asignada.
—Ya casi estoy listado. Ve a esperarme con Doce —la mando fuera. Aún quería tiempo para lidar con sus demonios. Después de todo, él fue quien los había arrastrado a eso y si esa noche salada mal, sería su culpa. Cuando los recuerdos de una vida anterior lo abordaron, supo que tenían que salir de ahí, del yugo de la persona que los había convertido en lo que eran. Títeres sin razonamiento, vendidos que acataban órdenes sin pregunta. Desde que tenía uso de razón, no era más que un arma vivo que servía al Hombre de Negro.
Se lavó las manos con agua y se echó el cabello para atrás, aprovechando la humedad para sostenerlo con una banda. Necesitaría dos ojos con la mejor visión posible.
Se encuentra con los chicos enviados, cada uno en su literatura. Iban ligeros. No es que tuvieran muchas pertenencias. Tenían lo que importaba y eso eran esos mismos. Siempre fuerón los tres, compartiendo el mismo destino. Instrumentos juntos en las diversas artes para ser las máquinas de matar perfectas. Doce y Tres siempre le habían escrito, siempre y cuando una orden no viniera de más arriba. Es momento era diferente. Los recuerdos de esa vista no dejan su mente. No iba a mentirse y decidir que eran almas inocentes de todos los pecados que el Hombre de Negro los obliga a comerter. Compartir la culpa hasta que pudieran redimirse.
—Bien, vamos. Las alarmas sonarán cinco minutos despés de que salgamos; tenemos que llegar al muro—. Ese muro, el cual nunca había cruzado consientes, pares para cada una de sus misiones eran pocos conscientes en el lugar donde tendrían que realizar las tareas impuestas por su amo. En todos sus años de vida, nunca había salido del cuartel a conciencia y, hasta ese momento, ese muro era una esperanza a la que apegarse. Siete no sabe qué había detrás, ni por qué la idea de crucero se había plantado en su mente. Ya no había marcha atrás.
Doce fue quien abrió la puerta y se asomó para ver que no hubiera nadie. Signó «sigamos» con sus manos, y Tres y Siete lo seguieron. Doce era el mejor en esto, como un gato moviéndose en la oscuridad, sin duda su terreno, y tanto Tres como Siete confiaban para seguirlo a ciegas. La oscuridad difíciltaba la comunicación con Doce, pues no podían ver bien los signos de sus manos. Había encontrado otras formas, un lenguaje que solo los tres pudieran entender. Cruzaron el pasillo con la ayuda de Doce y llegó a la puerta principal. Fue el turno de Tres de burlar la seguridad. Escribió un código madre en el tabla de la puerta y con un pitido como el de un microondas se abrió. Frente a los ojos de los chicos, el denso bosque que rodeaba el cuartel. No lo pensaron dos veces antes de echar a correr,conciencias del corto tiempo de ventilación que tenían antes de que la alarma se accionara y advirtiera al Hombre de Negro de su escape. Fue una suerte que fuera de noche, si no, la luz del sol les hubiera cegado por completo. La luna, una buena aliada para correr entre los árboles. Siete se detuvo cuando escuchó un grano a medio salir; Tres colgaba de uno de los árboles con una cuerda por el tobillo. Trampas. Era claro que le había tomado por sorpresa para una persona experta en burlarlas. Por supuesto que no les sería tan fácil salir de allí. Siete, saco su cuchillo y corto la cuerda. Tres, sin ayuda en una maniobra, cayó de pie.una buena aliada para correr entre los árboles. Siete se detuvo cuando escuchó un grano a medio salir; Tres colgaba de uno de los árboles con una cuerda por el tobillo. Trampas. Era claro que le había tomado por sorpresa para una persona experta en burlarlas. Por supuesto que no les sería tan fácil salir de allí. Siete, saco su cuchillo y corto la cuerda. Tres, sin ayuda en una maniobra, cayó de pie.una buena aliada para correr entre los árboles. Siete se detuvo cuando escuchó un grano a medio salir; Tres colgaba de uno de los árboles con una cuerda por el tobillo. Trampas. Era claro que le había tomado por sorpresa para una persona experta en burlarlas. Por supuesto que no les sería tan fácil salir de allí. Siete, saco su cuchillo y corto la cuerda. Tres, sin ayuda en una maniobra, cayó de pie.
—Ten más cuidado —le advirtió Siete sonando severo.
—Lo sé, solo que no lo sentí. Están muy bien puertas —respondió claramente avergonzada. Ante eso, Siete se concentra nuevo en su conocimiento. Les habían enseñado a evadir trampas, intuir dónde estaban colocadas y cómo salir de ellas. Si el Hombre de Negro las había colocado, era claro que espera que hicieran las cosas que se les enseña a hacer, lo que les haría complicado evitarlas.
Doce le tocó el hombre para llamar su atención y le señaló hacia el suelo un poco delante de ellos. Casi no se aprecia, pero era claro que no formaba parte del suelo, lo que significaba que había una trampa en ese lugar. Siete no podía decidir cuanto estaría disponible el Hombre de Negro en dañarlos para recuperarlos, pero sin duda, bajo esa trampa, no creía que hubiera algo acolchonado y mullido.
—¡El muro! —exclamó Tres señalando la limpieza vista a lo lejos. No más de medio kilómetro. Doce y Tres ya iban preparando las cuerdas con los ganchos para escalar. Siete se detuvo deslumbrado por la posibilidad de salir frente a sus ojos, cantando victoria mucho antes de tenerla. Su atención fue traída de vuelta cuando visualizó un punto rojo en la espalda de Doce. Corrió para interponerse entre su compañero y la luz, esperando oír la detonación mientras dejaba de adelanzar, dispuesto a convertirse en el blanco para que Doce y Tres pudieran escapar.
Escucho el disparo, pero no logro querida. El cuerpo de Doce lo había tirado al suelo y ambos rodaron lejos de donde estaba parado inicialmente.
Idiota
Movió sus manos tan rápido que por poco no le entendía. Doce lo estaba regañando por hacer algo estúpido. Le tomó de la pecherá y lo levantó del suelo para comenzar a correr de nuevo.
Los tres empezaron a correr zigzagueando en el prado para evitar ser dados por los tiradores del Hombre de Negro. Doce venía en la retaguardia; Tres a la cabeza y Siete en el medio. Siete se sentía libre, como si fuera la primera vez que luchaba por algo suyo. Miles de cosas pasaron por su cabeza, aunque sabía que era momento de mantener la mente fría, algo que no podía hacer desde el incidente en su cabeza. Las voces, las sombras pasando por el rabillo del ojo, solo que esa vez no fue cosa de su mente; de saberlo, hubiera podido anunciar a Doce cuando el perro dóberman se lanza a su abrazo. Una bestia testaruda de mandíbulas fuertes que no lo soltaría hasta que su amo lo ordenara. Algo dentro suyo se activa y se mueve sin pestañear, tomando el cuchillo que guardaba en la espada baja.Sin ponerse a pensar en la vida inocente de un perro que solo sigue las órdenes de su amo, porque es lo único que sabe hacer, porque fue entrenado para eso.
El filo del cuchillo cortó su cuello y Doce pudo sacar su brazo de sus fauces y continuar corriendo sin mirar atrás. Siete sintió la sangre por sus manos, y espero que esa fuera la última vez que tuviera que provocar un color tan rojo como lo era el de la sangre. Tres fue la primera en lanzar el gancho en el muro y comenzar a escalar. Era un muro alto por lo que ni se detuvo a esperarlos. Podría ser más de ayuda estando allá arriba.
El brazo de Doce estaba lastimado. Le costaría subir. Goteaba sangre y con algo de mala suerte, el perro le habría abandonado algún músculo. Siete le hizo un escalón con su mano para que apoyara el pie y así impulsarse ahorrándole al menos algunos metros de cuerda. Siete no vio en Doce ninguna mueca de dolor cuando escaló con su brazo en mal estado. La sangre de la mordida goteaba hasta el codo de Doce, tanto que algunas gotas cayeron en la cara de Siete, deslizándoe por la cicatriz del puente de la nariz hasta sus mejillas. Tres le tendió la mano a Doce cuando llegó al final del muro y fue cuando Siete comenzó a escalar, casi muy a tiempo para que un perro no le mordiera el tobillo. Pataleó golpeando a algo en el hocico y este se alejó chillando. Sus dos amigos le ayudaron a subir lo último que faltaba, tendiéndole sus manos.Cruzó una perforación por el otro lado del muro y una fuerte brisa húmeda les golpeó el rostro. Sus ojos fuerón deslumbrados por las luces de la ciudad. Lo único que los separaba del conjunto de edificios era un cuerpo de agua que rodeaba la isla. Siete miró a sus compañeros y sin decidir nada, los tres saltaron al agua en camino a su libertad…
♪-Tres días Grace-Break
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