— ¿Por qué eres así? —le preguntó entre sollozos. Kiriya sintió su calor, su hálito era acogedor al igual que la tibiez de sus lágrimas, las cuales recorrían su cuello y aún hacían presencia encima de su rostro, su torso también era confortable. Si Zhì Yuè no estuviera enfadado, habría apostado que estaba ardiendo en fiebre—. Tienes que olvidar a los Kaer —exigió, en un gruñido profundo—. Querías pagarme por todo, ¿no?, entonces que el pago sea el olvido. ¡Olvida todo eso! ¡No quiero que recuerdes a los Kaer! ¡Olvida todo! ¡Desde ahora, solo recuérdame a mí!, ¡solo a mí y a nadie más…! ¡QUIERO QUE ME DIGAS QUE SÍ! ¡DI QUE SÍ! Tienes que hacerlo —suplicó, mirándolo a los ojos.
Kiriya perdió todo control. Sin darse cuenta, sin saberlo, sin sentirlo, sin planearlo, sin verlo venir, pronunció, ensimismado en los ojos de Zhì Yuè:
— Está bien…
— Si tú te rindes, entonces ¿qué debería hacer yo?, ¿qué se supone que tendría que hacer?, dime, ¿qué haría?, si ambos somos iguales.
— Ya dije “ya”. Dije “sí”. Cálmate.
Aunque sus palabras parecieron superficiales, su tono fue neutro y pausado; sobre todo, sincero.
Zhì Yuè lo miró suavemente, ver a Kiriya asentir lo calmó.
Este último desvió la mirada, recostó su mejilla sobre la tierra y las piedras decorativas del pavimiento. Si permitía a Zhì Yuè colarse en su interior, entonces perdería el control. Los sentimientos y emociones, eso de lo que le había hablado la noche en la que se conocieron y de lo que le había preguntado al llegar a Starlim, tomaría cada uno de ellos. Se los pediría. Y Zhì Yuè se los daría. Pero sería un robo consentido, porque los sentires eran algo privado, intimo, personal. Ahora lo entendía, ¡sí era hermoso!, sin duda deslumbrante y placentero. Lo convertirían en un codicioso.
Los impulsos eran difíciles de controlar.
— No rompas tu palabra —murmuró Zhì Yuè—. Si lo haces, te patearé el trasero. —Kiriya mantuvo su mirada lejos, pero Zhì Yuè quería una respuesta, entonces preguntó, forzoso, atrayéndolo hacia él—: ¿Entiendes?
Kiriya lo observó. Creyendo ganar, aceptó el reto.
— No lo haré —pronunció.
Pero perdió. Zhì Yuè lo derrotó.
Lo inmencionable marcó el resultado.
Comments (0)
See all