El viento frío en las montañas del este en Feyralinn resoplaba contra enormes y escamosas alas de dragones...
Mientras un escuadrón de jinetes de dragón enviados por Whataryn descendía en un claro, un dragón con imponentes y majestuosas escamas negras, que parecían consumir la luz del sol a través de su cuerpo, y dos soles dorados como ojos, con un tamaño poco más grande que Wavenstorm resoplaba con lo que su jinete identificaba como una especie de incomodidad...
— Ya, ya... Tranquilo. No estamos aquí para quemar... Aún no. — Indicó aquel jinete élfico de cabellos largos en color negro y ojos ámbar, que brillaban profundamente, aunque con un rostro atractivo, etiqueta de los elfos, unas ojeras se marcaban en su rostro; No por sueño. Los elfos no necesitaban dormir, sino por algo más...
La misión era clara: Asentar sus fuerzas en la región antes de comenzar los enfrentamientos con Queenlanding. Feyralinn era el punto medio. Y quien lo tomase primero, tendría la batalla ganada. Así que, aquel elfo comprendía lo que estar ahí significaba.
"Se acabaron los tiempos en los que estos pueblos pertenecían a la gente salvaje" aceptó aquel elfo mientras aterrizaba, pero algo se sentía extraño en aquel bosque... Con cada paso que lo adentraba en Feyralinn, era como si el lugar tuviese vida. Como si cada movimiento fuese una profanación, más que una misión.
El elfo ordenó a sus hombres asentarse a un lado de el río, pero enseguida un explorador llamó a su comandante... Señaló al lugar donde planeaban asentarse. Y justamente ahí, un hombre humano, elegante, de cabellos largos atados, vestido con un traje, se sentaba al medio del claro, sobre un viejo tronco, con tres lobos acompañándole, acariciando la espalda de uno de ellos con una serenidad que imponía respeto.
El elfo apartó al explorador, decidiendo ir a hablar con aquel hombre, aunque solo. — Deja que me encargue, no quiero que parezca una invasión... No todavía — Ordenó, y entonces caminó cuidadosamente hacia el humano, quien ni siquiera desvío su mirada hacía el, cómo ignorando su presencia
— Elfo... ¿Quien eres? — Preguntó el humano sin detener su actividad, aún aparentando prestar más atención al lobo
— Saludos, humano. Aeryn, Aeryn Highscale. — Se presentó con una voz suave — Vengo en nombre de Whataryn. No buscamos conflicto —
Ahora si, el hombre humano observó a Aeryn, analizándolo con cuidado, luego asintió la cabeza y dió un par de palmadas en el tronco, invitándole a sentarse — Konstantino. Konstantino Chernikov. El líder de todas estas tierras. — Se presentó en un tono estoico, y Aeryn enseguida se impresionó. El hombre no tenía por que mentir, y su actitud e aspecto denotaba que no era un simple salvaje.
— Siéntate. He estado esperando ansiosamente por conocerlos— Indicó Konstantino con una preocupante calma. Si bien, no portaba armas ni armadura, su confianza y su simple postura denotaban que era una persona que media con cuidado cada acción — Hablar siempre es mejor que pelear, siempre. Dime, ¿Por que se han asentado en Feyralinn? —
Aeryn tomó asiento, fingiendo compostura y calma, pero inquietado por el hombre humano. Estar cerca de el se sentía extraño, como una especie de ansiedad que recorría sus extremidades con escalofríos.
— Mi pueblo ha pasado tiempos difíciles — Explicó Aeryn — Hubo un tiempo donde portábamos la majestuosa inmortalidad como parte de nuestro ser... Pero eso se nos fué arrebatado por Queenlanding hace 400 años. Los padres de nuestros abuelos aún eran inmortales... Pero desde entonces, cada elfo nacido vive un promedio de 150 años. Debemos asentarnos aquí para asegurar nuestro paso hacia el reino enemigo. No queremos conflictos con Feyralinn, pero necesitamos estas tierras —
Konstantino asentía lentamente a cada palabra del elfo, y cuándo terminó se mantuvo en silencio unos momentos. Nunca fue un hombre de decisiones apuradas. Había escuchado de las leyendas, y comprendía la cultura de los elfos, pero no podía dejar que su pueblo quedase al medio de un conflicto del cual no eran responsables
— Feyralinn, las tierras de los hombres libres, no están abiertas para quien quiera tomarlas. — Aclaró Konstantino con calma — Aquí cada pueblo es libre, pero esa libertad se mantiene por que respetamos los limites de los demás. Las cosas cambian, nosotros cambiamos. Perseguir algo perdido es intentar atrapar el aire con las manos. Se perderán a si mismos antes de encontrar su objetivo. — Explicó Konstantino, con una cruda dureza en sus palabras
El elfo apretó los dientes, con una semilla sembrada en su alma. — Eso puede ser cierto para algunos, pero no para nosotros. No para los élfos — Defendió su misión
Konstantino asintió la cabeza... No era el líder por herencia, recorrió un camino en el que ya había visto a hombres ser consumidos por su pasado... Y nada le aseguraba que los élfos no fueran diferentes.
— Si buscas paz y refugio, aquí la tendrás — Dijo finalmente — Pero si lo que traes aquí es guerra, recibirás una respuesta. Feyralinn no se inclina ante nadie, Aeryn Highscale. —
El elfo entendió aquella advertencia, sabiendo que ese encuentro era un primer paso para algo muy grande— La blanca ceniza no pisará tu pueblo, Konstantino Chernikov. — Prometió con una sincera preocupación
Konstantino lo observaba con cuidado, cómo analizando más allá de sus palabras. — Espero que cumplas tu palabra, Aeryn Highscale. — Dijo estrechando su mano con el elfo, aunque ambos sabiendo que, estarían obligados a romper sus promesas de paz para proteger a su pueblo en un futuro, y a pesar de eso, podían disfrutar de la poca paz que quedaba en aquellos verdes bosques...
Los hermanos Chernikov nunca fueron tontos. Todos ellos, reconocidos por Konstantino, son increíblemente inteligentes y buenos en aquello que les interesa. Francois, en su entrenamiento como caballero, Linway, en su formación como diplomático, Louisse, en estudiar a las bestias, y así, sus demás hermanos y hermanas tenían características destacables. Era como si cada hermano supiera y se apasionara con una cosa distinta.
Más sin embargo, Linway, Francois y Louisse estaban cruzando líneas que los demás hermanos nunca habían tocado. A pesar de eso, y de poderlos haber encerrado si lo deseaba, Konstantino decidió dejarlos ser. No podía negar que se sentía alegre y orgulloso que así como el, sus hermanos se sintieran apasionados por servirle al pueblo.
Aún más, le alegraba que Louisse interactuara un poco más con la sociedad, pues desde que nació, siempre se mantuvo alejado, agachado, mientras observaba alguna flor...
Y eso hacia justamente;
Después de comenzar su viaje hacía las montañas del oeste, veía un rosal con admiración mientras escuchaba el correr del río a unos metros de el, su mente llena de pasión por la belleza de la naturaleza, y como esta de alguna forma siempre hacia que cada cosa cayera en su lugar y funcionase perfectamente en conjunto a lo demás...
Entonces una mujer de cabellos y ojos rojos, un corsé rojo escotado, con un elegante vestido negro, aunque corto, y unas botas y guantes de cuero, atravesaba el camino en su montura; un caballo.
Su mirada se mantenía alerta, analizando sus alrededores con cuidado aunque su expresión era estoica. Si bien, ignoró la presencia del joven noble, al pasar a un lado de él, su caballo relinchó, dando un pequeño salto y deteniéndose — Calma, calma — Decía la mujer al animal
Louisse levantó la mirada al escuchar aquel ruido, notando a aquella hermosa y imponente mujer. Sin pensarlo mucho, se levantó y se acercó unos pasos
— ¿Está bien tu caballo? — Preguntó con una voz serena y amable
La mujer apenas le prestó unos segundos de su mirada — Seguro se asustó por una tontería, nada grave — aclaró mientras hacía un gesto con la mano, restándole importancia
Louisse observó al caballo unos segundos y después sonrió — Quizás sintió algo en el entorno, un cambio en el viento, quizá. — dijo con suavidad — Los animales perciben esas cosas antes que nosotros los humanos —
La mujer le miró con una ceja levantada, divertida aunque sin mostrarlo demasiado. Ese comentario le hacia pensar que era alguien ingenuo o algún soñador.
— ¿El viento? — Repitió con un tono apenas burlón — Eso suena... Poético —
Louisse no se inmutó ni un poco por aquella burla — No es poesía, es simple intuición. Es como funcionan las cosas. — respondió con calma, luego extendió su mano al caballo, esperando su reacción — ¿Puedo? —
La mujer lo pensó unos segundos, y sin tener nada que perder aceptó. Enseguida el caballo, el cual se notaba tenso, ahora relajaba sus músculos y bajó la cabeza en cuanto Louisse tocó su hocico con suavidad
— ¿Lo ve? Solo necesitaba que alguien lo entendiera —
La mujer entrecerró los ojos, evaluando a detalle a aquel joven con el que se había topado. Había algo en su calma que la molestaba.
— ¿Y tu quien eres? — Preguntó la mujer, casualmente
Louisse apartó la mano del caballo y sonrió — Louisse ¿Y tu? —
La mujer tardó un momento en responder, como si decidiera si hacerlo o no. — Arya —
El silencio llenó el entorno, solo calmado por el río
— Cuida bien de tu caballo, Arya. Los animales pueden enseñarnos muchísimo más de lo que creemos saber. Solo hay que aprender a escucharlos ¿Verdad, caballito? —
La mujer sonrió y contestó con sinceridad e ironía
— Yo prefiero que escuchen ellos. Es más práctico —
Louisse la miró de reojo con recelo, bastante irritado de aquel comentario, pero entonces levantó los hombros conteniéndose al ver que era una mujer lo suficientemente adulta como para perderle el gusto a la vida
— Tal vez —
La mujer, Arya, continuó con su camino, dejando atrás a Louisse, aunque con una sensación de molestia. Aquel joven, era tan ignorante y soñador, que simplemente le parecía ridículo que alguien pensase así.
Entonces, con aquel caballo y jinete alejándose en el camino, Francois regresó con su pechera puesta de vuelta, parecía que finalmente había logrado encontrarla, aunque no venía solo.
Con una brillante armadura en su espalda y sus costados, Sombrita avanzaba imponentemente. Francois había usado papel aluminio para crearle una pequeña y ligera armadura, con la cual ella se notaba orgullosa. El había notado el sacrificio que aquel simple y pequeño animal había hecho por su hermano al intentar defenderlo, así que decidió recompensarla.
— ¡Wow! Pero si eres toda una caballera, Sombrita — Dijo Louisse, corriendo hacia ella para cargarla
— Caballero, Louisse. Caballero es un título, esa palabra no tiene género — Explicó Francois, risueño, mientras acariciaba la oreja de la gatita, la cual maulló ronroneante.
— Ohh... Entonces, tu también serás una valiente caballero, Sombrita. Que linda — Dijo con una voz aguda y suave mientras le daba suaves besos en la frente
Francois siguió acariciando unos segundos a la compañera de Louisse, y después de esto, señaló un cerro
— Ahí, al fondo de la cueva en aquel monte, debe estar el nido de los doppelgangers. Debo acabar con todos. Mantente detrás de mi y no pelees si no es necesario. — Dijo Francois mientras se acomodaba la funda de la espada en el cinturón
— Entendido. ¿Y tu hacha? — Preguntó con curiosidad
— Alguien debió robarla... No importa, también sé manejar la espada. ¿Cuantas lanzas hiciste? — Respondió a su hermano y entonces le consultó acerca de sus armas
— Tres — Dijo elevando sus dedos — Por si tengo que lanzar una... o dos... — Dijo desviando la mirada mientras comenzaban su camino hacía el cerro
— Nunca inicies de nuevo una pelea así, Louisse. Menos contra alguien. Matar a un animal no es lo mismo que matar a un hombre. Una vez lo haces, nunca vuelves a ser el mismo. — Dijo Francois, reprendiendo a Louisse por su actitud impulsiva en la pelea anterior
— Pero, no fue en vano, Francois. Ese hombre quería vender al grifo o matarlo... Si el no hubiese actuado de esa forma, nunca lo hubiese atacado — Se defendió Louisse, con firmeza
Francois guardó silencio unos segundos. El entendía que quizás para su hermano, la vida de un grifo valía tanto como la de un hombre.
Mientras tanto, Kronus, el hechicero helado había vuelto a la cabaña de Selines, justo después de que los hermanos salieran a su viaje.
— Me alegra que ya puedas caminar, más no el hecho de que te hayas desaparecido toda la noche — Dijo enseguida Selines, la cual estaba sentada tejiendo un abrigo para Cella, la cual estaba sentada columpiando sus piernas
Kronus, dudó un momento, pero entonces volteó hacia la niña, ignorando el comentario de Selines — Hola... Selines... ¿Y esa niña? — preguntó intentando ocultar un misterioso rostro de preocupación
— Es mi niña, Cella — Dijo acariciando su cabeza y despeinándola — Anda, saluda al joven Kronus — Indicó a su hija
— Holi — Saludó cella con energía, sacudiendo su mano en el aire
— Oh, mucho gusto, pequeña Cella. Mi nombre es Kronus — Se presentó con una voz amable
— Ella estaba a punto de ir a hacer su tarea, así que, ve a tu habitación, Cella. — De nuevo, indicó a su hija la cual asintió varias veces, tomando el libro de su madre y saltando alegremente a su habitación
— ¿Tienes una hija tan grande? Pero si te ves muy joven. Selines — Preguntó Kronus sentándose
— Pues, ya ves — Dijo Selines, levantando los hombros — ¿Entonces, donde estabas? — preguntó mientras tejía
— ¿Y su padre?— Preguntó Kronus, desviando el tema de nuevo
Selines guardó silencio unos segundos — El no está. No desde que nació — dijo con normalidad, restándole importancia al tema de su padre — Usaste lagrimas de sol, ¿Verdad? —
Selines había encontrado algo más en el bolso de Kronus cuando lo rescató; Lagrimas de sol. Una droga usada por los soldados para recuperarse rápidamente y recuperar su maná, así como para relajar y despejar la mente y el cuerpo. Es por eso que hacía aquella pregunta
Kronus se mantuvo en silencio y después preguntó — ¿Y sabes dónde está su padre al menos? — Desviando tontamente la atención. Siempre fue un hombre que se refugiaba detrás de su orgullo, quitándose el derecho a preocuparse por el.
Diariamente, en el campamento militar le recordaban eso. Era un hombre, aquel que provee, aquel que protege y aquel que hace todo por los que amaba
— ¿Por qué lo hiciste, Kronus? Si te quedabas a descansar, te habías sentido mejor. ¿Por qué? — Siguió preguntando, suponiendo lo peor;
El dijo ser el soldado más fuerte. Y algunos de esos soldados más fuertes, a veces se refugiaban en costumbres peligrosas para soportar la carga de su deber...
— Solamente necesitaba avisarle a mis superiores sobre mi estado, y sobre mi misión. No te preocupes. Selines. Fué para recuperarme más rápido y poder enviar el mensaje — Se justificó, aunque sus palabras lucían sinceras
Selines lo pensó unos momentos, suspirando. Ella sabía que aquel medicamento que Kronus usaba, terminaría causándole más mal que bien, pero decidió respetar sus costumbres
— Escucha, Kronus... Quería pedirte un favor. Un hombre me hizo un enorme favor, y ahora el necesita de mi ayuda... Pero no soy una guerrera. Ya que tu eres tan poderoso ¿Puedes ir a ayudarlo? Será un abrir y cerrar de ojos para ti, lo prometo... —
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