El sol apenas comenzaba a despuntar en el horizonte cuando Allegra se despertó, sintiendo una mezcla de nerviosismo y anticipación en su estómago. Hoy era el día en que volvería a la escuela. Dos años habían pasado desde que despertó en este nuevo cuerpo, en esta nueva vida, y aunque muchas cosas seguían siendo un misterio, Allegra había aprendido a adaptarse, a disimular su confusión y a ocultar sus verdaderos pensamientos.
Mientras se vestía, el peso de su decisión más reciente la acompañaba. Había pasado meses pensando en lo que debía hacer, y al final, había optado por lo que creía era su única opción. Durante su última sesión con el psicólogo, Allegra había mentido. Había mirado al hombre a los ojos y le dijo, con la mayor convicción que pudo reunir, que comprendía que todo lo que había experimentado como Felicity —las memorias de otra vida, otro mundo— había sido solo un sueño, una creación de su mente infantil para lidiar con el trauma del accidente. Le aseguró que ahora sabía que era Allegra, y que cualquier rastro de Felicity no era más que una ilusión.
El psicólogo la había mirado con una mezcla de sospecha y alivio, pero al final, le creyó. O al menos, decidió actuar como si lo hiciera. Allegra supo que esa mentira le otorgaría cierta libertad, le permitiría salir de la constante vigilancia en la que había vivido. Y lo más importante, le permitiría volver a la escuela, un lugar donde esperaba encontrar respuestas, o al menos, pistas que la acercaran a su objetivo: entender dónde estaba y cómo regresar a su familia.
Después de desayunar, Allegra subió a su habitación y se miró al espejo mientras ajustaba su uniforme con manos seguras. El cabello plateado caía suavemente sobre su frente, y con movimientos hábiles, se aseguró de que todo estuviera en su lugar. Había aprendido a peinarse solo y a ser autosuficiente en estos pequeños rituales diarios. Sin embargo, no pudo evitar sentirse un poco ridícula al verse con el uniforme escolar y la mochila colgada al hombro. La ironía de la situación le arrancó una sonrisa: una mujer adulta, al menos en su mente, volviendo a la escuela como un niño de 12 años. Era como si la vida se estuviera burlando de ella, obligándola a revivir una etapa que ya había dejado atrás. Había algo de cómico y trágico en la situación, pero Allegra decidió tomarlo con humor. No había mucho más que pudiera hacer.
Finalmente, el momento llegó. Allegra bajó las escaleras, con su mochila colgada del hombro, y se dirigió a la entrada principal. Allí, Wolfgang la esperaba, vestido de traje, con una expresión que mezclaba orgullo y una leve preocupación. Junto a él, el chofer tenía la puerta del auto abierta, listo para llevarlos a la escuela.
Allegra tomó una última respiración profunda antes de cruzar la puerta. Sentía que este era un paso crucial, no solo para su educación, sino para su misión personal. Al subir al auto junto a Wolfgang, una parte de ella no podía evitar sentir un eco de la tristeza que había dejado atrás. Pero lo que dominaba sus pensamientos era la esperanza, la determinación de seguir adelante, de descubrir la verdad, y de, algún día, encontrar el camino de vuelta a casa.
Wolfgang le dedicó una sonrisa tranquila mientras el auto comenzaba a moverse, y Allegra se acomodó en su asiento, mirando por la ventana cómo la casa se alejaba. Su nueva vida estaba en marcha, y aunque el camino era incierto, estaba lista para enfrentarlo, con una mezcla de humor y resolución.
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