Seis años exactos, ha pasado un buen tiempo desde la última vez. Aun me es imposible no pensarte a cada rato. Así como me es imposible dejar de escribirte igual que como si estuviera hablando contigo o como si estuvieras aquí. No puedo evitar sentirme como una loca cada vez que lo hago y, en otras ocasiones, me recuerda a las tardes en la que tú y yo charlábamos juntos sin cesar.
Es extraño, es justo como aquel día. La brisa otoñal se hacía igual de presente como ahora; las hojas secas y marchitas caían una a una. La casa tenía una luz tan brillante y cálida como la que ya no he visto. Se sentía tan acogedor nuestro hogar que en ocasiones me detesto por no poderlo regresar a esa calidez de antes.
¿Lo recuerdas?, ese día nos enteramos por primera vez de la presencia de Dani. En realidad, lo sabíamos desde antes, pero ese día fue cuando realmente lo confirmamos.
“Te mimaré todos los días y los consentiré hasta el hartazgo”
Recuerdo que lo decías en mi oído con dulzura. Yo solo sonreía mientras me imaginaba el futuro que nunca llegó a suceder. Estaba tan feliz que nunca pensé que sucedería lo que sucedió.
Recibiste una llamada; fue algo grave, no quisiste decirme para no preocuparme, pero yo sabía que no era algo bueno. Era como si tus ojos te delataran por accidente, lo mismo que esos minutos de silencio. No dijiste nada, aunque te pregunté, pero yo sabía que no era nada bueno.
— Tengo que irme ahora — me dijiste mientras te colocabas el abrigo.
— ¿Por qué? ¿Sucede algo malo?
— No te preocupes.
Supongo que me viste muy preocupada. Trataste de calmarme y de convencerme que no sería nada malo. Quería calmarme, pero, en el fondo, algo me decía que no era algo bueno. Algo me decía que no debía de dejarte ir. No pude evitar sujetar la manga de tu abrigo. No podía verme en un espejo, pero estoy segura de lo que decía mi expresión.
— Volveré pronto — me dijiste.
En ese momento creía que era un capricho mío. No quería dejarte ir; me negaba a hacerlo. Seguía sin decirte una sola palabra. En aquel momento solo te miraba y, estoy segura, mi mirada te rogaba para que no fueras.
— Lo prometo —acariciaste mi cabeza y sonreías tan dulcemente.
Yo en cambio, no hice otra cosa que sujetar la manga de tu abrigo con más fuerza. No podía soltarte y entonces me abrazaste.
— No querré irme si no me sueltas — me dijiste mientras me abrazabas.
— No quiero que vayas — por fin hablé.
— Pero es algo urgente, tengo que hacerlo —me abrazaste con más fuerza —. Por favor, te prometo que volveré pronto. Lo juro.
— ¿De verdad lo prometes?
— Lo prometo.
Me besaste y yo solté la manga de tu abrigo. Me sonreíste. Saliste de casa. Yo sonreí por ti, pero en el fondo aún me sentía muy preocupada. En el fondo sentía una angustia tan grande. Ese día era un día nublado, próximo a llover.
Pasaron un par de horas y recibí una llamada; una llamada en la que me dirían que habías roto tu promesa. Ya no volverás; ahora yo tendré que irte a ver, pero ya jamás podré volver a ver aquella sonrisa que tanto extraño. Fue esa llamada la que hizo que mi corazón se enfriara haciéndolo entrar de una hermosa primavera a un amargo invierno en cuestión de segundos.
Marie, te extraño mi amor.

Comments (0)
See all