~•~• MEFIS •~•~
En el octavo círculo del infierno, dónde los fraudulentos habitan, hay un demonio superior a todos los demás que allí residen, cuya imponente mansión se levanta en la cima de una colina, rodeada de lamentos y llamas que consumen a los pecadores que intentan llegar hasta esta cúspide, inalcanzable por cualquiera que no fuese bienvenido por su amo y señor. Y, aunque no fuera el mismísimo Lucifer, este señor demonio se ha forjado un nombre en el infierno que haría temblar a los demás círculos con sólo mover una mano. La mansión de Mefistófeles, es sin duda alguna, un lugar aterrador y poco accesible para los demonios menores que prefieren nunca cruzarse con este ser avaro, mentiroso y petulante.
Detrás de una de las ventanas de la mansión, se pueden ver un par de ojos amarillos que miran a través del cristal con anhelo y tristeza. Se trata de un demonio pequeño, con dos cuernos que sobresalen de su cabeza, que debido a su estatura podría hacerse pasar por una sombra cualquiera, pero su aura demoníaca era tan poderosa que no podría ser nada más y nada menos que el hijo de Mefistófeles.
El sofá rojo de lujo estaba contra la pared, encima de este un gran ventanal con barrotes y pinchos, que simulaban una cárcel, se alzaba frente al pequeño demonio que suspiraba mientras veía un paisaje lleno de lamentos, tortura y horror. Para él, era como cualquier otro día en el infierno, nada nuevo, todo siguiendo su curso natural, pero ya estaba cansado de ver y oír lo mismo una y otra vez. Estaba cansado de no poder encontrar algo de diversión en ese lugar.
Su sirviente, un demonio fiel al linaje de su familia, llamado Belzor, que siempre lo ha acompañado, no es suficiente para saciar su sed de diversión. En ese momento Belzor , se inclina para recibir a su amo quién ha entrado en la habitación. El pequeño demonio se gira para ver a su padre, quién lo recibe con una gran sonrisa.
- Hijo mío ¿Por qué estás tan afligido? - le dice uno de los Lords demoníacos más fuertes del infierno. Su padre. Mefistófeles.
- Padre, quiero salir. Quiero conocer a otros demonios cómo yo y divertirme- su padre lo levanta en brazos con una ternura que parece imposible que tenga un ser cómo él.
- Pero no es necesario que te juntes con seres inferiores a ti. Tu mereces lo mejor de lo mejor, además lo tienes todo.
- No, no tengo a alguien con quién jugar, padre.
- Pero tienes a Belzor, él te hace compañía todo el tiempo- Mefistófeles señala a su subordinado, quién hace una reverencia cuándo su amo lo señala. Al joven demonio no le gustó el comentario y hace pucheros a su padre quién lo vuelve a dejar en el suelo. - Hijo, pronto tendrás incluso más de lo que tienes ahora, al alcance de tu mano. Tendrás a alguien que te hará la compañía que deseas, será tu lacayo o tu sirviente o tu esclavo, lo que tu desees.
El pequeño demonio no dijo nada al respecto simplemente pensó para si mismo que si lo que decía su padre era cierto, entonces por fin tendría al amigo que siempre quiso tener. Su padre se despidió de él y se fue nuevamente a su trabajo, era un demonio tan ocupado que casi tenía tiempo para hablar con su hijo. El pequeño Mefis ya se había acostumbrado a la ausencia de su padre y cada vez que lo veía era, de cierta forma, reconfortante aunque no duraba por mucho.
Mefis volvió a su lugar en el sofá y frente a la ventana para seguir suspirando con anhelo y aburrimiento, preguntándose cuándo tardaría en llegar ese amigo que su padre le prometió que tendría. Esperaba que fuese pronto.
~•~• CLAUDIO •~•~
Estaba nervioso. Casi no pude dormir la noche anterior por las ansias que tenía de volver a jugar con mi nuevo amigo. Además, mi mente comenzó a jugarme malas bromas, pensé que quizá todo me lo había imaginado o que había sido un sueño y pensé ¿Y si voy al día siguiente y no está allí? ¿Y si de verdad fue algo que yo me inventé? Me dio miedo. Así que no pude dormir bien.
Me levanté tarde para mis lecciones matutinas, mi madre me gritó por hacer esperar al tutor. Le pedí disculpas y aunque no le dio mucha importancia estaba ciertamente irritado por los gritos de mi madre. Pude sobrevivir a las lecciones, aunque casi me duermo sobre la mesa en algunas ocasiones. Gracias a las meriendas que me trajeron las señoritas de la cocina pude continuar.
Tuve que esperar hasta después de comer para poder salir al jardín, mi madre me dijo que no me ensuciara y mi padre me dijo que tuviera cuidado de no lastimarme. También me recordó que no me acercara al árbol torcido al final del laberinto. Siempre me ha dado curiosidad ese árbol, pero sus raíces y ramas están torcidas de una forma extraña, que en la noche lo hace ver espeluznante, así que es suficiente razón para mí para no acercarme nunca a ese árbol; además mamá dice que si me subo en él podría caer y romperme un hueso, y yo no quiero nada de eso. Una vez las advertencias me fueron dadas, abrí la puerta y salí junto al señor conejo hacía él laberinto.
Ayer que me adentré tanto en el lugar que me di cuenta que había una fuente muy hermosa en el centro. Eso explica porque el rumor del agua a lo lejos me tranquilizaba tanto para poder leer a gusto en ese lugar. Sólo que esta vez, no iba a leer sino a jugar con alguien por fin. Cuándo llegué a la banca, senté al señor conejo en el lugar ya que no quería llevarlo al Interior del laberinto por si se ensuciaba o se estropeaba.
- Espérame aquí - le dije mientras volvía a adentrarme en los arbustos enormes. - ¿Hola? He vuelto ¿Estás ahí?
Al principio no obtuve respuesta, así que seguí caminando mientras miraba al rededor, colocando sumo cuidado en cualquier sonido que pudiera atravesar el aire. Pero no pareciera que hubiese rastro de alguien en ese lugar. Estaba sólo.
- ¿Hola?- ya me estaba empezando a preocupar y mis miedos de la noche anterior parecieran confirmarse cuando escuché un "¡Bú!" Detrás de mí, muy cerca de mi oreja.
Me sobresalté por el susto, me giré y miré en todas direcciones para buscar a quién estuviera detrás de mí pero estaba sólo. De repente escuché que alguien se reía.
- ¡Debiste ver tu cara!- dijo el chico del día anterior. Seguía sin mostrarse pero podía escucharlo con claridad.
- ¿Qué haces? Casi me matas del susto- le dije algo enojado, con el corazón a mil. Me crucé de brazos.- Deja de reírte ¿Quieres? No es gracioso.
- Claro que lo fue - dejó de reírse en ese momento- Oye vamos a jugar otra vez.
Yo me quedé de pie en mi lugar, algo inseguro ¿De verdad está sucediendo esto de nuevo? ¿De verdad no lo estoy imaginando? Agarré mi camisa con fuerza, quisiera creer que realmente se ha cumplido mi sueño, y si es así ¿Por qué no puedo simplemente disfrutar de ello y ya?
- ¿Estás bien?- me pregunta el chico, se oye tan cerca que me obliga a buscarlo con la mirada pero sigue sin haber rastro de él.
- Pensé que no vendrías...- confieso algo apenado por si quiera expresar mis pensamientos en voz alta y más a alguien a quién acabo de conocer.
- Yo siempre cumplo mis promesas. Te dije que vendría y aquí estoy, y si así lo quieres seguiré viniendo ¿Qué te parece eso?
Al escuchar eso sentí cómo si me quitaran un peso de encima, aunque aún así había cierta incertidumbre por un mínimo detalle.
- Pero ¿Cómo voy a confiar en ti sino te puedo ver?- hubo silencio.- Vamos, sal de ahí de dónde quiera que estés.
~•~• MEFIS •~•~
Al escuchar las palabras del pequeño niño humano, Mefis dudó, dudó sobre lo que estaba haciendo ya que ahora todo le parecía una mala idea. Sabía que si se mostraba tal cuál era, el niño saldría corriendo al ver su aspecto. Son de mundos distintos y su padre ya le había llenado la cabeza con historias, y aunque reales, eran terribles. Humanos cazando demonios, huyendo de ellos no sólo por su apariencia sino también por sus habilidades, en algún momento de la historia hubo muertes por todos lados para que ambas especies pudieran sobrevivir, hasta que los demonios encontraron un lugar cómo el infierno para vivir, lejos de los humanos.
Mefis si quería salir a jugar con él, estar cerca y que lo viera sin ningún prejuicio, pero era arriesgarlo todo por una mínima chance del cuál no estaba seguro que diera resultado. Así que pensó lo mejor que pudo decirle al niño:
- Hoy no, pero pronto me presentaré ante ti. Además, aún no me has atrapado y en eso habíamos acordado ayer ¿No es así? - Mefis sonrió aunque nadie lo estuviera viendo. Pensó que sus palabras habían sido las adecuadas para salirse de tal situación y hacer pensar al chico en otra cosa que no fuera la revelación de su imagen.
- Esta bien, tienes razón- dijo el chico, rindiéndose ante sus palabras. Mefis no lo creía, no pensó que eso de verdad funcionaría- ¡Ya verás cuándo te atrape!
El chico comenzó a correr en el laberinto cómo el día anterior intentando encontrarlo. Por supuesto que en ningún momento estuvo cerca de hacerlo, pero al ver que ahora el chico se desanimaba más fácil al no poder saber dónde se encontraba, Mefis tomó la decisión de tocarlo en el hombro de vez en cuándo mientras él no se diera cuenta. Eso hizo que el niño recobrara su entusiasmo ya que de está forma Mefis le estaba diciendo que si era alguien real, de carne y hueso quizá, que existía y así despejaría las dudas del chico dándole más motivos para que siga buscándolo.
Así siguieron hasta que cayó la noche nuevamente y la madre del muchacho lo llamó desde el portón cómo el día anterior. Mefis pudo escuchar el nombre del niño: Claudio. A Mefis le pareció extraño, nunca había escuchado ese nombre. El chico antes de irse vuelve a insistir en que vaya con él.
- Ven un rato, te invito a cenar. Quiero que mis padres te vean para que dejen de decir que eres imaginario.
Eso era mucho peor que simplemente mostrarse ante el chico, si se mostraba ante los adultos ¿Qué cosas podrían hacerle? Sería el fin.
- No, yo creo que mejor no- responde Mefis con algo de tristeza. Mefis desde las sombras ve también la tristeza y la decepción reflejadas en el rostro de su amigo humano así que añadió-¡Pero eso no significa que no quiera seguir jugando contigo! Me divertí mucho y pienso regresar para que así ya no estemos solos.
Esto hace que la alegría de Claudio se renueve.
- Esta bien- le dice Claudio con una gran sonrisa que antes no había mostrado y se va corriendo a casa.
Mefis siente que hizo bien en decirle algo así al chico, ya que lo puso muy contento. Mefis también sonrió aunque nadie lo estaba viendo, pero se quedó un rato largo observando la mansión a lo lejos, recordando esa sonrisa de su amigo, tan grande y llena de esperanza que pensó que valió la pena cada segundo, cada palabra antes de irse de nuevo a su casa a estar sólo de nuevo.

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