Es cruel. Odio al amor, realmente lo detesto, es doloroso, como un maldito infierno. Bien, quizá sea cierto que es bonito, pero el que yo conozco no lo es tanto.
En otoño conocí a una chica que miraba a la lejanía. Por costumbre, me sentaba siempre a su lado; la mayoría del tiempo ello me ignoraba, pero, cuando no lo hacía, me mostraba una mirada adolorida.
La recuerdo bien, aun la sueño de vez en cuando. Unos ojos verdes, cristalinos, como si estuvieran a punto de llorar, como si cada vez que los miras vieras a un corazón destrozado en mil pedazos. Cada vez que llegan a mi mente no puedo evitar sentir una opresión en el pecho.
Es doloroso, más cuando sé que esos ojos casi nunca me ven a mí. Siempre está mirando algo a la lejanía, quiero decir, alguien; miran a alguien con particular cariño. A veces alcanzo a ver su dulce mirada cuando ella mira a la distancia y, al mismo tiempo, como con el paso de los segundos se vuelve tan dolorosa. "Sí, debería de dejar de torturarme" a veces la oigo murmurar eso.
En otras veces me habla de él, son pocas, porque, casi siempre, se guarda todo para ella. Sin embargo, aquellas veces en las que está de buen humor, se vuelve una persona tan alegre y platicadora. Creo que cuando eso sucede, mi corazón late de manera extraña. Aunque, después, vuelve a ser la misma de siempre, melancólica.
Siempre permanece fúnebre y en silencio, así es ella, o en eso es en lo que se convirtió. Me gustaría verla sonreír más seguido. Me gustaría encontrar una forma de hacerla sonreír, pero lo único que he llegado a conseguir es una sonrisa amarga, de esas que te destrozan cuando las ves.
Siempre está acompañada de esa mirada dolorosa. Me gustaría poder abrazarla y curar esa herida dolorosa, tan profunda, que la hace mirar de esa manera. Sin embargo, lo único que hago es permanecer en silencio a su lado. Estoy desesperado; siendo absorbido por el deseo egoísta de mi corazón, uno que ella entiende perfectamente.
Recuerdo una noche de invierno en la que me crucé con ella. Su mirada cristalina apuntaba hacia mí. Era una mirada que siempre me llega al alma y me desgarra el corazón. Unas lágrimas empezaron a brotar por sus mejillas sin aviso; se desbordaban sin parar. Me dolía el corazón.
De manera involuntaria, me moví hasta estar frente a ella. Mi mano se acercaba a su mejilla, pero se detuvo a medio camino. Mi cobardía se hizo presente de nuevo y me detuve. Solo la miraba con impotencia, deseoso, pero sin poder hacer nada. Se acercó a mí y lloró por largas horas. Se aferraba a mí dolorosamente, desesperada, como si muriera por dentro. Jamás quiso decirme nada; yo nunca pregunté, pero todavía recuerdo su mirada cuando cierro los ojos.
Como si fuera una rutina, siempre está sentada en los mismos lugares mirando a la distancia, oculta, como si temiera ser descubierta por él. Sé lo que siente, yo hago lo mismo; siempre mirándola a escondidas, deseando que ella me mire a mí. Este deseo se apodera de mí con mayor frecuencia. Mi corazón ruega que algún día ella deje de mirar a la distancia y me mire a mí. Quiero que me mire tan dulcemente como cuando lo mira a él a la distancia. Por favor, solo pido que me mire a mí; si lo hace, haré hasta lo imposible para que su mirada nunca vuelva a ser amarga. Haré todo para que desaparezca su dolor; lo único que pido es que ella me mire a mí en vez de a él.
De Adán, quien siempre está a lado tuyo.

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