Pax asintió, aunque no podía evitar sentirse un tanto confundida. Esta chica, Meave, había aparecido de la nada, y de inmediato el comportamiento de Leon había cambiado. Su actitud desenfadada y tranquila había sido reemplazada por un aire más serio y centrado, como si la mera mención de Ariel y el peligro que enfrentaba lo hubiese llevado a un modo de alerta total.
“Ni siquiera se han presentado...” pensó Pax mientras los seguía, sus ojos pasando de Leon a Meave con cierta cautela. La situación parecía haberse complicado de repente, y ahora iban directamente hacia esa extraña sensación que ambos habían decidido evitar momentos antes.
El grupo avanzaba con rapidez, volando en perfecta formación. Meave lideraba, moviéndose con una gracia que hacía parecer el vuelo algo completamente natural, mientras Leon mantenía su posición ligeramente detrás de ella, dandole la mano de vez en caundo para no caer, al contrario de cuando estaba con ella, que decidía bajar y volver a saltar. Y Pax, algo más insegura, los seguía, esforzándose por no quedarse rezagada.
Mientras se acercaban al punto que irradiaba esa aura pesada y opresiva, el paisaje del mundo astral comenzó a cambiar. Las nubes luminosas que antes adornaban el cielo se tornaban más densas y oscuras, como si una tormenta estuviera formándose en la distancia. La energía a su alrededor se sentía más densa, casi como si tratara de empujarles hacia atrás.
Pax tragó saliva, sintiendo un nudo de ansiedad formarse en su estómago. "¿Siempre se siente así? " se preguntó mientras trataba de omitir la sensación.
—Me gusta tu nombre, Pax. Es único. —Meave le dedicó una sonrisa amistosa mientras se ajustaba al ritmo de vuelo de Pax, moviéndose con una gracia que parecía completamente natural.
—¿Tú crees? —Pax ladeó un poco la cabeza, sorprendida por el cumplido. —Yo siempre pensé que era raro... pero gracias. Emmh... —Hizo una pausa, esperando que la pelirroja dijera su nombre.
—Meave, mi nombre es Meave.
—Sin duda el tuyo es más bonito, Meave. —respondió Pax con una pequeña sonrisa, un tanto tímida pero genuina.
Continuaron volando juntas durante un rato, mientras Leon avanzaba delante de ellas, alternando entre volar y dar saltos largos que le permitían mantenerse por delante sin perder de vista al grupo.
—¿Puedo preguntarte algo? —dijo Pax de repente, girando su rostro hacia Meave. —¿Qué es exactamente una perturbación?
Meave entrecerró los ojos, como si buscara la mejor manera de explicar algo complicado.
—Mmmh... —murmuró, alzando una mano y gesticulando suavemente mientras hablaba. —Es como una anomalía en la energía astral. Es decir, el flujo normal de energía se distorsiona, creando inestabilidad. Cuando eso pasa, se vuelve un punto vulnerable.
—¿Vulnerable? —Pax frunció el ceño.
—Sí. —Meave asintió, su tono más serio ahora. —Una perturbación puede ser un portal, una entrada para cosas... no tan buenas. En el mejor de los casos, solo es un desbalance temporal. Pero si la perturbación crece o es forzada, puede convertirse en una grieta.
—¿Y qué pasa si se convierte en una grieta? —preguntó Pax, inclinándose ligeramente hacia Meave, como si sus palabras fueran algo de lo que necesitaba estar completamente segura.
—Entonces ya no sería solo energía desbordada. Una grieta conecta el astral con el bajo astral. —Meave hizo una pausa, sus ojos azules centelleando bajo la luz cambiante del mundo onírico. —Eso significa que los entes y seres de allí pueden cruzar a este mundo. Y créeme, no quieres enfrentarte a algo que haya logrado cruzar.
—¿Por qué pasa eso? —insistió Pax, su curiosidad creciendo con cada respuesta.
Meave ladeó la cabeza, su expresión se volvió más reflexiva, incluso un poco melancólica.
—Hay muchas razones. Algunas perturbaciones son naturales, producto de un desequilibrio en la energía de un lugar. Pero básicamente, sucede porque en el mundo físico, ese lugar se ha saturado con mucha energía negativa u oscura. Como sentimientos opresivos o negativos, gran cantidad de odio o asesinatos. Pero otras veces... alguien las causa.
Meave miró al frente, hacia Leon, quien parecía ajeno a la conversación pero que, claramente, escuchaba cada palabra. —Y las grietas nunca aparecen solas. Si hay una, significa que algo o alguien está manipulando la energía astral desde el otro lado.
Pax sintió un escalofrío recorrer su espalda, pero no dejó que eso apagara su entusiasmo.
—Entonces... ¿vamos hacia una grieta?
—No exactamente. —respondió Meave, sacudiendo la cabeza. —Por ahora, solo es una perturbación. Pero si no hacemos algo, podría convertirse en una grieta.
Leon, que había estado en silencio hasta ese momento, habló sin girarse.
—Y si Ariel está ahí, probablemente ya esté intentando evitarlo. Por eso tenemos que darnos prisa.
Meave y Pax intercambiaron una mirada antes de acelerar su vuelo, siguiendo a Leon con renovada urgencia. A pesar de su seriedad, Pax no podía evitar sentirse fascinada. Cada palabra de Meave era como una pieza de un rompecabezas más grande, uno que apenas comenzaba a entender.
—Y como sabrás —añadió Meave después de un momento, esbozando una sonrisa amable—, nosotros, los onironautas, somos quienes se toman estas cosas en serio. Nos encargamos de estos trabajos para mantener el equilibrio.
Su intento de parecer simpática fue claro, y aunque no completamente natural, hizo que Pax le devolviera una sonrisa tímida. Aun así, la rubia no podía evitar sentirse abrumada por las dudas que le bullían en la mente. Había tanto que no entendía, pero algo en la actitud de Meave le decía que no obtendría más respuestas por ahora.
Pax se perdió en sus pensamientos, reflexionando sobre lo que acababa de escuchar. La idea de que el mundo físico pudiera influir tanto en el astral era desconcertante, y aunque todavía no entendía del todo lo que significaba ser una onironauta, empezaba a vislumbrar la magnitud de la responsabilidad que conllevaba.
Estaba tan absorta en sus pensamientos que ni siquiera se dio cuenta de que habían llegado a su destino, hasta que sintió la mano de Meave tomándola suavemente.
—Ya hemos llegado. —La voz de Meave rompió su trance mientras soltaba la mano de Pax con cuidado.
Pax parpadeó, aún un poco desorientada, y miró alrededor. Estaban descendiendo lentamente hacia un claro rodeado por una atmósfera opresiva. El aire se sentía más denso, y aunque no podía explicarlo, había algo inquietante en el lugar. La energía a su alrededor era diferente, como si el ambiente estuviera cargado de tensión y peligro.
—Mantente cerca, Pax. —dijo Leon con voz firme, sin apartar la mirada del horizonte.
Pax también observó hacia abajo, donde estaba una gran casa, de un estilo rústico y vetusto, exhibía una mezcla de madera oscura, piedra gris y amplios ventanales que luchaban por iluminar su interior. Sin embargo, no era la arquitectura lo que más la impresionaba, sino la atmósfera que emanaba: un aura pesada, deprimente aún a la lejanía y opresiva que parecía colgar en el aire como una niebla espesa.
Al descender, lo primero que llamó su atención no fue la casa, aunque la estructura imponía respeto con su fachada antigua y cargada de una atmósfera pesada, casi opresiva. Fue el chico que estaba parado frente a ella, como una figura solitaria en medio del caos.
No lo habían notado al principio, no porque estuviera escondido o careciera de presencia, sino porque la energía de la casa era tan densa y perturbadora que opacaba incluso a alguien como él. Sin embargo, ahora que lo miraban de cerca, era imposible ignorarlo. Su porte era firme, su silueta resaltaba bajo la tenue luz que emanaba del cielo astral, y la intensidad de su presencia era casi tangible.
Leon ya estaba junto a él, habiéndolo alcanzado antes que las chicas.
—Así que, ¿esta es la casa de la que hablaban? —preguntó Leon mientras se acercaba por detrás con pasos medidos. Sus ojos recorrían la estructura, atentos a cualquier movimiento extraño.
El chico, sin voltear del todo, respondió con un tono sereno, pero cargado de una autoridad natural:
—Ya he estabilizado la anomalía y me encargué de los entes. —Hizo una pausa, como si midiera sus palabras antes de continuar—. Pero la cantidad de energía negativa aquí reunida es impresionante, ¿no lo crees?
Leon cruzó los brazos, observando la casa con una expresión neutral, aunque sus ojos traicionaban cierta cautela.
—¿Estás diciendo que no hay más peligro? —preguntó, su voz teñida de incredulidad.
Antes de que el chico pudiera responder, Meave intervino, su voz resonando con un tono burlón:
—¡Hey! Tú aceptaste el trabajo, ¿no te estarás acobardando… o sí? —La pelirroja gritó desde atrás, su sonrisa amplia y desafiante mientras cruzaba los brazos.
El chico finalmente giró la cabeza hacia ella, sus ojos brillando con un leve destello verde, como si analizara cada fibra de su ser. Una media sonrisa se formó en su rostro.
—Cobardía no tiene nada que ver con esto. Si me preocupan estas cosas, es porque sé lo que pueden desencadenar. —Sus palabras eran calmadas, pero llevaban un peso que Meave no podía ignorar.
Pax, mientras tanto, se mantenía en silencio, observando con curiosidad y una pizca de nerviosismo. Había algo en la interacción entre todos que le hacía sentir como si estuviera en medio de un juego en el que aún no entendía las reglas.
—¿Quién es él? —susurró Pax a Meave.
La pelirroja le lanzó una mirada divertida antes de responder:
—Ése es Ariel. Y créeme, hay mucho más en él de lo que parece.
Leon dio un paso al frente, rompiendo la tensión.
—Bien, si ya está bajo control, sólo queda asegurarnos de que no haya grietas o residuos que puedan abrir otra perturbación. —Miró al chico con una leve sonrisa torcida—. ¿O prefieres que lo haga yo?
La chica disfrutaba visiblemente la incomodidad del chico, sus labios curvados en una sonrisa maliciosa. Leon, de pie junto a él, también sonreía, aunque su expresión era más serena, casi alentadora. Colocó una mano en la espalda del chico, dándole un leve empujón.
—Vamos, Ariel. Ya estamos aquí. Ve a despertar a la más lúcida. —Su tono era calmado, pero firme—. Nosotros te cubrimos la espalda.
Ariel respiró profundamente, tratando de calmar la oleada de dudas que lo invadía. Pero la necesidad de cumplir con su tarea era más fuerte que su vacilación. Sin decir una palabra, se adentró en la penumbra de la casa.
Pax lo observó desaparecer entre las sombras, su corazón latiendo más rápido de lo habitual. Había algo extraño en el ambiente, algo que no podía definir. Su mirada se dirigió a Leon, que permanecía inmutable, su atención fija en una ventana del edificio.
—Mira allí —señaló Leon, sus ojos afilados como si pudiera atravesar las paredes con la mirada.
Pax siguió la dirección de su dedo. A través del cristal, vio a Ariel inclinado sobre una mujer dormida. La penumbra del cuarto apenas dejaba entrever sus movimientos. Su mano se posó con suavidad sobre la frente de la mujer. Entonces, en un parpadeo, algo cambió.
Un destello leve iluminó la habitación, y de repente, estaban de vuelta al lado de ellos. Los ojos de la mujer se abrieron de golpe. Su respiración era irregular, como si acabara de salir de un sueño profundo y turbulento. Ariel retrocedió un paso, su rostro mostrando una mezcla de cautela y curiosidad.
—Hola... —empezó Ariel, su voz serena pero algo tensa—. Soy Ariel, y somos los que...
Leon no le dejó terminar. Dio un paso al frente, con una rapidez que sorprendió incluso a Pax.
—Espera. —Su voz era grave, cargada de alarma—. Algo está mal.
La confundida chica miro a Leon un momento, poco después volteo a ver hacia su casa y pareció asustarse ya que sus hombros se tensaron y dió unos pasos hacia atrás tratando de cubrirse con Leon y Ariel.
—a-ahi están de vuelta... —dijo la chica tímidamente.
—¿Que pasá, Leon? —Preguntó la chica pelirroja al ver a Leon con el ceño fruncido.
Pax había dejado de prestar atención a Ariel y ahora estaba con la mirada fija al frente y no lo había visto antes, pero ahora, con una atención casi dolorosa, distinguía múltiples figuras. No eran personas pero unas tenían rostros grotescos, otras eran simplemente formas amorfas que se retorcían y se contorsionaban pero con ojos que se iluminaban como brasas en la oscuridad, siluetas oscuras, entes que parecían surgir de las sombras. Uno, corpulento y casi amorfo, se movía con lentitud; otro, esbelto y alargado, se deslizaba con una gracia inquietante. Y había más, muchos más, asomándose desde las esquinas, desde los árboles, desde cualquier recoveco. Eran como sombras hechas realidad, sus formas fluctuantes y amorfas.
Ariel, junto a ella, parecía a punto de desmoronarse. El sudor resbalaba por su frente, manchando su camisa, y sus ojos reflejaban un miedo atávico. Pax, sin embargo, sentía una extraña atracción. Era como si esas sombras la llamaran, la invitaran a adentrarse en un mundo desconocido. Se acercó un paso, luego otro, embelesada por la danza macabra de aquellas criaturas.
—¿La mitad de ella… dónde está? —susurró Leon, fijando la mirada en la ventana. El cuerpo de la chica aún permanecía allí, inmóvil, pero algo no cuadraba. Su respiración se detuvo por un momento cuando, en la periferia de su vista, notó a Pax avanzando hacia las sombras que se extendían como dedos alargados por el suelo.
—¡¡NO TE ACERQUES!! —gritó Leon con una urgencia que cortó el aire como un trueno.
El grito hizo que Meave reaccionara al instante. Sin dudarlo, corrió hacia Pax y la agarró del brazo con fuerza, sus ojos llenos de preocupación.
—Pax, ¡no! —dijo Meave, tirando de ella con un movimiento brusco. La arrastró hacia atrás, lejos de la inquietante penumbra que parecía vibrar con una energía hipnótica.
—¿Qué pasa? —preguntó Pax, su voz temblorosa, aunque su cuerpo parecía resistirse al agarre de Meave. Había algo en esas sombras que la llamaba, algo que no podía explicar, pero que sentía como una necesidad primaria.
Meave la sujetó más fuerte, sus ojos clavados en los de Pax.
—Sé que lo sientes. Esa atracción, esa tentación. Pero escúchame, es peligrosa. —Su voz era un susurro intenso, como si temiera que las sombras pudieran escucharla—. Te arrastrará a lugares oscuros de los que quizá no puedas regresar.
Leon, aún observando la ventana y el cuerpo de la chica, habló sin volverse, pero su tono era severo, casi autoritario.
—Es como un imán —explicó, sin apartar los ojos del peligro—. Te atrae hacia lo desconocido, hacia lo prohibido. A veces, si te acercas demasiado, te transporta allí, como si cayeras en una pesadilla.
Pax, todavía confundida pero sintiendo el peso de sus palabras, dejó de resistirse. Miró las sombras con una mezcla de temor y fascinación.
—Y una vez que estás ahí… —continuó Leon, girándose lentamente hacia ella—, es difícil escapar.

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