Al cabo de unos instantes, Waheela surgió en medio de una tremenda polvareda, acompañado por dos gigantescos hombres de piedra que traían cargados tanto al capitán Kenneth como al capitán Medved: Ambos colosos presentaban numerosos arañazos y quemaduras, producto de los ataques que todavía ejercían contra ellos tres pequeñas criaturas monstruosas cubiertas de pelaje rojizo:
— ¡Peyo malo! ¡Peyo malo! ¡Dame papá! ¡DAME PAPÁ! —decía uno de estos seres, saltando a los hombros de uno de los gigantes de roca, arrancándole un trozo de cuello de un solo mordisco.
Los otros dos monstruos, por su parte, emitían una serie de fulminantes descargas a través de sus ojos y boca, las cuales a duras penas conseguían ser repelidas por la barrera de protección de Waheela.
— ¡Orbis! ¡Tertius! ¡Por favor, ya no usen sus rayos destructores contra nosotros, o van a terminar rostizando a papi!—suplicaba desesperadamente el capitán Kenneth.
— ¡Y también van a rostizar a su pobre dyadya Medved! Ustedes no quieren eso, ¿verdad, chiquitines?
— ¡¡¡DAME PAPÁ!!!—rugieron feroces las tres criaturas, todavía descargando una serie de mortíferos rayos por los ojos, uno de los cuales por poco le da en la cabeza al infortunado capitán Kenneth.
— ¡Por favor! ¡No pueden llevarse a los dos! —Decía por su parte la pobre Rakhna, intentando darles el alcance tanto a los bebés transformados como a los colosos de piedra conjurados por Waheela—. ¡Yo no puedo sola con esta tarea! ¡Estos pequeños berserkers van a acabar conmigo en menos de un día!
—Ay, Dios mío…—atinó apenas a susurrar un anonadado Alex, al momento de presenciar semejante escena.
—Ahí están los tres angelitos, Uqbar, Orbis y Tertius, en su estado natural…—comentó Enji, meneando la cabeza—. ¡Si así son de bebitos, no quiero ni pensar lo temibles que serán cuando crezcan!
— ¡No olvides que todo esto fue tu idea, gordo! —Dijo Luna, dándole un codazo al estómago de su compañero—. ¡Mira lo que Rakhna y el capitán Kenneth tienen que pasar por tu culpa!
—Yo…Es que… ¿Cómo iba a saber que algo esto iba a pasar…?—pudo apenas balbucear el aludido, sumamente avergonzado.
—¡¡PEYO MALO!! —rugieron feroces los tres pequeños berserkers, abalanzándose sobre Waheela convertidos en una gigantesca bestia ígnea de tres cabezas.
Pero antes de que tuviese lugar un terrible enfrentamiento, la Dama Lavinia simplemente apaciguó a la bestia llameante dándole un ligero golpecito en su lomo, tras lo cual Uqbar, Orbis y Tertius volvieron a la normalidad.
— ¿Todo esto tiempo pudiste calmarlos así de fácil…?—inquirió desconcertado el capitán Kenneth, sin dar crédito a sus ojos—. ¡¿Tienes siquiera una remota idea de la pesadilla que ha sido para nosotros criar a estos tres bebés monstruo?! ¡¿Por qué no nos ayudaste antes si podías hacerlo?!
—No me corresponde a mí resolver tus problemas, ni los de nadie más. Mi única tarea es la de cumplir con la Voluntad del Universo. Ahora tú y Medved deben prepararse para acompañar a los Guardianes Místicos en su próxima lucha.
Kenneth, Medved y Rakhna estaban furiosos, pero tuvieron que contener sus lenguas; tampoco es que nada de lo que ellos pudiesen decir en esos momentos hubiese tenido efecto alguno en su interlocutora.
“A veces me pregunto si realmente estoy mejor aquí que en el laboratorio de los militares de Guring...” pensaban resignados tanto el capitán Kenneth como el capitán Medved.
— ¡Mis pobres golems! —Se lamentaba por su parte Waheela, contemplando lo poco que había quedado de los gigantes de piedra a su servicio—. ¡Esos pequeños diablos los dejaron reducidos a un montón de grava!
—Mientras su núcleo no haya sido dañado seriamente, podrán ser reconstruidos con facilidad—. Te ocuparas de eso después de que hayas convocado al Templo de los Guardianes a la reina hada Uonaidh y al viejo maestro Kobari…
—Con todo respeto, señorita Lavinia… ¡Yo creo ser más que suficiente apoyo para los chicos en esta misión! ¡Ya me he enfrentado antes con los demonios de la Anti-Vida y sus servidores, y les he dado su merecido en más de una oportunidad! —afirmó de forma un tanto arrogante Enji, flexionando los músculos de sus brazos como si acaso fuese un fisicoculturista.
—Tú no irás con los Guardianes Místicos—reveló la aludida—. Los cuatro Maestros deberán cumplir con otra tarea que les ha sido asignada por la Voluntad del Universo.
El jinn se quedó mirándola con gesto incrédulo. Luego intentó sonreír, pensando que se trataba de alguna especie de broma. Pero lo cierto es que Lavinia jamás hacía bromas de ningún tipo.
— Pero… ¿Qué no habíamos acordado que estos chicos eran nuestra responsabilidad en cuanto aceptamos cumplir con el rol de ser sus maestros? ¿Ahora esperas que los dejemos de su cuenta, sin ni siquiera haberles enseñado nada todavía?
—Ya tendrán la oportunidad de instruirles debidamente, si acaso las cuatro Estrellas del Destino regresan victoriosas de su lucha contra los servidores del Príncipe de la Oscuridad. Hasta ese momento, deberán dejarlos por su cuenta…
Y como el genio de fuego no pareció quedar en lo más convencido por estas últimas palabras, la Dama Lavinia se limitó a añadir de forma cortante lo siguiente:
—Tal es la voluntad del Universo, y debemos cumplir con ella, lo queramos o no.
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