Los chicos y Enji dejaron la granja tratando de hacer el menor ruido posible, sin ser visto nada más por unas remolonas criaturas semejantes a hipopótamos lanudos que pastaban en los alrededores, los cuales apenas si se dignaron a dirigirles una adormilada mirada en cuanto pasaron a su lado.
— ¿También estos son animales mágicos? —preguntó Alex en voz baja.
—No—respondió Enji—. Son animales de granja, llamadas Meekus…Son como las ovejas de tu mundo, las crían más que nada por su lana. No son muy listos, la verdad. Se pasan todo el día espantándose las moscas con la cola…
Pese a todo, dichos seres lucían bastante adorables, al punto que Luna quiso acariciar a uno de estos bichos, cambiando inmediatamente de idea en cuanto el Meeku en cuestión pegó un tremendo bostezo que dejó a la vista sus enormes dientes, dignos de una máquina trituradora.
“¿Por qué un animal que come hierba necesitaría dientes así?” no pudo evitar preguntarse Luna, aunque prefirió no saber la respuesta a tales cuestiones.
Por fin, una vez se encontraron de vuelta en la parte superior del templo, Enji se valió de su magia para transformar su atuendo en el uniforme de un guía turístico, haciendo aparecer en el lugar a una inmensa bestia cánida de cuerpo alargado y numerosas patas.
— ¡Vamos chicos! ¡Todos a bordo del perro-oruga! —exclamó Enji, subiéndose a la peluda cabeza de aquel extraño ser.
—Este… ¿Seguro que este animal no muerde? —preguntó Luis, quien le tenía cierto temor a los perros.
— ¡Para nada! ¡Murzim es el perro-oruga más bueno que existe! ¿Verdad que sí, grandulón?
Como respuesta, dicha bestia dio un enérgico ladrido que hizo eco en las paredes del Templo de los Guardianes Místicos, dándole además a cada uno un amistoso lengüetazo que los dejó cubiertos de baba.
— ¡Guácala! —protestaron al unísono Luis, Luna y Alex; Raúl por su parte, también estaba un poco asqueado, aunque prefirió no tomarse el asunto demasiado en serio, rompiendo a reír, actitud que desconcertó un poco a sus compañeros, aunque al final todos terminaron riendo también, mientras subían a lomos del inmenso perro-oruga.
— ¡Un poco de baba nunca le ha hecho mal a nadie! —Comentó Enji, limpiando a los chicos de toda viscosidad con un simple tronar de dedos—. ¡Ahora vengan conmigo, que tengo una sorpresa para los cuatro!
A pesar de su gran tamaño, Murzim fue capaz de desplazarse por las diferentes cámaras existentes en el Templo de los Guardianes Místicos con increíble velocidad, yendo a través de al menos unas 124 estancias en apenas cuestión de minutos: Dicho recorrido le permitió además a los chicos descubrir que ese santuario era todavía más grande de lo que ellos imaginaban, siendo algunos de sus aposentos lo bastante extensos como para albergar en su interior a una ciudad entera.
— ¡Creo que toda Lima podría caber aquí! —dijo Luis, de forma admirada al término de aquella fugaz pero impresionante travesía.
— ¡Eso no me sorprendería! —Contestó en seguida Enji—. ¡Después de todo, el Templo de los Guardianes cumple también la función de refugio para los habitantes de aquellos mundos que hayan sido devastados por los demonios de la Anti-Vida! ¡La Dama Lavinia les permite permanecer aquí hasta que hayan encontrado un nuevo planeta para vivir!
— ¿En serio? ¿Y qué tal si decidieran quedarse aquí para siempre? —cuestionó Luna.
—Como dijo el capitán Kenneth, este lugar tiene su propio espíritu y voluntad: Es el templo mismo el que decide a quién acoge y a quien no… ¡De momento al menos, a mí no me ha expulsado, ni siquiera después de las pequeñas remodelaciones que decidí hacer en algunas de sus habitaciones vacías!
— ¿Remodelaciones?
— ¡Sorpresa! —Les dijo Enji a los chicos, ordenando a Enji detenerse en una habitación blanca con cuatro puertas, cada una de las cuales se encontraba adornada con el símbolo correspondiente al de cada Guardián Místico—. ¡Me tome la molestia de prepararles unas pequeñas «suites» especiales para cada uno, a fin de que disfruten un poco más de su estadía en este mundo! ¡Espero que sean de su agrado!
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