Y así, la decisión de que Aleksander hiciera el examen de la academia Adamah estaba tomada. Esa academia… daba un poco de miedo. Cada estudiante que salía de allí alcanzaba, como mínimo, el nivel Rey en esgrima y el nivel Divino en magia. Había escuchado en conversaciones que nadie había logrado salir con un control perfecto sobre la magia del alma. Sin embargo, pensó que sería una buena oportunidad para ser el primero.
Miró su reflejo en la ventana. Debía admitir que, comparando este cuerpo con el anterior, era mucho más atractivo. Ser niño de nuevo tenía sus beneficios. Su alborotada barba había desaparecido y las ojeras que siempre lo acompañaban ya no estaban. Era el típico viejo enojón del vecindario; si alguna vez tu bicicleta fue rota en medio de la calle, fue su culpa. No cabía duda de que había sido un completo idiota. Ahora podía redimirse.
Caminó directamente hacia la cocina de su hogar. Su madre, con un pequeño delantal que realzaba su atractivo, cortaba verduras con una precisión asombrosa. A veces le daba un poco de miedo verla cocinar; su rostro siempre llevaba una sonrisa de oreja a oreja mientras tarareaba una canción desconocida. Durante las noches, esa imagen resultaba perturbadora, especialmente cuando estaba cortando carne.
—Voy a salir, madre —anunció Aleksander.
Su madre dejó de cortar las verduras y lo miró, provocando que su cuerpo se estremeciera un poco. Ese tipo de rostro daba miedo…
—Vaya. ¿A dónde vas a ir, cariño?
—Supongo que a buscar a alguien con quien jugar un poco. Mm… Bueno, no. Creo que mejor iré a buscar a alguien con quien entrenar.
—Ya veo. Solo no traigas a ninguna mujer a la casa.
¿Qué clase de niño traería una mujer a casa? Su madre era del tipo sobreprotectora; cuando lo veía jugar con alguna niña, su rostro mostraba celos y enojo. Su expresión perturbadora no era fácil de ocultar; parecía una especie de *yandere*.
—Entiendo~ Por cierto, ¿en dónde está mi padre?
—Acaba de irse al castillo real. Puedes llevarle su almuerzo; está en la mesa.
—Claro. Bueno, me voy.
—Espera. Ven aquí.
Aleksander hizo lo que su madre le pidió. Ella se inclinó y lo abrazó con tal rapidez que no se dio cuenta hasta que ya estaba en sus brazos.
—¡Ve con cuidado, mi pequeño! —le dijo mientras le daba una cantidad exagerada de besos. Esto sí lo hostigó un poco, pero no había nada que pudiera hacer al respecto.
Una vez que su madre lo soltó, tomó la bolsa con el desayuno de su padre y se despidió. Eso tomó un poco más de tiempo del esperado, pensó mientras caminaba por las ya conocidas calles del reino.
Era lo que uno esperaría de un mundo de fantasía: casas hechas de piedra casi gastada, tabernas, edificios de madera, puestos de comida y, por supuesto, carruajes, caballos y gente caminando por las calles. Algo notable del reino Adamah era que, sin importar en qué calle te encontraras, podía ser muy seguro durante el día. La mayoría de los nobles y plebeyos eran expertos en esgrima y magia; así que si algún bandido intentaba robar o secuestrar para esclavizar, nadie se quedaría de brazos cruzados.
Ese era el tipo de moral que le gustaba.
—¡Padre! —gritó Aleksander.
El castillo real estaba relativamente cerca de su casa; llegar rápido no sería raro. Ese era uno de los beneficios que tenía su padre al ser uno de los guardias reales del castillo y guardia personal de la princesa Isolde.
El castillo destacaba por ser el más grande entre los cuatro reinos. Construido con sólida piedra cubierta de maná, no cabía duda de que quien lo había edificado era un experto; las estructuras tenían formas perfectas y un aire moderno.
No sabía cómo era el interior, pero suponía que debía ser impresionante.
—Alek. ¿Qué sucede? —preguntó su padre agachándose para adaptarse a su tamaño. La armadura hecha de un material especial reflejaba la luz del sol; la espada en su cadera chocó contra el suelo al moverse.
—Vine a darte el desayuno. También salí para ir un rato al norte del reino.
—Al norte del reino, eh… Gracias por traerme el desayuno. ¿Planeas entrenar con alguien?
Su padre parecía leerlo como un libro abierto.
—Sí. Tengo que fortalecerme para poder entrar a la academia.
—Entiendo. Ten cuidado.
—Sí —respondió Aleksander antes de dirigirse directamente hacia el norte, al borde del reino.
El lugar al que iba era especial para los niños que querían entrenar y fortalecerse para ingresar a la academia Adamah. No era ningún secreto que niños de cualquier raza o escalón social convivían allí; aunque siempre había algún noble engreído tratando de intimidar a los más pequeños.
Era una experiencia que no había tenido aún, pero moría por vivirla. Iba a probar suerte.
Un joven renace bajo el nombre de Aleksander Leroy. En esta vida, más que solo estar viviendo como plebeyo, quiere poner en balance a los plebeyos y nobles. Aunque... las cosas salen de otra manera. Un desastre destruye el hogar de Aleksander, obligandolo a viajar junto a su compañera, Isolde Adamah, la princesa. Tras 13 años de tal desastre, parece que nada volvera a ser como antes. Alek busca venganza hacia los culpables del desastre, y, por un pasado poco imaginable, Alek buscara perdón y redención en si mismo.
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