— La primavera se acerca — oí a alguien decirlo a la lejanía.
Miraba por la ventana. La gente pasaba como todos los días. El clima era horrible, pero recordé a una peculiar chica.
La conocí el año pasado, creo que era verano. Vestía de amarillo (aún lo hace), traía unos risos alborotados (como ya es costumbre), sus mejillas estaban rojas y ella desbordaba alegría. No sé porque, pero siempre llama mi atención. Han pasado meses desde que la conocí, pero sigue llamando mi atención. Siempre con una sonrisa en el rostro, tan alegre, quizá sea por eso.
Le gusta pintar, siempre dibuja flores. El otro día estaba dibujando un girasol, porque dice que son alegres. No me gusta contradecirla, así que sólo le sonreí.
Me miraba con sus ojos color miel. Era obvio que sabía que yo no pensaba lo mismo que ella. Sabía que no me gustaban los girasoles, pero se quedó en silencio. Yo fingí no saberlo, así que solo lo ignoré, pero ambos sabíamos que no era cierto. No era la primera vez que sucedía, pero ambos preferíamos no decir nada. Ambos hacíamos como si no supiéramos.
Hubo un día en el que le di una gardenia; lo recuerdo porque ella la miraba por mucho tiempo. Sus ojos brillaban al verla como si le hubiera entregado un gran tesoro. Ese día sonrió más que de costumbre. Para seguir viendo su sonrisa, empecé a hacerlo cada que podía, se convirtió en una costumbre darle a ella alguna flor.
Ella sonríe gentilmente cuando las recibe; Lo hace como si no significara absolutamente nada. Eso es mentira, pero fingí no darme cuenta. Miré sus ojos, siempre con ese brillo tan particular que a veces me hacen querer besarla; sin embargo, los ignoro.
Estábamos hartos, ambos lo sabíamos, pero seguimos sin hacer nada. Continuamos con este juego absurdo a pesar de que ambos sabemos la respuesta. Fingimos ceguera por cobardía o por pura diversión. Pasamos días enteros de esta manera, así era hasta que, un día, ella se atrevió a decir:
— ¿Para qué me regalas flores?
— Porque me gusta... Me gusta cuando las dibujas —solo alcancé a excusar.
Ella se quedó en silencio por un largo tiempo. Solo sonrió muy levemente, apenas imperceptible. Luego miré sus ojos; ellos, brillaban tan intensamente. Sabía que ella había entendido lo que quería decir; sus ojos me lo habían dicho, pero prefirió guardar silencio. No hará nada, al igual que yo no lo haré. Solo seguiremos el juego hasta que alguno de los dos vuelva a hartarse y decida terminar con esto.
Ahora mismo miro por la ventana. Frente a la ventana de mi habitación se encuentra una gardenia. Ya ha echado raíces en la tierra, aún no se ha marchitado a pesar de las estaciones. Pareciera como si se hubiera detenido en el tiempo, siempre permanece igual. Aún permanece esta flor y, al mismo tiempo, siempre hago todo lo posible para que esta flor nunca muera. Sí, conservo esta gardenia con peculiar cariño y cuidado, porque es la que ella me regaló. Este regalo sucedió exactamente hace un año atrás.
Carlisle.

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