Me gusta tomarle fotos a los paisajes. Siempre me ha gustado como se ven los atardeceres; por eso son las fotografías que más tomo, en especial, cuando es en lugares llenos de naturaleza. A veces prefiero los jardines o los campos; me agrada como se complementa todo.

Un día me encontraba en un campo de flores. Era al atardecer, tal como acostumbro. Los rayos dorados se extendían sobre todo el campo. La vista era maravillosa con todas las tonalidades rojizas, doradas y púrpuras que mostraba el cielo y el campo, en general.

Capturé la foto y unas cuantas más para asegurarme de capturar toda la belleza de ese lugar. Al siguiente día, me dediqué a revisarlas una a una. Descubrí que, en una de ellas, se encontraba oculta entre las flores una mujer que admiraba al cielo.

Sentí un ligero escalofrío, pues mi mente asegura nunca haberla visto. Volví en el siguiente atardecer con la esperanza de que fuera una persona real o, al menos, con vida. Llegué al campo de flores buscando a un fantasma, siempre, con la esperanza de que no lo fuera.

Llevaba mi cámara conmigo. Había inventado la excusa de que tomaría más fotos del paisaje, pero, en realidad, iba a buscarla a ella. Me adentré al campo, fingiendo tomar una foto del paisaje, pero, lo cierto es que, ni siquiera le prestaba atención.

Justo en el momento en el que el atardecer se encontraba más hermoso, escondida entre las flores se encontraba una mujer. Ella volteó a mirarme. Sus ojos reflejaban los colores del atardecer maravillosamente. Apreté el obturador con la intención de guardar esa mirada en algo más que mi mente. Hablé con ella por un par de horas, hasta que todas las estrellas se hicieron presentes en la oscura noche.

Me sentía hechizado, no dejaba de mirar sus ojos ni su sonrisa. Había algo en ella que hacía que quisiera guardar cada pequeño detalle de ella; quería guardarlos para no olvidarlos nunca. Hacía que mi corazón latiera con fuerza. Esa mujer hacía que mis deseos codiciosos fueran sobre ella.

Me quedé a su lado durante toda la noche, pero, cuando amaneció, ella había desaparecido. Volví a esperarla en el siguiente atardecer, con la esperanza de encontrarla, y así fue. Pasaron largas semanas en las que nos encontrábamos al atardecer. También, permanecíamos juntos hasta que el sol salía de nuevo.

Se volvió una rutina en la que siempre nos veíamos al atardecer en ese campo de flores. Pasaron los días hasta que se convirtieron en meses; entonces, ella no volvió a aparecer. Esperé el próximo atardecer y, a diferencia de antes, ella no volvió.

Aún sigo yendo a ese lugar al atardecer, tomo fotografías con la ilusión de que ella aparezca en una de ellas. Me hubiera gustado poder capturar su sonrisa, pero eso no sucedió. Aún la espero, con la esperanza de que vuelva a aparecer frente a mí. Desde entonces, permanezco en ese campo lleno de flores. Han pasado meses, pero lo único que permanece de ella es esa foto en la que su mirada me introdujo al delirio en el que hoy me encuentro.

Liam.