Me gusta permanecer en lugares silenciosos y calmados, en esos que me hacen olvidar por un instante la realidad en la que me encuentro, un escape. Creo que cada quien tiene estos pensamientos de huir de todo, aunque sea solo por un par de segundos. Yo quisiera hacerlo todo el tiempo. Quizá, por esa razón, ahora mismo me encuentro en un jardín de rosas como si se tratara de algún cuento.

Huyo, ni siquiera sé por qué lo hago, pero me es imposible no dejar de hacerlo, así que solo dejo que mi cuerpo me guíe a algún lado. Camino sin rumbo, adentrándome más en este jardín de rosas que es como un laberinto sin salida. No sé cuántas horas he pasado en ese jardín; solo sé que está empezando a oscurecer y volverse sombrío.

He caminado sin rumbo por un largo rato hasta llegar al centro de este laberinto. Para mi sorpresa hay alguien oculto, deseando no haber sido encontrado. Levanta su rostro y ella me mira fijamente con unos ojos que parecen haber sido asesinados. Sus ojos parecen haber matado algún tipo de sueño o ilusión que guardaban, totalmente muertos de cualquier esperanza.

Hipnotizado por esa crueldad en sus ojos, me acercaba sigilosamente. Ella se levantó del suelo mirándome directo a los ojos. Tenía una mirada altiva, llena de frialdad y crudeza, mostrándome esa indiferencia de hacerme saber que solo soy un extraño para ella. Cada que miro esos ojos color obsidiana mi respiración se corta como si sus ojos acataran la orden de mi muerte.

Revivo la sensación de esa primera mirada. Cada que pienso en su mirada ese escalofrío recorre mi espalda como la primera vez que me mostró sus crueles ojos. Había algo en ella que me hace querer seguirla, permanecer a su lado a pesar de todo, como si algo me obligara a sentirme atraído a ella. Puede que sea ese el motivo por el que mi cuerpo se mueve por sí solo hacia ella.

Ella permanece quieta y en silencio. Me mira con crueldad como si no fuese nada para ella; bueno, en realidad, no soy nada para ella. Su expresión es seria como una máscara de hierro que no me permite atravesar nunca. Sin embargo, me empecino a soñar con derribársela algún día del rostro. Ella no lo permitirá, su mirada me muestra el rechazo. Lo ha dejado claro, moriré.

Después de tanto, ella decide acercarse a mí y coloca una mano sobre mi rostro. Siento la tela de su guante sobre mi rostro, pues sé que ni siquiera se molestará en quitárselos. Su mirada sigue siendo tan fría, pero hay ligeros destellos en su mirada, como si volviera cobrar vida. Me susurra al oído tiernamente; dice mi nombre, pues lo conoce perfectamente. Hace años que nos hemos visto.

La noche hace que su mirada indiferente deje salir algo a la luz que te hipnotiza. Tal vez ese sea el motivo por el cual ruego que me preste atención. Ella me sonríe de una manera cruel, astuta, como si estuviera segura que la persona frente a ella le es tan devota que incluso moriría por ella.

Es molesto que ella tenga razón. Quizá sea porque toda su vida siempre ha girado en torno a ella, es molesto, pero ella sabe mejor que nadie lo que estoy pensando. Su mirada altiva me examina como si quisiera sacar lo más profundo de mi mente; si es algo que no le agrada, matarme en un instante.

“Ara” susurro su nombre en el momento exacto en el que nuestras miradas permanecen atentos del otro. Ella sonríe gustosa de oírme y me da un beso cruel. Todo en ella es crueldad, así que no me sorprende que su forma de amarme también lo sea. Por eso, solo sonreiré ante las pequeñas migajas que ella se atreve a darme.

Me he acostumbrado a tener estas cadenas en mis manos y pies. Están tan bien forjadas que es imposible romperlas, pero, eso no importa, nunca las romperé; solo seré paciente. Ella sabe muy bien que siempre esperaré el momento en el que ella se harte y me abandone, justo como lo ha hecho antes.

Ha pasado más tiempo desde la última vez, lo suficiente como para haber perdido la noción del tiempo. Le he rogado muchas veces por su afecto; tantas, que he dejado de contar las veces que he recibido migajas de su amor.

Hoy es diferente, esta noche es más cariñosa que de costumbre. Por un momento, la crueldad de sus ojos desaparece. Su mirada es tan dulce como la sonrisa que aún me muestra.

Mi ropa se tiñe de rojo, en especial mi camisa blanca. Se tiñe de una mancha roja que se expande cada vez más que de costumbre. Ella me mira con particular cariño esta noche, como nunca lo había hecho antes, eso me enfada. Como siempre, ella es cruel hasta el final; después de todo, no quiso darme nada hasta este momento. Mi vista se vuelve cada vez más borrosa. Es injusto, realmente es tan injusto que me ame de esta manera. ¿Por qué tuvo que esperar hasta este momento?, ¿por qué ahora?

La brisa es fresca y se mezcla con el olor de este rojo espeso. Me encuentro recostado sobre el pasto verde del jardín de rosas. Miro por un instante la luna, pero aún recuerdo sus ojos color obsidiana. Esto es tan injusto. Hasta el final, ella me amó tan cruelmente. El único momento en el que me mostró dulzura, fue justo en el momento que ella sentenció mi muerte. Sin embargo, así es ella y eso es cruel; porque con sus propias manos el objeto afilado lo clavó justo en mi corazón. Mis sentidos se adormecen, pero no dejo de pensar en esos ojos color obsidiana.

Biel.