I
—De verdad… ¿De verdad esta es nuestra casa? —balbuceó Luis, sumamente impresionando ante la majestuosidad de aquel edificio.
—Este es el templo de los Guardianes Místicos, situado en la isla de Argadnel desde tiempos ancestrales—explicó el capitán Kenneth, mientras guiaba a los muchachos en el interior de dicha construcción, todavía más grande y laberíntica de lo que parecía ser por fuera—. No es un templo común y corriente hecho de materia inmóvil, sino que todo aquí posee su propio espíritu en cierta manera…
—Un momento… ¿Quieres decir acaso que este lugar está vivo? —preguntó Alex.
—Sí, y no exactamente…Es una construcción mutante, que se mantiene en perpetuo cambio, a fin de poder ir almacenando la sabiduría y experiencia de infinidad de mundos, incluyendo el suyo…
— ¡Ah, debe ser por eso que se parece a una iglesia de la Tierra! —comentó Luna, quedándose admirada al contemplar las bellas pinturas que adornaban el techo y paredes de tan magnifico santuario.
—Está aprendiendo muchas cosas de nuestro mundo, al parecer…—rio Raúl, al ver reconocer en algunos de los murales a personajes salidos de la cultura popular, como Mickey Mouse o el gato Garfield, representados con una reverencia casi digna de una escena bíblica.
— ¡Ahí está el Chavo del Ocho! —rio Luis, señalando uno de los frescos en el techo.
— ¡Y allí Bob Dylan, con una lata de coca cola en la mano! —agregó Alex, señalando a otro mural.
“¡Vaya manera de estropear el misticismo del lugar con cosas semejantes!” suspiró Luna, un tanto decepcionada.
II
Luego de llegar hasta una cámara donde se hallaba una enorme réplica de la Piedad de Miguel Ángel, Kenneth introdujo una llave plateada con forma de cruz en una de las columnas, revelando así un pasaje subterráneo que desembocaba en un espléndido bosque iluminado por numerosas esferas flotantes, semejantes a estrellas en miniatura, cuya luz le daba al lugar una atmosfera ilusoria, como surgida de un cuento de hadas:
Y era precisamente un hada quien les salió al encuentro, nada menos que la bella Rakhna, novia del Capitán Kenneth, quien cargaba en brazos a un hermoso bebé de oscura cabellera.
— ¡Al fin te apareces tú! ¿Se puede saber en dónde andabas metido mientras yo andaba ocupada con los niños?
— ¿Niños? ¿Acaso ya tiene hijos, Capitán Kenneth?—preguntó con gran sorpresa Luna.
— ¡No! ¡No es lo que ustedes creen, se los aseguro!
— ¡No son nuestros hijos, pero igual tenemos que criar a estos benditos bebés! —Explicó Rakhna—. ¡Tenemos tres a nuestro cuidado, y vaya que son revoltosos!
— ¿Por qué están cuidando bebés? ¿Acaso la Dama Lavinia ha decidido poner una guardería en el templo, acaso? —preguntó Alex.
— ¿No lo recuerdas? ¡Ustedes solicitaron que todos los berserker fuesen convertidos en parte de la escolta de guardaespaldas de la Dama Lavinia! Desde entonces, se les ha encomendado a muchos paladines la tarea de traer a cualquier persona aquejada de dicha condición a este templo para que podamos entrenarlos debidamente… ¡Pero resulta que casi todos esos berserkers son bebitos con apenas un par de meses de vida!
—Ahora que me acuerdo… ¡Fue tu idea que todos los berserker fuesen convertidos en guardaespaldas de la Dama Lavinia, gordo! —se apresuró en señalar Luna.
—Es que… ¡Es que yo pensé que si no proponía una cosa así, otras personas con la condición de berserkers serían sometidas a crueles experimentos, justo como le pasó a usted, Capitán Kenneth! —Se defendió Alex—. ¡Jamás me habría imaginado que las cosas iban a resultar así!
— ¡Tampoco yo! Pero tienes razón…—repuso el Capitán Kenneth—. Estos pobres niños son clones traídos de laboratorios clandestinos manejados por criminales… ¡Es muy probable que les hubiesen sujeto a todo tipo de cosas horribles a fin de potenciar al máximo su capacidad de destrucción!
—Bueno, al menos con nosotros la capacidad de destrucción de estos chiquitines se mantiene un poco a raya…—dijo un imponente hombretón que les salió al paso, todo lleno de moretones y con la ropa desgarrada.
— ¡Capitán Medved! —le reconoció Raúl, notando repentinamente que el recién llegado cargaba a sus espaldas por medio de un manto multicolor a dos preciosos bebés idénticos al que Rakhna traía en brazos.
— ¡Qué lindos nenes! —no pudo evitar comentar una enternecida Luna al verlos.
— ¡Claro, ahora que estos dos están así de tranquilitos parecen ángeles salidos del Cielo! —Comentó el capitán Medved, de forma malhumorada—. ¡Pero si supieran todo lo que me ha costado dormir a este par de diablos en miniatura, DEFINITIVAMENTE no pensarían lo mismo, se los aseguro! ¡Bednyy ya!
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