Jason nunca sospechó que la mirilla de un rifle y la de su cámara fotográfica compartieran un parentesco secreto. A través del cristal de su objetivo, el mundo se transformaba en una sinfonía de detalles, una partitura visual que solo él podía interpretar.
La universidad, con su campus extenso y sus rincones escondidos, se convirtió en su telón de fondo. Jason, con su cámara colgada al cuello, vagaba como un perro perdido entre los edificios de piedra y los jardines bien cuidados. La mirilla era su ventana a un universo paralelo.
La tarea encomendada por el profesor era simple, pero desafiante: capturar la foto perfecta. Jason se sumergió en su búsqueda, persiguiendo momentos efímeros como un cazador a su presa. En busca de una musa, como lo fue una vez la luna. Recordó la primera vez que la vio, simplemente al girar la cabeza hacia el cielo el día de su escape. ¿Podría capturar esa misma magia en una imagen? O mejor aún, podría volver a proyectar ese brillo en sus ojos, como los de un niño soñador.
Jason pensó en muchos escenarios que le gustaría fotografiar. A sus amigos: Ritchie y Erika, el área verde del campus, las líneas de la carretera, el cielo, las aves. No todo era belleza y camaradería. Jason sabía que no estaba allí para disfrutar. Era un observador clandestino, un espía de emociones y secretos. Los encargos del Hombre de Negro lo ataban a una realidad sombría. Cuando cerraba los ojos, se imaginaba como uno de los chicos del club, una persona normal con una vida sencilla. ¿Podría reconocerse al espejo si fuera así?
El incidente de hace unos días con el sabotaje de la obra lo hizo cuestionar su existencia. ¿Podría ser perdonado por sus pecados? ¿Qué lo diferenciaba del Hombre de Negro, ese oscuro titiritero que movía los hilos de su destino? La voz en su cabeza, cruel y despiadada, le recordaba su monstruosidad. "Estás podrido", susurraba.
Habían elogiado su talento; lo habían llamado prodigio. Pero Jason sabía que su facilidad para ver más allá de lo evidente también lo alejaba de la normalidad. La primera vez que pensó en escapar al mundo exterior, la emoción lo embriagó. En ese momento, desde su posición elevada en el campus, veía a los estudiantes como extraños. No pertenecía a su mundo. Jamás sería parte de ellos.
Así, con la mirilla como su única compañera, Jason continuó su búsqueda de la foto perfecta, atrapando fragmentos de vida en su sensor digital. Vidas que nunca podría vivir. ¿Quizás, en alguna imagen, encontraría respuestas a sus preguntas? O tal vez solo hallaría más enigmas, más sombras en su alma errante.
Jason se apoyó suavemente contra el árbol. Sus ojos escudriñaban las alturas en busca de la silueta perfecta de un ave para capturar a través de su lente. Con paciencia, ajustó el enfoque hacia las frondosas copas, donde las sombras jugaban al escondite con los rayos del sol.
Con la cámara en mano, Jason giraba lentamente, buscando ese instante en que a un ave se le ocurriera surcar el cielo, esa fracción de segundo digna de inmortalizar. Y entonces, en medio de su danza con la naturaleza, su mirada se detuvo, no en un ave, sino en Alex.
Allí estaba Alex, el ex jugador de voleibol, sentado en una banca del campus, sumergido en un frenesí de palabras y pensamientos. Su pluma volaba sobre el papel, como si estuviera en un partido decisivo, donde cada palabra era un saque, cada frase un remate. No estaba resolviendo ecuaciones ni redactando un ensayo; era un diálogo íntimo, un monólogo que exigía ser liberado y plasmado en el papel, como si su alma dependiera de ello. Tomaba apuntes de saber qué cosa, como loco.
Jason no podía dejar de mirar. Alex mantenía el ceño fruncido mientras sus ojos pasaban por cada renglón. Sus dedos estaban rojos de tanto apretarlos contra el bolígrafo. Para ese grado, escribir ya debería ser doloroso, pero nada lo detuvo.
Suspiro. Entrar a la carrera de fotografía le fue mucho más útil de lo que pensó, y hasta el momento lo sentía su único acierto en toda la misión. Antes de que pudiera sentirse un acosador, fue llamado y tuvo que apartar la mirilla de Alex.
"¡Clic!"
—Hola, te buscábamos para almorzar juntos. — Archie tocó su hombro para asegurarse de que le estuviera poniendo atención. Aún mantenía en su mente la imagen de Alex a través de la cámara.
—Estaba en medio de una tarea, pero ya estoy libre. —Apagó la cámara y la dejó colgada a su cuello.
—Entonces vamos. Es martes de palitos de pescado —dijo animadamente por el platillo que servirían. Archie lo encamino hacia donde estaban las chicas esperando a que se les unieran.
—Aún siento que huelo a sangre. — Cass, que al ser la más cercana a Jason en escena, fue la segunda persona que más se llenó de sangre.
—Con suerte, y si estamos en un apocalipsis zombi, seamos inmunes por el olor a muerto —comenta Archie oliéndose. Seguramente ya no había nada ahí, pero los demás estudiantes seguían mirándolos como si siguieran bañados en sangre.
—Y si les gustase el cerdo, seríamos comidos. —agregó Viky.
Jason ignoró la conversación de los dos, cuando comenzaron a hablar de zombis y crearon su universo, donde estos comían humanos por la similitud de la carne humana con la de los cerdos y cómo el virus pudo surgir en un matadero.
En cambio, Jason se enfocó en la conversación que mantenían Sally y Cass.
—Sigues triste por lo que pasó —era una clara afirmación por parte de Cass.
—No, no me deprimí — le aseguró Sally sin siquiera voltear a ver a su amiga. Miraba hacia un punto fijo en el camino, como si no estuviera del todo dentro de la conversación.
—El decano estaba muy molesto y dijo muchas cosas. Es natural que...
—No me importa. Ya estoy pensando en lo que haremos. Pedí orientación a otros grupos de teatro de otras escuelas. — Su visón regresó hacia su amiga y su ánimo cambió de inmediato. — Todos concordaron con una cosa y es que debemos hacer el espectáculo a los gustos del público. No todos comprenden Hamlet. Debemos hacer algo original.
—Yo creo que nuestra versión sangrienta de Hamlet fue genial. ¿Cierto, Jason? —Archie dio una palmada amistosa en el hombro de Jason, reintegrándose a la conversación con entusiasmo. Jason se giró para asentir, pero su respuesta fue interrumpida por un grupo de jóvenes que irrumpieron bruscamente en su camino, empujándolos a un lado con desdén.
Oink, oink, oink
Uno de los muchachos se mofó, imitando el gruñido de un cerdo mientras fijaba su mirada en Jason, aunque el desprecio era para todos.
— Me parece que algo apesta por aquí, muchachos.
Jason, con la dignidad intacta, optó por ignorar la provocación y siguió adelante. Era la misma burla infantil que habían soportado desde aquel incidente de sabotaje. Los compañeros de Jason también hicieron oídos sordos, manteniendo la compostura.
—¿Y la cubeta, Carrie? —el provocador continuó, siguiéndolos con la esperanza de incitar una reacción. El decano ya les había advertido que no toleraría más altercados.
Las burlas no cesaban, apodando a Jason como "Carrie" y remarcando un inexistente mal olor. Habían enfrentado tantas situaciones similares, que ya era un desafío no girarse y confrontarlos. Jason notó la mirada desafiante de Archie, listo para el conflicto, pero Sally lo sujetó. A Sally parecía no importarle, y si a ella no le importaba, Cass tampoco se inmutaba. Archie, a pesar de sentirse irritado por las burlas, prefería desviar la atención con un chiste oportuno, y Viky simplemente se dejaba llevar, ajena a las preocupaciones. Para Jason, ¿qué significaba un poco más de sangre en su historial?
Con paso firme, se alejaron hasta que los provocadores quedaron atrás. Al entrar en la cafetería, compraron algo de comer y se dirigieron a una mesa vacía al fondo del local. Mientras saboreaban sus alimentos en silencio, Sally rompió el hielo e inició una nueva conversación.
—Escribiré nuestra propia obra y, para hacerlo más dinámico, podemos hacerlo un musical. Archie, tú tocabas la batería, ¿cierto?
—Bueno, el término correcto sería. Encontré una batería en la basura y la reparé. Saber tocarla es otra cosa, pero sí, intenté aprender hace tiempo. —Respondió sumergiendo una papa frita en el helado. Cass hizo una mueca de asco. Sally pareció no darse cuenta.
—Pues eso bastará, tendrás mucho tiempo para afinar detalles. ¿Alguien más? —preguntó mirando al resto.
—Sé un poco de guitarra, mi hermano mayor me enseñó —aportó, Cass
—¿Cuál de todos? —quiso saber Archie, pero fue ignorado. — Cass es la menor de siete hermanos varones. —informó a Jason.
—Flauta —agregó Viky antes de volver a sumergirse en su teléfono móvil sin tocar los wafles en su plato. La nieve se le estaba derritiendo.
—Eso es fantástico. Podemos agregar música a nuestras obras. Yo voy a tocar el bajo y Jason... ¿Sabes algo de instrumentos?
Ciertamente sabia. Fue inculcado en muchas artes, dentro de ellas la música. Todo con un fin de poder adaptarse a cualquier situación requerida. Cuando lo había aprendido, se sintió feliz. Era algo que no incluía un cuchillo o un arma, tampoco la manipulación ni el engaño. Pero solo era una pieza clave de esto. Saber muchas cosas te habría muchas puertas, pero para él, las puertas eran abiertas para dejar pasar al asesino.
—Sé tocar el piano, pero puedo aprender otra cosa si les sirve. —decidió responder finalmente. Tamborileó sus dedos sobre su pantalón bajo la mesa ante el recuerdo de la vara que usaba el Hombre de Negro cuando tocaba una nota mal. Fue como revivir el dolor al recordarlo. Archie lo sacó de sus pensamientos.
—Con qué el piano, ¿eh? ¿Eres un chico rico? No lo pareces—lo observó Archie. Jason se mantuvo en silencio ante el análisis visual de Archie. —¿Te enseñaron tus padres o tuviste un maestro?
Jason había aprendido que la clave para mantener una mentira era no mentir. No al menos del todo. Solo revelar información ambigua que era parte de ti. Así podrías evitar olvidar detalles a futuro para no contradecirte en la historia.
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