Fue hace mucho tiempo, lo recuerdo bien. Hace un tiempo encontré un campo de flores; era un campo de lavanda. Era tranquilo, siempre me gustaba mirar los atardeceres en él. La vista era espléndida. Realmente me gustaba mucho ir a ese lugar; de vez en cuando, tenía la oportunidad de quedarme hasta el anochecer, en donde las estrellas brillaban tan intensamente sobre las flores.
Un día, apareció un joven esperanzado deseando tomar una buena fotografía del atardecer. Podía ver una gran ilusión en sus ojos, era la misma que yo tenía cuando tenía más o menos su edad. Perecía contento con las fotografías. Estoy segura de que ese día tomó fotos maravillosas. Recuerdo muy bien que fue ese día cuando el atardecer era más bonito.
Volví al siguiente día como era mi costumbre. Me gustaba escaparme de vez en cuando a mirar los atardeceres hasta que el sol se ocultara. Me gustaba porque me hacía olvidar todo por un momento. Me liberaba de mis presiones, aunque fuera un poco. Volví en esa ocasión esperando volver a encontrarlo, aunque sabía que eso no iba a suceder.
Me senté entre las flores por un tiempo esperando a que el sol se ocultara de nuevo. Escuché unos pasos acercándose hacia a mí; me giré para ver quien era esa persona. Sostenía una cámara y me tomó una fotografía. Era aquel joven de la vez pasada. Me alegré un poco, pero fingí que no había sucedido nada. Continué como si nunca hubiera parecido, después de todo, sabía que él solo venía a tomar fotografías.
Mi sorpresa fue cuando a quien le prestaba atención no era al atardecer, ni a las flores, ni al paisaje en general, sino a mí. Me miraba de una forma que mostraba la curiosidad que él sentía por mí. Era una mirada de interés que hace mucho que no recibía. Continué en ese lugar hasta que se oscureció por completo. Permanecí en ese lugar hasta que ambos pactamos volver de nuevo.
Volví con esperanza al campo de flores; deseando que él estuviera ahí esperándome. Admito que en esos momentos me sentía como una niña recién enamorada. Había pasado mucho tiempo desde que eso había sucedido. Cuando llegué al lugar, noté que había cumplido nuestro acuerdo, un acuerdo que se volvería constante para nosotros dos.
Pasaron varias tardes de esa manera, cada una era más extensa que la anterior. Con el paso de cada una de ellas, surgía un sentimiento en mí que creí que había muerto. Me había vuelto a enamorar. Empezaba a ver las cosas de una forma diferente, como si todo lo gris que había en mi vida empezara a tener color, solo por él.
En una noche, pude ver una codicia en su mirar; un anhelo, un deseo, era algo compartido. Esa vez el habló deseando que aceptara sus sentimientos. Sí, él se había enamorado. Yo decidí correr el riego y, simplemente, acepté sin importarme nada. Entonces las noches en ese campo de flores eran cada vez más largas, tanto, que a veces el sol llegaba nuevamente.
Eso hizo sospechar a muchas personas; entre tantas hubo alguien que me siguió en mi descuido. No pude negar lo que esa persona había visto aquella tarde. No podía excusarme, aunque lo intentara, pero tampoco sirvió de nada intentar callarle. Ese mismo día ella le dijo a quién era mi marido; sí, a ese hombre a quien nunca he amado y, a pesar de todo, tengo que seguir atada a él por su simple capricho.
Ella, quien me vio en el campo de flores susurró con malicia al oído de mi marido. Una tarde en la que había llegado más temprano al campo de flores mi marido me esperaba en ese lugar. Molesto y de forma violenta me hizo volver a casa prohibiéndome volver a este lugar.
Desde entonces miro los atardeceres por mi ventana, encerrada en mi habitación, deseando volver a ese lugar. No pude decirle nada a él, ni siquiera sé si aún espera por mí en ese lugar. Lo extraño tanto. Quiero verlo, pero no puedo hacerlo y, tal vez, nunca lo haga. Lo único que conservo es una flor de lavanda en mi habitación; una flor marchita y seca que aún conserva para no olvidar. Aun guardo conmigo una lavanda seca, para que cada vez que la vea, recuerde que lo que sucedió en ese tiempo no fue un sueño.
Délora.

Comments (0)
See all