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Losers' Journey: Aetheria

Resonancia

Resonancia

Jan 27, 2025

En medio del aire, Meave ayudaba a Leon, ofreciéndole su mano de vez en cuando para asegurarse de que no cayera. De repente, con un movimiento decidido, la pelirroja tiró con fuerza de él, y ambos aterrizaron suavemente sobre un lomo suave y cálido. Era una ballena celestial que surcaba los cielos con una elegancia sorprendente, aun con sus casi doscientos metros de largo. Su piel, de un gris perla que cambiaba a azul intenso en las zonas más iluminadas, parecía brillar con luz propia. Las nubes se arremolinaban a su alrededor, formando remolinos con algunas nubes que contrastaban con el negro azabache del cielo. La ballena exhalaba un vapor que se condensaba en el aire, formando arcoíris minúsculos que se desvanecían al instante. Era como un sueño, una visión de un mundo mágico y desconocido.

—Me pregunto cómo es que te pudo atacar uno de estos amigos —dijo la pelirroja mientras estaba de cuclillas acariciando el lomo de la criatura.

—¿Sabías que si atacas a alguno, vendrá toda la manada? —Habló Leon mientras se sentaba al lado de Meave —Solíamos molestar a algunos junto con Gideon para que nos persiguieran y, mmh bueno, ya sabes.

Meave río al imaginar a Leon tonteando y solo lo miró expectante a lo que decía.

—Es por eso que hace rato tardé tanto; dañarlo implicaba más problemas, por eso decidí purificarlo.

—Pero la purificación erradica la energía cuando es de una fuente directa, ¿no?

—Sí… eso me parece raro. Significaría que fue por magia de un onironauta o, lo que es menos probable, influencia del Ser del bajo astral.

Meave frunció el ceño y después se dejó caer hacia atrás, acostándose sobre el cálido lomo de la criatura. La textura era firme pero cómoda, y el rítmico movimiento de la ballena mientras surcaba las corrientes celestiales tenía un efecto calmante.

—Es impresionante que sigan siendo tan pacíficas, a pesar de todo —murmuró Meave, mirando las estrellas que ahora se asomaban entre las nubes.

Leon asintió, pero su rostro reflejaba preocupación.

—Si fue influencia del Ser del bajo astral… eso podría significar que su poder está creciendo más rápido de lo que pensamos. Y si es un onironauta… ¿quién sería tan imprudente?

Ambos quedaron en silencio por un momento, sumidos en sus pensamientos. La ballena exhaló de nuevo, llenando el aire con una bruma suave que reflejaba destellos de luz.

—Bueno, Gideon estaría feliz de saber que no perdimos la costumbre de meternos en problemas —bromeó Meave, tratando de aliviar la tensión.

Leon soltó una leve carcajada, aunque su mente seguía trabajando rápidamente.

Meave se sostuvo las rodillas, meditando lo que había dicho Leon, hasta que su cara se iluminó, aunque pronto puso un gesto airado. —¿Crees que pudo ser Pax? —preguntó, con un tono que oscilaba entre la incredulidad y la sospecha.

—Mmh, lo dudo. Hasta donde sé, no tiene ese tipo de magia —respondió Leon, manteniendo la mirada fija en el horizonte, como si buscara algo más allá de las nubes.

—Comprendo —dijo suavemente Meave antes de tragar saliva, su voz bajando a un murmullo mientras reunía valor para continuar—. ¿Me vas a contar sobre cómo terminaste entrenándola?

Leon se rió para sus adentros, un sonido breve y contenido, mientras agachaba la cabeza. La sombra de una sonrisa cruzó su rostro. —Supongo que te lo debo.

Meave se sonrió al escuchar aquello, una expresión que iluminó su semblante. Con un movimiento fluido, se acercó más a Leon, acomodándose frente a él. Mientras lo miraba, notó cómo su atención se deslizaba hacia algo invisible para ella. Reconoció esa expresión al instante: las cejas ligeramente fruncidas, los ojos entrecerrados, la boca apenas entreabierta y su cabeza inclinada hacia atrás. Meave había visto esa mirada muchas veces antes, una señal clara de que Leon estaba percibiendo algo más allá de su realidad inmediata. Para ella, aquello era casi habitual; después de todo, Leon era uno de los onironautas más fuertes y buscados del mundo. Esa conexión constante con otros planos hacía que momentos como ese fueran una rutina inquietante.

—¿Percibes algo? —preguntó Meave en un tono calmado, ladeando ligeramente la cabeza mientras intentaba captar su mirada.

Leon parpadeó lentamente, como si regresara de un trance. Su voz fue baja pero firme cuando respondió: —Parece que sí. ¿Te parece si te veo en nuestro bosque?

El aire a su alrededor parecía cargarse de una energía sutil. Meave asintió, su mirada reflejando una mezcla de curiosidad y preocupación. El “bosque” que mencionaba no era un lugar común; era un rincón especial, un refugio en el plano onírico que ambos compartían.

—Claro, me adelanto entonces.

Dicho esto, Meave se puso de pie con ligereza, extendió sus alas de energía y comenzó a volar, mientras Leon desaparecía de la superficie de la majestuosa ballena celestial. La criatura emitió un último resoplido de vapor que se desvaneció en el aire como un susurro antes de sumergirse entre las nubes.

Meave sobrevolaba una ciudad en calma, un entramado de luces doradas que serpenteaban entre calles y edificios bajo el cielo estrellado. A pesar de la belleza que la rodeaba, su mente estaba en otra parte. Su vuelo era casi automático, sus movimientos suaves pero ausentes mientras su mirada permanecía perdida.

“Supongo que será interesante saber toda la historia… Aunque, realmente, me será difícil...”

Sus pensamientos flotaban con la misma levedad que ella mientras reflexionaba sobre lo que acababa de ocurrir y lo que podría venir. Sin embargo, su meditación se vio abruptamente interrumpida.

Sin previo aviso, un impacto brutal la alcanzó. Sintió un dolor agudo y la fuerza de algo que la empujó con violencia. Su cuerpo atravesó la fachada de una casa cercana, destrozando un par de árboles en el proceso, antes de caer pesadamente en un pequeño lago que salpicó agua hacia todas direcciones. La superficie del lago se agitó con violencia, y un eco resonante del choque reverberó en el aire.

Aturdida y respirando con dificultad, Meave se quedó inmóvil por unos segundos en el agua, tratando de comprender lo que había sucedido. Su sorpresa creció al escuchar un grito inconfundible.

—¡Fue tu culpa!

La voz era llena de furia, y al girar su mirada hacia la orilla, ahí estaba Pax.

Con el cabello empapado y su aura púrpura chispeando de energía, la rubia la miraba con ojos llenos de reproche y rabia. Cada palabra suya era como una daga lanzada sin piedad. Meave, todavía sentada en el agua, pestañeó, incrédula.

“¿Cómo es que está aquí? Se supone que ni siquiera podría dormirse después de salir súbitamente del Astral...” La mente de la pelirroja trabajaba rápido, tratando de encontrar una explicación lógica para lo que estaba viendo, pero su tiempo para pensar se redujo cuando Pax continuó hablando, su tono todavía más enérgico.

—¡Contéstame! ¡No puedes simplemente quedarte ahí como si nada!

La furia en sus ojos parecía alimentada por algo más profundo, algo que iba más allá del choque reciente. La situación era peligrosa, y Meave lo sabía.

—Sin él aquí no eres un problema— dijo Pax con una mezcla de odio y suficiencia en su voz, mientras sus ojos brillaban con energía púrpura —Y como ustedes lo mataron, yo haré lo mismo contigo.

Fue lo último que pronunció antes de impulsarse hacia Meave, sosteniendo en sus manos una lanza de energía que destellaba con un aura inquietante. El aire a su alrededor parecía vibrar con la intensidad de su ataque. La estocada fue rápida, certera, pero para sorpresa de Pax, cuando su arma atravesó el espacio donde Meave estaba, la pelirroja ya no se encontraba allí. Pax apenas logró distinguir con la periferia de su visión un destello rojizo, una silueta fugaz que se desplazaba como una ráfaga.

Antes de que pudiera reaccionar, Meave reapareció con una precisión calculada. Girando sobre su eje en un movimiento fluido, lanzó una poderosa patada que impactó directamente en el estómago de Pax. El golpe resonó con un sonido seco y Pax fue arrojada hacia atrás, volando varios metros antes de estrellarse contra el suelo. La energía púrpura que rodeaba su cuerpo parpadeó, y el impacto levantó una nube de polvo que se disipó lentamente, revelando a Pax en el suelo, jadeando mientras trataba de incorporarse.

—Eres rápida, pero no eres la única —dijo Meave con una calma cortante, su postura relajada pero lista para responder al siguiente ataque. Sus ojos brillaban con determinación, y aunque no había ninguna aura ostentosa alrededor de ella, su presencia era como una tormenta contenida, lista para desatarse en cualquier momento.

—Estás siendo muy arrogante, niña— dijo Meave con una calma tensa que apenas ocultaba la ira que bullía bajo su voz. Sus palabras flotaron en el aire, pesadas, como una amenaza sutil. —Aunque me gustaría evitar pelear contigo…— hizo una pausa, su tono más grave, mientras daba un paso hacia ella. Su mirada se clavó en Pax, con una intensidad que parecía atravesarla —Mentiría si te dijera que no estoy molesta por lo de hace rato, pero soy coherente, y dado que ahora sé que eres consciente de lo que haces, te daré una oportunidad.

Meave avanzó con determinación, sus pasos resonando en el suelo en un ritmo calculado, como si estuviera midiendo cada uno de ellos. Cuando llegó junto a Pax, quien aún estaba agachada, tosiendo por el reciente golpe, la chica se detuvo a su lado. La sombra de su figura cayó sobre Pax, y en el aire flotaba el pesado aroma a tierra y sudor. Meave se puso en cuclillas, bajando el rostro al nivel de Pax, su postura firme, casi predatoria.

Los ojos de Meave, de un azul profundo, resplandecían con una frialdad que cortaba. Pax, desde el suelo, le devolvió la mirada con el ceño fruncido, desafiando en silencio, pero su respiración era pesada, cada exhalación un esfuerzo.

—Te vas a disculpar— Meave dijo, su voz baja, como si cada palabra fuera un filo afilado —Y vas a venir conmigo y Coralie.

El aire parecía tensarse alrededor de ellas, un espacio cargado de electricidad, como si la pelea fuera más que una confrontación de palabras, sino una batalla por algo mucho más grande. Las palabras de Meave no eran solo una orden, eran una advertencia. Una oportunidad que solo se ofrecía una vez, y Pax lo sabía.

Los dientes de Pax rechinaron con fuerza al escuchar las demandas de Meave, el sonido era como el crujir de huesos bajo presión. ¿Cómo se atrevía a ordenarle algo? La furia la recorría por completo, haciéndola sentir como si todo su ser estuviera a punto de estallar. Sin pensar, sin dar tiempo a la reflexión, se lanzó a la acción. Con un rápido movimiento, levantó la mano y, con un gesto violento, arrojó tierra hacia los ojos de Meave, con la esperanza de ganar una ventaja y desorientarla por un instante.

Sin embargo, lo que sucedió a continuación la tomó por sorpresa. Antes de que pudiera ver el resultado de su ataque, sintió un golpe seco y doloroso en su estómago. El impacto fue tan fuerte que el aire se le escapó de los pulmones y su cuerpo se dobló hacia adelante involuntariamente. No fue un golpe cualquiera, sino el impacto certero de un bastón rojo, que se clavó en su abdomen con precisión mortal.

—Lo siento, Pax. Pero si no puedes controlar tus emociones, tendré que hacerlo yo. Te dije que soy coherente —añadió Meave, acercándose con cuidado mientras apretaba el baston de sangre creado.— Esto no es una pelea que necesitas ganar. Esto es algo de lo que necesitas sanar.

Pax, sorprendida por la habilidad y los reflejos de Meave, sintió una furia creciente que la impulsaba a seguir luchando, sin rendirse ante la imparable presión de la pelea. Cada acción de Meave la dejaba sin aliento, pero la rabia se apoderó de ella, y con todo lo que tenía, concentró su energía en sus manos, sintiendo el poder recorrer sus venas. Sabía que si no actuaba rápido, terminaría siendo derrotada.

Con una rapidez feroz, Pax sostuvo el bastón con ambas manos, resistiendo la presión del impacto. La energía en sus palmas comenzó a vibrar, y con una concentración casi desesperada, inyectó toda su fuerza en el bastón. La energía se canalizó a través del objeto, causando que el bastón crujiera y se quebrara con un estallido de poder, como si su propia furia hubiera destrozado la sangre condenzada.

En cuanto el bastón se rompió, Pax reaccionó con rapidez, levantándose, pero solo con una rodilla en el suelo. Desde esa posición, desplegó su arco de energía con precisión, apuntando a Meave con la intención de atacarla a distancia. Las flechas de pura energía dispararon hacia su objetivo con velocidad, pero Meave, un paso adelante, calculó perfectamente la trayectoria y dio un salto hacia atrás, evitando las flechas con una destreza que dejaba a Pax sin palabras.

Meave no tuvo tiempo de analizar la situación, ya que, al voltear la vista, vio a Pax mucho más cerca de lo que había anticipado. En sus manos, ahora sostenía lo que parecía una vara de energía, tan larga que podía empuñarla con ambas manos, y con ganchos afilados en cada punta. La visión de esa arma letal hizo que el corazón de la pelirroja latiera con fuerza.

Meave la observó detenidamente, su mirada fría y calculadora. No había ninguna duda de que estaba disfrutando de la lucha, y eso solo aumentaba la furia de Pax.

Sin previo aviso, Meave hizo un movimiento rápido, y en un parpadeo, las espadas de sangre se materializaron en sus manos. Las hojas rojizas de las espadas chocaron con la vara de energía de Pax, creando una repulsión entre las dos habilidades, una lucha de fuerzas opuestas que resonó en el aire. Pero, con una rapidez feroz, Meave reaccionó, agachándose y colocando una mano sobre el suelo. Un temblor recorrió el terreno antes de que pilares rojos emergieran violentamente del suelo, golpeando a Pax con una fuerza imparable.

Pax, sintiendo la inminente amenaza, trató de aumentar su defensa, pero no pudo evitar que algunos de los pilares la alcanzaran. El impacto fue directo, el dolor recorriendo su cuerpo con cada golpe. A pesar de su esfuerzo por protegerse, varios de los pilares la atravesaron, dejando marcas profundas en su piel. La presión de la batalla era insoportable, y la sensación de ser superada por la velocidad y el poder de Meave hacía que la ira de Pax se transformara en una mezcla de desesperación y rabia.

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Johec Evans

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