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BAJO EL TELON DE LAS MASCARAS

AUTOMATAS 11

AUTOMATAS 11

Aug 01, 2024

—Bien, oficialmente, hoy termina mi tolerancia —rezongo, Alex, arrojando una piedra hacia una lata de soda en el suelo como si fuera lo más interesante… Jason se dejaba llevar por el continuo sonido rítmico de la piedra, golpeando el aluminio. —Cuando lo dijiste parecías tan seguro. "Únete, no tienes opción" —arremeda a Jason haciendo una muy buena interpretación. Aunque un poco exagerada. Jason no se ofendió ante la mofa del Alex: —Ni siquiera son un grupo registrado.

Jason no sintió culpa. Aunque debía reconocer que fue muy impulsivo de su parte intervenir en la pelea y, por consecuencia, hacer que se uniera al club. Hasta a él mismo le sorprendía ese comportamiento.
Alex se levantó; fue entonces cuando Jason volvió a prestar atención en la persona y no en las latas.

—¿A dónde vas? —quiso saber. Estaba disperso. Se había tomado un tiempo en su mente para celebrar el pequeño acercamiento a su objetivo. Eso, y que creyó poner un alto a Nico. Si después de lo que le había dicho seguía molestando, debía reconocer al chico. Usualmente, cuando perfilaba a las personas, estas se alejaban incómodas de él. No capaces de procesar las verdades de su conducta y muchas veces de su persona.

No solo el cuerpo de Jason era arma, su lengua también, y muy afilada. Era una lástima, no poder usarla mucho en las misiones.

—Iré a empacar mis cosas antes de que llegue el comunicado de expulsión.

—¿Por qué tienes menos tolerancia? —cuestionó Jason, torciendo su cuello hacia arriba para poder mirarlo cuando el chico se paró. No encajaba con el tiempo que le habían otorgado a él, siendo que fueron expulsados el mismo día y a la misma hora. Quizás Jason fue primero por unos minutos.

—Tuve algunos problemas de conducta que me bajaron puntos. Ya no importa —se encoge de hombros y sacude sus pantalones. Jason no creía que pudieran ser más que los suyos, pero no dijo nada.

Archie se levantó igual. No les había dicho nada en todo el rato. El club se había sentado como de costumbre en la banqueta fuera del salón para pasar el rato cuando no se hablaba de cosas del club, salvo que nadie decía nada.

—Bueno, fue un placer conocerte. Traza bien la ruta de nuestro destino — Archie le tendió la mano a modo de saludo. Alex la tomó sin comprender a qué se refería.

Archie lo estaba viendo como el final destinado a todos cuando terminara su tolerancia para encontrar un club.

Las cosas no podían terminar así. Pensó Jason. Había obtenido un logro. Pese a las dificultades para su misión, lo había logrado por mérito propio, sin usar las técnicas y artimañas que se le habían impuesto en su entrenamiento con el Hombre de Negro. Eso le llenaba de orgullo, deslindarse de su captor y de las cosas que hizo en contra de su voluntad. Tendría que hacer algo. No podía simplemente dejar que se le escapara de las manos justo cuando había avanzado tanto.

—Quizá, si hablamos con el decano… —trato de proponer.

—No tienes mucho caso. De todas maneras, había pensado en dejarlo hace tiempo… — Jason observó, con una mezcla de incredulidad y asombro, cómo Alex, con un gesto de resignación, anunciaba su intención de abandonar. La piedra que había estado golpeando la lata de soda yacía olvidada, un eco silencioso del cambio repentino en el aire.

¿Desertar? ¿Ahora?, pensó Jason, su mente luchando por comprender. Las palabras de Alex resonaban en su cabeza, cada sílaba, un martillazo que desmontaba las certezas que había construido. "Únete, no tienes opción", había dicho con tanta seguridad. Ya no lo creía así; la firmeza de esas palabras se desvanecía ante la realidad de la duda y la deserción. Todo por haberse dejado llevar y no ir un paso más adelante.

Un silencio pesado, cargado de preguntas sin respuesta. "¿Por qué?" ¿Qué pasaba en su vida para cambiar de un día a otro? Quería gritar, pero las palabras se quedaban atrapadas en su garganta. La confusión lo envolvía como una niebla.

¿Quién se ocultaba tras el rostro inerte en las fotos? Ese joven de mirada taciturna, ¿era acaso el Alex que una vez irradió alegría? Jason, ajeno a su misión, sentía una curiosidad inusitada. Ese interés repentino era un enigma para él; le impedía continuar con su mandato. No podía concebir la idea de que Alex dejara la institución; enfrentarlo en otro contexto sería un desafío mayor.

El murmullo de las voces de los chicos se perdía en la lejanía y Jason exhalaba un aliento que ignoraba retener. Liberado el aire, sus pulmones parecían debatirse entre conservarlo o vaciarse por completo. Con un gesto de angustia, Jason se llevó las manos a la cabeza con dolor y, entre la neblina de sus ojos, vislumbró sus palmas teñidas de carmesí. 

—Jason —la voz de Alex resonó. Sin girarse, lo primero que hizo Jason fue inspeccionar sus manos, buscando la certeza de su limpieza.

— ¿Qué sucede? — Finalmente lo miro. Cayó en cuenta de que todos habían entrado al desván y solo Alex se había quedado para esperarlo.

—Sally llegó, quiere hablar con nosotros.

—No piensas irte aún, ¿verdad? —Había sonado más necesitado de lo que esperaba. Aquel tono en la voz de Jason desconcertó a Alex, más no dijo nada. Jason lo agradecía.

—Me quedaré a escuchar lo que la presidenta tenga que decir. ¿Vienes?

— Sí…

Dentro de la bodega, los chicos se habían reunido como de costumbre. Sentados alrededor de la nada, pues los puff siempre estaban en círculo, dejando un espacio en medio para quien quisiera ser el centro de atención. Usualmente nadie lo ocupaba.

Alex aún no tenía su propio puff, así que se acomodó en el suelo junto a Jason, apoyándose en la parte del respaldo donde Jason descansaba su espalda. La proximidad del brazo de Alex a escasos centímetros de su nuca provocó en Jason una extraña sensación. Su cuerpo parecía reaccionar ante la cercanía, como si una corriente eléctrica recorriera su piel.

Sally, por su parte, se colocó en el centro del círculo formado por los puffs. La energía que emanaba de ella era palpable, como si el peso de un secreto guardado durante mucho tiempo pudiera causarle un daño mortal. Los demás observaban con curiosidad, preguntándose qué ocultaba Sally y cuál sería el desenlace de todo aquello. El aire estaba cargado de expectación y misterio, como si estuvieran al borde de descubrir algo trascendental. 

—¡Chicos, chicos! ¡No van a creerlo! —daba pequeños saltitos de felicidad. Cass sonrió sabiendo que eran buenas noticias. La dejo mantener el misticismo por un rato.

—¿Qué pasó? —preguntó finalmente cruzando sus brazos, divertida.

Sally miró a cada uno de sus integrantes. Apretaba los labios, conteniéndose soltarlo. Hizo con sus manos un redoble de tambores en el aire y por fin lo soltó.

—¡SOMOS OFICIALMENTE UN CLUB! —gritó sacando toda conmoción y cuando calló, esperó reacciones similares de sus compañeros, pero no. Todos la miraron estupefactos.

Fue Archie quien habló primero.

—¿Qué? Pero no tenemos los miembros necesarios para registrarnos. — Miro a Alex como diciendo; no te ofendas.

—Yo también me sorprendí —toma asiento para comenzar a explicar cómo pasaron las cosas. — Anoche fui a dejar la petición de Alex para el club. Como de costumbre, el señor de Laurentes solo tenía que firmar y ya. Me dijo que me la entregaría firmada por la mañana. Al ir a su oficina, no lo encontré, así que fui a buscarlo. Al pasar por el tablero de rankings, el nombre de nuestro club estaba en el último lugar.

El tablero de rankings, una pizarra donde anotaban todos los clubs funcionando de la institución y su posición con base en los puntos recaudados por eventos y popularidad. Se hacían cambios cada mes, aunque era muy raro que los clubs grandes y populares se movieran de su puesto. Demian le había explicado eso a Jason al apenas llegar.

—¿Segura?, ¿no lo confundiste con el club de monólogos? —cuestionó Cass. Nadie se lo creía. El tan ansiado registro oficial.

—No, no, dice el Club de teatro número dos. Mi nombre como presidenta en el borde. Revisé tres veces y le tomé foto por si desaparecía.

—¿Cuántas posibilidades hay de que esto sea una broma? Nos han estado acosando desde el día que representamos el quinto acto. —Desconfió Viky. Era justificada su desconfianza después de lo que habían hecho.

—Hay que hablar con el decano. Tenemos pruebas de que el cartel está ahí. Si se trata de una broma, podremos demostrarlo. — Propuso Cass, envalentonada de la posible evidencia. Jason no estaba muy seguro de que pudiera funcionarles después de que no les dieran el beneficio de la duda. 

—Sí… No creo que sea a la persona que más desea ver en este momento… —dijo Sally. De pronto, todas las miradas se posaron en Jason. Jason tardó en darse cuenta de lo que significaba.

—¿Yo? ¿Por qué yo?

—Porque, querido amigo, tiene menos tiempo aquí y eres, seguramente, el que menos ha hecho enojar al decano —Archie explicó sin una gota de vergüenza por la tarea que le estaba encomendando. 

—Sigue creyendo que eres el culpable del baño de sangre. Pero seguramente te tolera un poco más —en cuanto a Sally, si ese era su método de persuasión, no fue el más acertado para convencerlo. 

—¿Qué hiciste para enojar al decano? — Jason preguntó directamente hacia Archie.

—Explote una bobina del aire acondicionado. Estaba intentando repararla, pero terminé fundiendo la luz de todo mi piso.

Hubo un silencio donde nadie más dijo nada, como si todos guardaran una razón para ganar el enojo del decano. Por esa respuesta, Jason ya no consideró preguntar a los demás.

—Está bien, yo iré a hablar con el decano —dijo resignado, mirando sus zapatos. No quería alejarse de su blanco que era Alex, aunque tampoco es como que le estuviera poniendo demasiada atención antes.

—Así que… ¿Ahora soy un miembro? — Jason registró la voz de Alex hablándole, pero su mirada se distrajo al creer haber visto a Erika a través de la ventana por los arbustos. Eso no podía ser, ya que no la creía capaz de seguirlo hasta allí. Había dejado en claro que esa era su misión y, entre menos involucrados estuvieran, mejor. Aunque, claro, Erika era muy capaz de burlar la seguridad del instituto.

Jason volvió su atención a Alex en cuanto le tomó del hombro. Tal fue el estremecimiento por la repentina cercanía, que no supo reaccionar. Alex notó el tipo de mirada que le dedicó. Desconcertada, a medio atacar y huir. Se quedaron mirándose por varios minutos.

—Ya te envié la foto de evidencia —le recordó Sally y solo así pudo desviar la mirada de Alex para revisar su teléfono. Alex también miró la imagen antes mencionada por Sally. En efecto, estaban en la tabla de rankings.

Jason, en verdad, esperaba que no se tratara de una broma. Los chicos, en especial Sally, estarían muy desilusionados.

Se levantó, guardándose el teléfono y con ello tomó su mochila para dirigirse a la oficina del decano.

—No te olvides que hoy tenemos que ir al servicio. Te veo allá —le recordó Alex, imitándolo al tomar sus cosas. Jason no supo responder a eso. Era como quedar con alguien a encontrarse en algún lugar. Jason solo asintió.

Estar en ese lugar le trajo recuerdos. Solo había visitado la oficina del decano una vez. No se crea que Alex tuviera muchas más razones para pisar ese suelo. La conversación que se había cortado por la noticia de Sally lo dejó con muchas más dudas, dudas que quería aclarar lo antes posible. Podría aprovechar el servicio. Venía como anillo al dedo.

Esperaba que Alex estuviera más abierto a hablar sobre a lo que quería renunciar. Se había visto tan sombrío y cansado cuando lo mencionó. Alex era su puerta a la libertad, pero le estaba pesando el pensar en que podría ser quien apagara su llama al continuar con la misión.

—El decano ya puede verlo, joven Isaacs —le informó la secretaria, una mujer joven y de apariencia relajada. Llevaba su caballo rojo en una coleta con mechones despeinados que se volaban al pasar por la ventana cercana a la puerta de la oficina del decano. A Jason le recordó a una persona. No sabría decir si el sentimiento era grato o no.

Últimamente, estaba muy confundido. Últimamente pensaba demasiado. Debería estar feliz de poder hacerlo. Dejar que su cerebro maquinara libremente, pero luego llegaba la sensación de que aquellas maquinaciones no eran suyas. ¿Cómo saberlo? Había sido por tanto tiempo la persona que le ordenaron ser.

Con la incomodidad recorriéndole el cuerpo, Jason agradeció a la mujer y se adentró en la oficina; era tal cual la recordaba.

El hombre, tras el escritorio, mostraba un rostro más relajado, al contrario que había visto hace días. Le recibió con esa sonrisa jovial.

—¿En qué puedo ayudarte? —El decano alzó la mano para ofrecerle asiento. Jason lo tomó sin despegar los ojos de los del hombre.

—Mi club tiene una duda sobre lo que se muestra en el tablero de rankings, ellos creen…

—Oh, sí, felicidades por el nombramiento oficial como club —interrumpió a Jason antes de que pudiera terminar la frase. Jason alzó ambas cejas y abrió los ojos con sorpresa.

—Entonces, ¿es verdad? —cuestionó no convencido. —No tenemos los miembros necesarios.

—Los tienen —afirmó el decano mientras se levantaba de su silla giratoria para ir hacia la ventana. Se quedó ahí mirando el jardín, dándole la espalda a Jason. — Anoche, ya tarde, he de resaltar. El profesor De Laurentes apareció en mi oficina con la petición de registro. Al parecer había olvidado cierto apartado en el reglamento del instituto, donde estipula que el profesor encargado de dicho club cuenta como un miembro. El señor De Laurentes me lo recordó, haciendo validez de dicho apartado. El segundo club de teatro tiene derecho a ser registrado oficialmente como un club funcionando en esa institución. 

Fue difícil para Jason creer lo que estaba escuchando. Parecía ser la broma dentro de la broma. Que aquel hombre que nunca los había apoyado e intentó desanimarlos antes se hubiera tomado la molestia de buscar en los reglamentos para hacerse partícipe. Algo como esto debía tener una intención secundaria, porque para Jason, todos tenían una intención oculta tras sus acciones. Como autómatas, moviéndose hacia la dirección en la que fueron programados.

—Realmente espero que puedan darle un buen uso a esta oportunidad.

—Seguro que Sally lo hará —respondió Jason tratando de leer al decano. El hombre, como un viejo zorro astuto, se dio cuenta e interpuso una barrera, pasando una pila de papeles en medio de los dos para cortar el contacto. Había algo allí en sus ojos ante la mención de la presidenta.

—Si no hay más que aclarar, me temo que tengo demasiado trabajo.

Jason salió de la oficina con más dudas que respuestas. Intranquilo, con la sensación de que nada bueno podría venir de eso. Últimamente, su vida era como una torre de naipes; al caer una carta, toda la torre caería en consecuencia. Se sentía pesado, como estar nadando en un montón de tierra pantanosa donde se hundía cada vez más que alcanzaba un peldaño.


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