Kiriya corría tras una persona disfrazada de mercader, de traje desaliñado y zurcido. Las telas, opacas y oscuras, se agitaban con el viento por su espaciosidad. Sus pisadas eran simples. No parecía ser alguien entrenado. Estaba sudando, demasiado agitado y nervioso. Dobló otra esquina, mirando de reojo a Kiriya.
— Oye, ya detente, me estoy agotando —expresó monótono. El señor no respondió. El joven dio un saltó que lo impulsó tan alto que fue capaz de dar un giro limpio en el aire, cayó unos pasos adelante del hombre—. Dije, “detente”. No puedo malograr está ropa, no es mía.
El señor se acercó con brusquedad hasta Kiriya, lo tomó del cuello y lo empotró contra la pared.
— No debiste seguirme —dijo, mirando por los costados, con una expresión aterrada y exaltada. Su agarre se hizo asfixiante en la garganta del menor—. Él está observando… Él… Él me dijo que mandaría una señal —murmuró—. ¡No puedes arruinar esto! —gritó, golpeándole la cabeza contra la pared—. ¡Lo que tenga que suceder pasará! ¡Mi familia me necesita! Siempre y cuando ellas estén bien…, ¡no me importa matar a otros!
La fuerza del intruso era inusualmente más rebosante que con la que Kiriya solía tratar. El hombre no parecía tener algún talento en especial. Y, con el contacto, midió que su nivel mágico era casi inexistente. ¿De dónde tenía tanta fuerza?
La desprevenida arremetida y la falta de aire lo hizo sentirse débil. Sus manos se enfocaron en liberarse de su agresor.
— Mi hija, la mayor, solo tiene cuatro años, ¡no puede morir!, ¡no puede!, ni siquiera le he comprado un vestido rosa, ¡su preferido!, y nunca ha comido una barra de chocolate… ¡Mi niña nunca ha comido ese caramelo!, ¡ese tonto caramelo! —sollozó entre lágrimas de amargura y pena—. El dulce está tan caro…, y yo soy tan pobre… Mi pequeña solo conoce el sabor de la ardilla y la serpiente… Mi otra pequeña nació hace tan solo tres días, todavía no dice sus primeras palabras, no la he visto caminar. ¡Ninguna de ellas puede morir! ¡No lo permitiré! ¡Soy su padre! ¡Un hombre protege su hogar! ¡Un hombre cuida de su familia! ¡Un hombre debe ser el sostén, luchar siempre, sin quejarse ni temer!; ¡ser un poco de todo, y hasta representar la felicidad solo por ellas! ¡Eso es lo que hace un buen padre! ¡No me arrepentiré de nada! ¡No me arrepentiré de esto!
— ¿Sus hijas…? ¿Padre? No creo que… el significado de ser buen padre… incluya transformar a alguien en orco…
— ¿Transformarlo yo? —rio nervioso—. ¡No sabes nada!
— ¿Se… se puede…? ¡Cof, cof! ¡¿Se puede revertir?! Me refiero… al orco humano. Quiero revertirlo…
La pregunta lleno sus pupilas de duda y pánico. Su embestida disminuyó, algo de aire ingresó a Kiriya. Este aprovechó para respirar todo lo negado. Las rodillas del falso mercader temblaron como vidrio bajo un trueno. Sus labios trepidaron, líneas de saliva se formaron en sus dientes. Exhaló aire, el cual ahuyentó al muchacho; su mal aliento era putrefacto, como si un gato muerto estuviera dentro de él.
«¿Piensa en ayudar a otros en esta situación…? Él acompañaba al pelirrojo. ¿También pertenece a Mermaid Wings?», se cuestionó el señor. Sacudió alterado su cabeza. Su consternación se suprimió cuando Kiriya intentó liberarse. Se aferró rápidamente; sus uñas se incrustaron en la carne.
— Tú… —murmuró, dudoso. Se escuchó titubeante, ligeramente esperanzado.
Estuvo a punto de retomar sus palabras. Pero vaciló. Cayó en un vació sin fin de inseguridades. Nada tenía arreglo o salvación. Recordó a sus hijas, a la menor llorando y a la mayor jugando con sus muñecas. Soltó otras dos lagrimas con impotencia y miedo. Se mordió los labios con rabia, y pasó velozmente su mejilla por la tela de su hombro.
Inesperadamente, sus ojos se absorbieron en algo. Soltó a Kiriya. Este se derrumbó sobre el pétreo. Restregó dolorosamente sus dedos por su cuello. Ahora allí, en esa parte de su cuerpo, se habían dibujado largos dedos de un desfavorecido labriego, hasta el desgaste de las huellas se había marcado, las líneas abiertas de las palmas, formadas desde el eterno trabajo de un agrícola. Y gotas de sangre descendían, manchando su túnica interior.
Kiriya tosió intensamente. Con un poco más de presión, le habría roto la tráquea, o ingresado completamente sus dedos.
En el cielo, desde algún punto entre los árboles, muy distante al pueblo Starlim, se vio un artefacto volando como una bengala, atravesando los cielos, las nubes, perforando todo lo que se le atravesaba; produjo un sonido escalofriante, observarlo lo fue. Justo el brillo del atardecer era testigo de lo que ocurría. Y el manto naranja, bañando la intensa luz roja que emitía, no tranquilizaba a las futuras víctimas del provenir.
— Esa es la señal —murmuró, sacando una najaba de su bolsillo. Sus manos le temblaron. Tragó en seco—. Esto es por mis hijas. Sí, así es. Los dioses, si es que toda existen, sabrán perdonarme. Los dioses me perdonarán, lo harán. Sé que lo harán. ¡Dónde estés!, ¡Tú!, ¡Mitsude!, ¡cumple tu palabra! ¡Deja vivir a mis hijas!, ¡déjalas vivir! Tienes que… dejarlas vivir…
Lentamente, llevó la hoja hasta su cuello. Su brazo tembló junto a sus dedos, y sus ojos se llenaron de una vibración casi febril, evocaba una desesperada suplica de ayuda, una clemencia de paz. Su mandíbula era incapaz de permanecer firme. El sudor se montó en su frente y se fusionó con sus lágrimas. Apretó sus dientes, así como su mano se aferraba desesperadamente al arma.
Su respiración era errática, sus inhalaciones provenían de un esfuerzo hercúleo. El aire se rehusó a llenar sus pulmones, se intensificó con el miedo y el espanto, obstruidos en la vía de su vida. La sangre corría por su cuerpo con rapidez, el bombeo de sus venas se potenció, su accionar era evidente hasta en la lejanía.
El difuminado de las nuevas matices y la propia sombra del cuerpo recubrió su imagen, saturó su aflicción y agudizó los sentidos. En el aire se percibió un olor de aprehensión. La piel de Kiriya se puso pálida. Sus sentidos se activaron y sus ojos por fin mostraron sentimiento humano. Terror.
— ¡No lo haga! —ordenó Kiriya, casi suplicante— ¡Baje eso! ¡No…!
— Asegúrate de que mis hijas vivan —susurró, en tono quebradizo y rasposo—. Nat…
Sus palabras fuero inaudibles. Sus dientes se desprendieron de sus encías. Los huesos de sus manos, pies y cráneo se estrujaron entre ellos. Cayó al suelo, gritando. Se escuchó fracturas por distintas partes. Sus pupilas se pusieron frenéticas. Se dibujaron varias y largas líneas rojas por sus escleróticas. Sangre salió de su nariz. Su cabeza se deformó tres veces, como si alguien la comprimiera. Sus ojos se rebalsaron de sus cuencas y estallaron al segundo de rozar sus mejillas.
La navaja se había desprendido de su mano, cayó cerca de Kiriya, y se manchó de la sangre de su dueño; el líquido granate aprovechó cada abertura entre hueso y piel para deslizarse por allí. Aquello capturó los remordimientos del joven. Su reflejó se hizo intenso, en un rojo energético, fue arrastrado y sumergido en sus pesares. Cerró los ojos con fuerza, intentando deshacerse de sus memorias y de lo que observaba.
La escena era completamente perturbadora. Y los alaridos del hombre, sus gritos eran lo peor de todo. Su garganta rebosaba en carmesí, el sonido se prolongaba y variaba, cargado de terror y agonía, subía y bajaba de forma irregular, lo que aumentaba el nerviosismo de Kiriya. Los chillidos eran quebradizos y rasposos, como si la voz estuviera al borde de romperse a causa del máximo esfuerzo.
Se escuchó un estallido en el cielo, las nubes emitieron algo similar al rugido de un potente trueno. Esa bengala de luz roja que anteriormente estuvo en el aire y que ya no se veía, había estallado, y se oía objetos descender violentamente.
¿Pero que sería? ¡No se podía observar nada!
Segundos después, bolas de fuego traspasaron las nubes, las que llegaron antes a tierra, incendiaron los bosques del lado Sur, y, las otras, incendiaron lentamente el pueblo. Las llamas devoraron todo, como un río abriéndose paso en verano, aumentando su caudal según su horario.
Había un cuerpo sin vida al frente de Kiriya. Había sangre en el suelo, un charco formándose y corrientes rojas descendiendo hasta él, persiguiéndolo, acechándolo, culpándolo.
«Tienes que ser castigado», le murmuró su subconsciente. «Esto es lo que eres y lo que siempre serás. ¡Te consumirá! ¡El precio es el castigo! ¡Sí!, ¡el castigo! ¡El fuego será tu liberación, el fuego y el metal! ¡Solo así pagarás el precio! ¡Solo con eso puedes hacerlo!».
El humo se esparció sin perdón ni límites. Y los gritos de los pueblerinos se escucharon por todos lados.
¿Qué podía hacer? ¿Qué tenía que hacer? El hombre no debió morir. Ese no era el plan. Solo tenía que capturarlo. ¿Cómo se lo explicaría a Zhì Yuè? ¡Seguro que lo odiaría! ¡No le creería! ¿Qué podía hacer? ¡Él era el culpable!, ¡el único culpable!
Nadie creía en su palabra.
«Y nunca lo harán», le aseguró la voz, frenética y gustosa. «Todo lo que digas será mentira».
¿Por qué alguien siempre tenía que fallecer? ¿Era su culpa? ¿Eso solo pasaba cuándo él estaba cerca? ¿Eso era cierto? ¿Si él vivía, otros morían? ¿Los Kaer no mentían? ¿Él merecía sufrir?, ¿morir?, ¿ser lastimado?
— ¡Kiriya!, ¡qué bueno que estés bien! —gritó Zhì Yuè, corriendo hacia él y mirando hacia atrás— ¡Vámonos!, ¡tenemos que irnos! —Sujetó su brazo y lo levantó del suelo, aun corriendo, no realizó pausa alguna—. Tenemos que...
Kiriya se zafó bruscamente del agarré. Se detuvo y se dio la vuelta.
Zhì Yuè casi se va de cara por el repentino movimiento. Sonriente y nervioso se volvió hacia Kiriya.
— ¿Qué pasa? No es por allá —explicó. Se acercó e intentó tomarle la muñeca—. Tenemos que…
— ¡Suéltame! —gritó Kiriya, y lo empujó.
Zhì Yuè se quedó completamente callado. Se culpó por la reacción de Kiriya, otra vez lo había arruinado.
— Yo no… No quise... No volveré a tocarte. Lo siento. Algunas veces olvido las cosas —dijo, acercándose a él. Zhì Yuè pensó que Kiriya se sentía asustado—. Pero tenemos que irnos. Hay gente de Mermaid Wings…
— ¡Te dije que no te me acerques! ¡Vete! ¡Fuera! —gritó Kiriya, interrumpiéndolo, y volvió a empujarlo— ¡No es bueno que estés cerca de mí!
Zhì Yuè realmente no supo qué decir. Quedó completamente estático. Su mandíbula le tembló y sus dientes rechinaron. Una lanza de hielo perforó su conciencia y lo despersonalizó. Kiriya lucía enfadado bajo la oscuridad, ni siquiera lo miraba a la cara.
Su culpa se volvió inmensa. ¿Cómo podría consolarlo? ¿Cómo debería disculparse? ¿Lo lastimó demasiado al tocarlo? ¿Se había acercado a él en medio de un trauma?, ¿o fue algo que dijo?, ¿alguna palabra que empleó?
No tenía los detalles, pero estaba consciente de que había sido el detonante.
— Si yo…
— ¿No lo estás viendo? —preguntó Kiriya, señalando el cadáver. Su expresión lucía perturbada. Su mirada estaba más abierta de lo usual. Sus parpados expresaban desesperación y temor, pero sus ojos tristeza y abandono—. Yo… yo lo maté. Él está muerto. ¡Yo lo maté! ¡Murió por mi culpa!
«¡Eso! ¡Así es! ¡Fuiste tú!», repitió la voz, exaltada y complacida. Escucharla lo estremeció. «En tu cuerpo cargas la sangre de todos, ¡DE TODOS!».
Zhì Yuè llevó sus ojos a la navaja y sangre, estudió el escenario como tal.
— ¿Intentas… intentas decirme que tú lo asesinaste? —preguntó.
— … Sí. Esto es mi culpa. ¡Será mejor que encuentres un lugar en donde encerrarme! ¡Yo debo estar encerrado!, ¡oculto! —aseveró, mirando con asco sus manos. Se tocó la cabeza y se cubrió los oídos. Su respiración se agitó— ¡Solo soy basura! ¡Solo soy basura! ¡La familia Kaer tenía razón, yo no soy más que un…!
Zhì Yuè le tiró un puñete en el mentón. Kiriya cayó al suelo, y Zhì Yuè se aferró a su solapa con rabia y le golpeó el pecho repetitivamente.
— ¡¿Qué es lo que planeas decir?! —le preguntó, furioso, agitándolo. Kiriya lo observó impactado, sintió adormecido su rostro, pero sumergió los dedos en los brazos de Zhì Yuè para detenerlo—. ¿Cómo que eres basura? ¿Qué te sucede? ¿Cómo puedes llamarte así? —Los ojos de Zhì Yuè se volvieron intensos. Extrañamente, se vieron celestes. El color del fuego avivó su cabellera e hizo imponente su expresión facial—. ¿Acaso no tienes derecho a tener vida? ¿Qué era lo ibas a decir?, ¡responde!
Zhì Yuè forcejeó, pero Kiriya lo sostuvo con dureza para detenerlo. Ambos pelearon en fuerza, y rodaron por el suelo.
— Detente… —gruñó Kiriya.
— ¡No!
Zhì Yuè no planeaba soltarlo, así que enroscó sus manos en la túnica de Kiriya. Dio otra vuelta, quedando sobre él de nuevo. A la primera oportunidad, golpeó el suelo, le lanzó un puñetazo, captando su atención.
— ¡Para empezar, nunca debiste estar encadenado en un sótano, comiendo sobras sumergidas en agua y recibiendo golpes! ¡Eso no era vida! ¡No mereces nada de eso! ¿Cómo me pides que te encierre? ¡Enserio!, ¿cómo pides eso luego de hacerte mi amigo? ¿Cómo podría dejarte solo y a tu suerte? —preguntó entre lágrimas—. ¡No eres basura, mucho menos un asesino! ¡No eres nada de lo que la familia Kaer dijo! Y no tienes por qué soportar, ni mucho menos tolerar, el trato que te dieron. ¡Kiriya, no te culpes por lo que escapa de tu control! Todos queremos que las cosas salgan como las planeamos, y, muchas veces, deseamos que no hubieran salido peor de lo que salieron. Y quizás, solo quizás, de algunas sí somos totalmente responsables, pero créeme cuando te digo que esta no es una de ellas. Ni tú ni yo somos responsables de esto. Y no solo quiero que lo sepas, sino que lo digas. ¡No eres responsable de esto! ¡No lo eres! ¡Y sí así fuera, en todo caso, yo lo soy, yo soy el único responsable! Yo te traje hasta aquí. Yo te dije que tomáramos el tren. Yo te permití acompañarme. No tienes por qué sufrir solo…
El llanto de Zhì Yuè se intensificó. Su voz se quebró. Tenía tanto que decir, pero su control y coherencia quedó a un lado. Todos los detalles de información que había ordenado, para hablar con Kiriya, ahora se habían dispersado por el colapso de sus sentimientos y la angustia.
Kiriya lo observó absorto.
La cabeza de Zhì Yuè se refugió con impotencia en el hombro de Kiriya. ¿Qué más podía decir? ¿Qué podía hacer para ayudarlo? Simplemente, no lo sabía. Pero intentaría de todo. Lo haría. No se cansaría. No dejaría de hablar hasta ayudarlo, no hasta que le cortaran la lengua si era posible.
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