Allegra había empezado a adaptarse a la rutina escolar. Aunque cada día traía nuevos desafíos, comenzaba a sentirse más seguro en este entorno que, aunque extraño, tenía elementos que le resultaban familiares. Sin embargo, había ciertos aspectos de su nueva vida que seguían siendo difíciles de manejar, y uno de esos aspectos era el uso del baño en la escuela.
En casa y en el hospital, Allegra había logrado adaptarse a su nuevo cuerpo de una manera que le permitía sentirse algo más cómoda. Siempre que necesitaba usar el baño, prefería hacerlo en privado, sentándose como lo había hecho toda su vida. Esto le daba una sensación de normalidad en medio del caos que era su realidad.
Pero la escuela presentaba un desafío diferente. Aquí, los chicos usaban los urinales, una instalación que a Allegra le resultaba completamente ajena y profundamente incómoda. La idea de pararse frente a otros, exponiéndose de esa manera, era algo que simplemente no podía soportar. Cada vez que tenía que ir al baño, encontraba alguna excusa para usar uno de los inodoros individuales, evitando así el urinal. Si la necesidad era inevitable durante el recreo, esperaba hasta que estuviera completamente sola en el baño para entrar a una cabina y sentarse. Aunque sabía que esto la hacía diferente, prefería mil veces la discreción a la vergüenza que sentía al pensar en usar el urinal frente a los demás.
A pesar de estos desafíos, Allegra estaba decidida a aprovechar al máximo su tiempo en la escuela. Las lecciones, aunque básicas para ella, le proporcionaban una estructura que le daba una libertad inesperada. Era el único momento del día en el que podía estar tranquilo, sin la constante supervisión de su nueva familia, lo que le permitía relajarse y explorar sus pensamientos con mayor claridad.
El nuevo aula de informática se había convertido en su refugio. Aquí, Allegra pasaba horas explorando las noticias, e incluso la estructura política y geográfica, todo le resultaba sorprendentemente similar a lo que recordaba, aunque con variaciones que la dejaban perpleja. Estos momentos le recordaban su vida anterior y le daban una breve pero valiosa sensación de control sobre su destino.
Mientras Allegra reflexionaba sobre su día, sus pensamientos volvían a la cena familiar reciente. La conversación sobre su cumpleaños y el regalo que había pedido aún resonaba en su mente. Su petición de acciones y ayuda para manejarlas había sido impulsada por un deseo de sentir control sobre algo en su vida, algo tangible y útil en un mundo donde todo lo demás parecía fuera de su alcance. Además, aunque le daban una mesada que había estado ahorrando, sabía que no era suficiente para contratar a un investigador privado que pudiera ayudarle a averiguar si sus padres estaban en este mundo, o si realmente estaba completamente sola.
Necesitaba reunir más dinero, y las acciones le parecían un camino viable para lograrlo. Si sus padres estaban en este mundo, tenía que encontrarlos; y si no lo estaban, necesitaba saber cómo regresar al suyo. Aunque la idea de invertir y aprender a manejar acciones era inusual para alguien de su edad, Allegra no se veía a sí misma como un niño común. Sabía que, aunque su cuerpo era joven, su mente seguía siendo la de alguien con experiencia y conocimiento. Quería asegurarse de tener opciones, de estar preparada para cualquier eventualidad, y esta parecía una manera de lograrlo.
Allegra se dio cuenta de que, aunque aún le quedaba mucho por aprender y muchas barreras por superar, estaba comenzando a encontrar su camino en esta nueva realidad. Sabía que tendría que seguir adelante, un día a la vez, enfrentando los desafíos con la misma determinación que la había llevado a pedir un regalo tan inesperado.
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