Habían pasado cuatro semanas desde su escape. Adaptarse a la nueva normalidad fue complicado. Eran fantasmas en la sociedad, sin nombre, sin documentos, sin nada que afirmara su existencia más que la misma. El mundo real no funcionaba como dentro del cuartel. No era nadie. Pronto se dio cuenta de que las "personas de la calle", otros, quienes por circunstancias de la vida tuvieron que vivir en la calle con cuidados, no eran personas deseadas para los demás. El mundo seguía dividido en rangos.
Sin la identidad que les había arrebatado el Hombre de Negro, Siete tuvo que recurrir a robar para alimentar a él y sus compañeros. Gracias a sus habilidades, fue tan simple como respirar.
Se había establecido en una fábrica de colchones abandonada. Aún quedaban algunos de los ejemplos que antes se fabricaban y por las noches se acostan en uno de ellos en la azotea a ver las estrellas. Las primeras veces la vista fue hermosa. Nunca dejaría de serlo.
Siete sabía que, si querían deslindarse por completo del Hombre de Negro, debían alejarse de todo lo que era y ser algo nuevo, no las armas que el hombre había creado. Pero, ¿cómo ser algo nuevo, cuando su especialidad era ser el maestro del disfraz? Siete no sabe identificar qué es ser él mismo, y no solo una nueva identidad obligada a tomar por el bien de una misión.
Siete compartió esas inquitudes con sus compañeros y en una noche de esas decidieron elegir sus nombres, nombres de persona normal y no solo números que dictaban su rango en el cuartel.
Siete recordó el primer día que pisaron tierra, cerca de un basurero, y el tesoro que allí había encontrado. Las revistas con dibujos y viñetas tiradas en una pila, comics. La primera vez que fuerón expuestos al entretenimiento de ese tipo. Fascinados por las historias narradas, Tres fue la primera en elegir, señalando la viñeta sobre el dibujo, el cual comparte sus rasgos de cabello rubio.
—Erika, mi nombre será Erika —declaro sin apartar la mano del dibujo de la página del cómic medio arrugada.
¿Por qué es rubia?
Pregunta Doce con su lenguaje de señas. La chica negó con la cabeza.
—No. Porque el número tres se parece mucho a la letra "e" cuando está al revés.
Siete, busco en el cómic que sostenía... —Bueno, entonces, siguiendo esa lógica... —ojeó las páginas hasta encontrar un nombre que su inicial se parecía a un siete. —Yo seré Jason.
Un par de ojos se posaron en Doce. Este se encogió de hombres, como si no estuviera interesado. Siete podía saber que debido a su condición no necesita alguien que lo llama por su nombre.
Erika y Jason no estaban de acuerdo con eso.
—Vamos, todos debemos tener uno— insistió Erika y le acercó unas de las páginas sueltas de los comics que encontraron en la basura. Doce rodó los ojos y buscó. Tanto Jason como Erika sonrieron al ver el nombre que señalaba.
Había elegido un nombre con R, por el parecido de la letra con el número, al igual que sus compañeros.
—Es un gusto conoceete, Ritcher.

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