Meave apretó los dientes, intentando enfocar la mirada a través del caos, el corazón martillándole en el pecho. Pax, por otro lado, permanecía estática, su expresión alternando entre sorpresa y confusión, como si una parte de ella comenzara a percibir lo absurdo de la situación. Ambas miraban con expectación, conteniendo la respiración mientras el disparo seguía arremetiendo con furia.
Meave apretó los dientes, intentando enfocar la mirada a través del caos, el corazón martillándole en el pecho. Pax, por otro lado, permanecía estática, su expresión alternando entre sorpresa y confusión, como si una parte de ella comenzara a percibir lo absurdo de la situación. Ambas miraban con expectación, conteniendo la respiración mientras el disparo seguía arremetiendo con furia.
Sin embargo, algo ocurrió antes de que la energía terminara de disiparse. De entre el centro del haz, donde el ataque era más intenso, surgió una silueta imponente que apenas podía distinguirse entre las sombras ardientes. Un rugido profundo y gutural retumbó en el aire, resonando como el eco de una bestia ancestral.
—¿Qué…? —Pax apenas pudo reaccionar cuando vio una sombra enorme abalanzarse hacia ella.
Del vórtice de luz emergió la forma de un oso, su figura completamente hecha de energía brillante, casi como si estuviera tallada de la misma luz que rodeaba a Leon. Su presencia era avasallante, majestuosa y brutal a la vez. Las garras del animal espectral se estiraron hacia Pax, y aunque no la atacaron directamente, la embistieron con una fuerza descomunal, derribándola al suelo como si fuera una hoja arrastrada por el viento.
—¡Agh! —exclamó Pax al caer, sintiendo cómo el impacto la dejaba temporalmente sin aire en los pulmones. El oso se posicionó sobre ella, con su peso invisible clavándola en el suelo e impidiéndole moverse.
Mientras tanto, la energía del disparo comenzó a disiparse lentamente, su fulgor violáceo siendo reemplazado por el brillo puro y resplandeciente del aura de Leon. Ahí estaba él, de pie en medio de la devastación, completamente intacto.
Su silueta emanaba poder y determinación, cubierta por su aura blanca que ahora parecía más intensa que nunca, como si se hubiera fortalecido tras resistir semejante ataque. Un leve vapor ascendía de sus brazos, la única señal visible de que había recibido el impacto. Los mechones de su cabello se agitaban suavemente con la brisa residual de la explosión, y sus ojos ardían con una intensidad feroz.
—¡Meave, no dejes que Pax se acerque! —gritó Leon con fuerza, su voz retumbando por el campo de batalla.
El grito fue suficiente para alertar al ser del bajo astral, que instintivamente trató de alejarse de Leon, retrocediendo con rapidez entre el polvo y los escombros. Pero Leon no le daría esa ventaja. Sus pies se impulsaron con fuerza, fracturando el suelo bajo él mientras lo alcanzaba en cuestión de segundos. —¡No vas a escapar! —bramó Leon.
Sin dar tregua, Leon concentró su energía y lanzó un potente haz de luz que resplandeció con una intensidad cegadora. La ráfaga avanzó como un rayo en línea recta, iluminando todo a su paso con un destello blanco. El ser logró esquivarlo con un ágil movimiento, pero no contaba con la velocidad de Leon que aprovechando la maniobra, el ser intentó sorprender a Leon desde un ángulo inesperado, lanzándose con todas sus extremidades extendidas y buscando golpearlo con ferocidad.
—Imbécil. —Leon dejó escapar la palabra en un tono seco y desdeñoso.
Con un movimiento preciso, Leon desvió el ataque del ser con un solo brazo, con una facilidad alarmante. Su otra mano se estiró rápidamente hacia el cuello de la criatura, atrapándolo con una fuerza brutal. La presión fue suficiente para que el ser soltara un sonido de angustia, pero Leon no se detuvo ahí: giró con todo su cuerpo para levantarlo del suelo y lo estampó contra la tierra con tal violencia que se formó un pequeño cráter bajo el cuerpo del monstruo. El impacto levantó una nueva ola de polvo y piedras que se expandió hacia los alrededores.
Leon se enderezó de inmediato, girando la cabeza para verificar la situación a lo lejos. Buscando a Meave con la mirada, quien estaba lidiando con Pax con gran dificultad, y en los portales oscuros que habían comenzado a materializarse por toda la zona. El aire alrededor de esos portales se ondulaba como un espejismo, y de ellos se filtraban entes y energía caótica, amenazando con desbordarse.
Mientras tanto, del otro lado del campo…
Uno de los portales se abrió cerca de Ariel y la chica a quien había estado protegiendo. El brillo azulado y oscuro de la grieta parecía pulsar, como un latido siniestro. Ariel, con el rostro cubierto de sangre y agotamiento reflejado en cada uno de sus movimientos, levantó la cabeza para observar la amenaza.
Temblando ligeramente, Ariel juntó las manos frente a su pecho y luego estiró los brazos hacia adelante. A pesar del dolor lacerante que recorría cada músculo y cada corte de su cuerpo, el onironauta logró erigir una barrera que se extendió en torno a la grieta. Un brillo verde y tenue comenzó a envolver el portal, reduciendo su influencia y conteniéndolo poco a poco.
—¡Vamos…! ¡Cierra! —exclamó Ariel, su voz entrecortada por el esfuerzo.
Pequeñas gotas de sangre caían al suelo desde su nariz, manchando los escombros bajo él. Aun así, Ariel no dejó de concentrarse, y con un último impulso de energía, encerró la mayoría de los portales menores en pequeñas barreras selladas, como jaulas de luz. Un suspiro escapó de sus labios mientras se tambaleaba, cayendo de rodillas.
—¿Estás… bien? —preguntó la chica con voz temblorosa, mientras una barrera se comenzaba levantar al rededor de ella.
Ariel apenas pudo asentir, limpiándose la sangre de los labios con el dorso de la mano. Su mirada, a pesar del cansancio, seguía atenta a los portales restantes.
Por otro lado, Leon continuaba su feroz enfrentamiento contra el ser del bajo astral. El terreno a su alrededor ya estaba destrozado, con grietas profundas y escombros dispersos por doquier. Cada choque resonaba con fuerza, el eco de sus golpes reverberando en la distancia. El ser, aunque claramente desgastado, seguía atacando con una ferocidad desesperada, combinando rápidos movimientos ofensivos con intentos de retroceder y ganar espacio.
Leon, sin embargo, no daba tregua. Su aura emanando con fuerza, y sus movimientos eran precisos y calculados. Cada vez que el ser intentaba alejarse, Leon lo alcanzaba antes de que pudiera recuperarse, devolviendo cada ataque con una brutalidad que hacía crujir los huesos del enemigo.
—La capacidad de regeneración que tienes es admirable, —dijo Leon con una voz firme mientras esquivaba con facilidad un golpe lanzado por el ser. En el mismo movimiento, giró sobre sí mismo y propinó una potente patada que lanzó al ser varios metros hacia atrás, chocando contra una formación de rocas que se desmoronaron con el impacto—. Pero, ¿qué tanto va a aguantar?
Leon estaba a punto de lanzarse nuevamente cuando, de repente, el aire a su alrededor cambió. Una serie de portales oscuros comenzaron a aparecer en toda la zona, rompiendo el ritmo del combate. Sus bordes brillaban con una energía antinatural y esto hizo que detuviera su avance y evaluara la situación. Observó los portales con atención, su mente trabajando rápidamente. "¿Él lo hizo? " pensó, refiriéndose al ser del bajo astral. Debe estar desesperado.
Decidido a no darle ventaja, Leon corrió a través de los portales, esquivando las distorsiones que aparecían a su paso. Sin embargo, mientras avanzaba, algo llamó su atención.
A lo lejos, más allá de uno de los portales, divisó una figura. Al principio era solo un contorno borroso, pero su presencia lo hizo detenerse en seco. Antes incluso de enfocarla por completo, una aura siniestra y abrumadora lo envolvió, como una ola de oscuridad que se infiltraba en sus sentidos.
Su respiración se aceleró por instinto, y su cuerpo entero se tensó. Esa aura era como nada que hubiese sentido antes: pesada, venenosa, cargada de una malicia tan pura que parecía desgarrar el alma.
—¿Qué… es esto? —murmuró Leon, su voz casi inaudible mientras sus ojos se abrían tratando de buscar la causa.
Finalmente, detrás del ser del bajo astral, la vio: una figura alta y amenazante, envuelta en sombras. La figura llevaba un sombrero de copa, y su silueta parecía ondular levemente, como si su cuerpo no estuviera completamente anclado en este mundo. Sus ojos, si es que podían llamarse así, eran dos orbes brillantes y rojos que irradiaban odio puro.
—Hatman…— repitió Leon en un tono bajo, cargado de incredulidad y en el siguiente parpadeo, la figura desapareció.
Para alguien con los reflejos de Leon, acostumbrado a medir incluso los movimientos más veloces, esto era imposible. Hatman apareció de repente a su lado, su presencia tan inmediata y abrumadora que la piel de Leon se erizó al instante. Antes de que pudiera reaccionar, la postura de Hatman cambió. Era como si sus movimientos no fueran fluidos, sino imágenes congeladas, cada uno revelando un momento distinto en el tiempo.
Leon lanzó un golpe directo, su instinto de combate guiando cada fibra de su cuerpo. Pero el golpe pasó a través de Hatman, cortando el aire como si no estuviera allí. Entonces vino el contraataque.
El puño de Hatman, o al menos lo que parecía ser su mano, golpeó directamente el rostro de Leon con una fuerza devastadora. Fue un impacto seco y resonante, como si un martillo invisible lo hubiera alcanzado. El golpe fue tan fuerte que hizo que Leon cayera de rodillas, sintiendo cómo su visión se volvía borrosa por un instante. Antes de que Leon pudiera levantarse del todo, Hatman estaba nuevamente lejos, varios metros de distancia, junto al portal deformado que emanaba estática. El ser del bajo astral aprovechó la distracción y se arrastró hacia ese portal, como si supiera que era su única salida.
Leon se levantó tambaleante, limpiándose la sangre que goteaba por la comisura de sus labios. Su mirada era intensa, cargada de determinación. Observó cómo el ser del bajo astral cruzaba el portal pero este era diferente, como una puerta distorsionada por estática, su cuerpo desapareciendo entre la estática distorsionada.
Pero lo que realmente lo enfureció fue la calma con la que Hatman permanecía al lado del portal, como un centinela oscuro que controlaba la entrada. Con una mueca de fastidio, el puño comenzó a brillar nuevamente, esta vez con una luz aún más intensa. El aire a su alrededor vibraba con la energía acumulada.
—Antares — gritó, lanzando su ataque con toda su fuerza. La explosión de luz iluminó toda la zona, cegando momentáneamente incluso a Meave y Pax, quienes desde la distancia se observaba como forcejeaban.
Pero Hatman no se movió.
El haz de luz se dirigió hacia él, una fuerza imparable cargada de energía devastadora. Sin embargo, en el momento crítico, Hatman simplemente permaneció allí, inmóvil, su postura casi desinteresada.
El impacto debería haber sido suficiente para borrar cualquier cosa de la existencia, pero cuando la luz finalmente se disipó, Hatman seguía allí, intacto.
La luz de Antares atravesó su cuerpo como si no fuera más que una proyección de sombras. Y entonces, como si se burlara de la situación, Hatman giró ligeramente la cabeza, observando a Leon con esos ojos de odio inhumano.
De vuelta con Meave y Pax.
Meave, por su parte, estaba enfrascada en una lucha desesperada contra Pax. La rubia peleaba con una ferocidad salvaje y desgarradora. Meave había logrado inmovilizarla parcialmente utilizando sus hilos de sangre, que brillaban con un carmesí intenso mientras se extendían como finas redes alrededor del cuerpo de Pax. —¡Deja de resistirte, Pax! ¡Esto no eres tú!— gritó Meave, intentando contenerla.
Los hilos se habían incrustado profundamente en la piel de la rubia, creando cortes finos que comenzaban a teñir su ropa de rojo. Pero Pax, con la mirada nublada y una determinación ciega, se aferraba con todas sus fuerzas, empujando contra las ataduras y haciendo que los hilos se hundieran aún más en su carne.
—No… lo voy a perder… otra vez… —murmuró Pax con una voz rota, entrecortada por sollozos reprimidos y a medida que esas palabras salían de su boca, la rubia comenzó a liberar un aura más densa, oscura y peligrosa, como si toda su desesperación y conflicto interno tomaran forma alrededor de ella. El aire a su alrededor se volvió pesado y opresivo, cargado de una energía que parecía resonar con el bajo astral. Sin siquiera darse cuenta, Pax había comenzado a abrir más portales. Uno tras otro, comenzaron a emerger de forma caótica, desgarrando el espacio con grietas oscuras de donde se filtraban ráfagas de energía negativa y ecos de susurros inhumanos.
Los portales se desplegaron con tal rapidez que tomó a todos por sorpresa, incluso al propio ser del bajo astral, que se detuvo momentáneamente, como si estuviera evaluando la situación.
—¡¿Pero qué… qué está pasando?! —exclamó Meave, entre atónita y alarmada, mientras observaba los portales expandirse como un cáncer por todo el campo.
Por instinto, Meave soltó los hilos que la ataban a Pax y dio un salto hacia atrás, evaluando la amenaza creciente. Sin embargo, en ese momento, Pax, ahora completamente consumida por su obsesión, salió corriendo directamente hacia el ser. —¡No! — gritó Meave, reaccionando con rapidez.
La pelirroja se impulsó hacia adelante, y en un movimiento decidido embistió a Pax. La tomó por la cintura y ambas cayeron al suelo rodando. El impacto fue duro, y ambas giraron un par de veces sobre el suelo.
A pesar de la confusión del momento, Meave no soltó a Pax ni por un segundo. Con una sorprendente fuerza y movimientos ágiles, logró posicionarse sobre ella. La pelirroja se sentó sobre Pax, inmovilizándola con su peso mientras utilizaba una de sus piernas para bloquear las de la rubia. Sus manos, rápidas y firmes, tomaron los brazos de Pax, sujetándolos contra el suelo con fuerza.
—¡Cálmate de una maldita vez, Pax!—gritó Meave con severidad. Pax solo contestó con gemidos, forcejeando con desesperación bajo el control de Meave. Su cuerpo temblaba, sus músculos se tensaban, y sus ojos, llenos de lágrimas, parecían reflejar tanto el dolor como la confusión interna que la carcomía.

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