Los días transcurrían lentamente, llenos de confusión y desesperación para Felicity. Tres personas recurrentes la cuidaban en su habitación, a veces los tres juntos, otras veces uno a la vez. No eran médicos, pero estaban siempre presentes, observando cada uno de sus movimientos. Felicity no comprendía sus palabras, pero su presencia constante la mantenía en un estado de alerta. Además, eran increíblemente hermosos, con una apariencia casi irreal que aumentaba su desconcierto.
El tiempo transcurría de manera borrosa. No sabía si se despertaba todos los días o solo por momentos. Cada vez que abría los ojos, la misma confusión la invadía. Sin embargo, un día, la situación cambió. Sintió un alivio cuando el tubo en su garganta fue retirado. La sensación era extraña, como si le arrancaran una espina, pero pronto pudo respirar con más facilidad. Sin embargo, su voz seguía débil y su garganta dolorida, impidiéndole hablar con claridad.
Cada día, intentaba comunicarse con las personas a su alrededor, pero el idioma extraño y su propio estado la frustraban. Se sentía extraña, más pequeña, pero no había tiempo para analizar esa sensación. Necesitaba huir, escapar de esa pesadilla.
Una tarde, notó que los cuidadores no estaban presentes. Esta era su oportunidad. Con un impulso de determinación, Felicity se levantó de la cama. El movimiento brusco arrancó la aguja intravenosa de su brazo, causando un dolor agudo, pero ella ignoró el malestar.
Sus piernas temblaban bajo su peso y al dar el primer paso, cayó al suelo. Con una fuerza de voluntad sobrehumana, comenzó a arrastrarse, usando sus brazos y piernas debilitadas para avanzar. Se apoyó contra la pared y lentamente se levantó, tambaleándose hacia la puerta.
El pasillo del hospital se extendía interminablemente ante ella. Las luces brillantes y los ruidos la desorientaban, pero siguió adelante, impulsada por el miedo y la confusión. No sabía dónde estaba, pero cualquier lugar fuera de esa habitación parecía una mejora.
Logró avanzar unos metros, cada paso una lucha contra la debilidad de su cuerpo. Sus manos pequeñas se aferraban a la pared, intentando mantenerla en pie. La respiración se le entrecortaba y el corazón le latía desbocado.
Finalmente, las alarmas comenzaron a sonar, y el personal con batas blancas corrió tras ella. Felicity apenas logró dar unos pasos más antes de que unas manos firmes la sujetaran.
“Por favor, cálmate,” le decía una enfermera, pero las palabras no tenían sentido para ella. Se resistió, intentó zafarse, pero su cuerpo traicionaba su voluntad. Sentía que su mente se desvanecía nuevamente, los efectos de la medicación y la fatiga la arrastraban de vuelta a la oscuridad.
En ese momento, mientras la oscuridad la envolvía una vez más, Felicity sintió cómo la desesperación y la confusión se apoderaban de ella. Su mente se agitaba con preguntas sin respuesta sobre el lugar donde se encontraba y lo que le había sucedido. Sin embargo, en medio de esa desesperación, un nuevo y poderoso deseo surgió en su interior: entender la verdad de su situación y encontrar una forma de escapar. La determinación de desentrañar el misterio que la rodeaba y de recuperar su libertad se volvió más intensa que nunca. Aunque la oscuridad volvía a reclamarla, su espíritu se mantenía firme, decidido a luchar por respuestas y a no rendirse.
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