Habían pasado dos años desde que Allegra se despertó por primera vez en ese cuerpo y en ese mundo extraño. Dos años en los que, poco a poco, había aprendido a adaptarse a su nueva realidad, aunque no sin grandes esfuerzos. Durante ese tiempo, había logrado dominar el idioma lo suficiente como para comunicarse con cierta fluidez, y ahora estaba a punto de volver a la escuela, un paso que nunca había imaginado dar tan pronto.
La tristeza abrumadora que sentía cuando era Felicity, aquella sensación de que la vida se le escapaba, se había ido disipando lentamente. Allegra no entendía del todo por qué. ¿Era acaso porque ahora era más joven? ¿Porque estaba en el cuerpo de un varón? ¿O tal vez simplemente porque su nueva vida había empezado a ofrecerle un propósito renovado? Parte de esa transformación la atribuía a la energía casi inagotable que sentía en su nuevo cuerpo, lo que la llevó a canalizarla practicando deportes, algo que jamás había considerado como Felicity. El ejercicio no solo le permitía desahogar esa energía acumulada, sino también aliviar la mente, dejando menos espacio para la tristeza.
Durante estos años, Allegra dedicó gran parte de su tiempo al estudio. No solo de las materias escolares, sino también del mundo que la rodeaba. Cuadernos enteros llenos de notas y reflexiones habían surgido de su creciente curiosidad. Fue a través de esos estudios que logró confirmar lo que había sospechado desde aquel desayuno en el que notó la fecha en el periódico: efectivamente, estaban en el año 2000. Pero el año era casi lo único que coincidía con el mundo que conocía como Felicity. Los nombres de los países, los mapas, incluso las culturas, todo era diferente. El país que debería haber sido el suyo tenía otra forma y otro nombre.
Con cada descubrimiento, su determinación de encontrar a su familia se fue fortaleciendo. Allegra sentía que debía haber alguna conexión, algún puente entre su pasado y su presente, y estaba decidida a hallarlo. Había hablado de esto en varias ocasiones con Aoi y Wolfgang, quienes, en lugar de ofrecerle el apoyo que esperaba, la enviaron a un psicólogo, preocupados por la persistente idea de Allegra de recuperar una vida que para ellos parecía ser solo un producto de su imaginación.
A pesar de las sesiones con el psicólogo y de las explicaciones lógicas que le daban sobre su "supuesta" vida pasada, Allegra no podía desprenderse de esa parte de sí misma que recordaba todo con tanto detalle. Cada sesión se convertía en un desafío, en una lucha interna entre la necesidad de aferrarse a lo que sabía y la creciente presión de aceptar la realidad que todos los demás veían.
Ahora, mientras se preparaba para volver a la escuela, Allegra estaba más decidida que nunca a no dejarse llevar por la corriente. Sus pensamientos volvían constantemente a su familia, a la vida que había perdido. Aunque este nuevo mundo y esta nueva vida ofrecían cierta paz, Allegra sabía que no descansaría hasta encontrar las respuestas que buscaba.
Por la noche, Allegra se encontraba en su habitación, mirando por la ventana al jardín que tanto la había reconfortado. Aunque habían pasado dos años, y aunque la tristeza se había desvanecido en gran parte, había algo que nunca podría olvidar: su determinación de descubrir la verdad, costara lo que costara.
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