El grito de Meave resonó por todo el bosque, un eco de dolor que se mezcló con el susurro de las hojas. Su cuerpo se convulsionaba bajo el dolor mientras tosía sangre, pero esa misma sangre se convirtió en su aliada. Pequeñas esferas carmesí comenzaron a flotar a su alrededor, pulsando con un poder inquietante. Al ver esto, Pax e Issac no dudaron en atacar, pero los proyectiles y los gusanos astrales fueron detenidos fácilmente por las esferas, que se movían como un escudo orgánico y letal.
Mientras esto ocurría, Meave parecía sumergirse en una transformación. Su piel, tan pálida como la nieve, comenzó a adquirir un tono rojizo, las venas de su frente y brazos se marcaron con fuerza, y su cuerpo, antes delgado y esbelto, se volvió más fornido, con músculos definidos que resaltaban bajo su piel.
Meave alcanzó con sus manos las ataduras de los gusanos astrales que la sujetaban. Sus uñas, ahora transformadas en garras afiladas, rasgaron la carne etérea de los gusanos, desgarrándolos con facilidad. Liberó primero sus manos y luego, con un simple movimiento, rompió las ataduras de sus pies, quedando completamente libre.
No dijo nada, pero su mirada era suficiente para helar la sangre. Aquellos ojos azules, llenos de furia asesina, se clavaron en Pax e Issac. Luego, sin previo aviso, comenzó a flotar, sus movimientos llenos de una gracia amenazante.
Pax e Issac no dudaron en responder. Desde el suelo, Issac invocó más gusanos astrales, que se lanzaron hacia Meave como serpientes hambrientas. Pero la pelirroja, con un movimiento rápido, extendió sus dedos, y desde las puntas brotaron hojas de sangre que cortaron los gusanos en un instante. Pax, aprovechando el momento, disparó un proyectil masivo que logró empujarla hacia atrás. Las esferas de sangre absorbieron la mayor parte del impacto, pero la explosión restante la alcanzó, desorientándola brevemente.
“Si lucho a larga distancia, perderé“, pensó Meave mientras se ocultaba en el humo. Pero su refugio fue interrumpido por un tentáculo invisible que se deslizó por detrás. Con rapidez, lo cortó, maldiciendo en silencio —Malditas cosas, son invisibles hasta que te tocan.— Sin embargo, otro golpe le acertó en el estómago, aunque no logró atravesar su piel endurecida. El impacto fue fuerte, pero no suficiente para atravesar su piel, ahora endurecida por su transformación. Pax, quien había lanzado el ataque, miró con asombro cómo su lanza se rompía contra el cuerpo de Meave. Sin tiempo para retroceder, Pax sintió que el contraataque de la pelirroja sería inevitable. Pero Issac, actuando con precisión, desvió el ataque justo a tiempo, obligando a Meave a retroceder unos pasos.
El bosque era un caos. El suelo estaba cubierto de ramas rotas, marcas de quemaduras y sangre, los árboles cercanos desgarrados por el impacto de la feroz batalla. El intercambio entre los tres combatientes continuaba con un frenesí casi inhumano.
El intercambio de golpes continuó, un torbellino de violencia y estrategia que parecía no tener fin. Issac, a pesar de su habilidad para regenerar sus extremidades, se encontraba cada vez más desfigurado. Su brazo había sido cortado varias veces, y con cada regeneración, adquiría un aspecto más bestial y grotesco. Perdió una pierna y parte de su mano, ambas regeneradas con la misma energía oscura que lo mantenía en pie. Pax, por su parte, había perdido una mano, pero gracias a su magia de fortalecimiento, era complicado cortarla, y la regeneración fue rápida.
Meave, aunque ilesa en términos de extremidades, estaba al borde de sus límites. Su cuerpo, marcado por cortes y golpes, era una maraña de dolor. La herida en su muslo pulsaba con cada movimiento, y su respiración era pesada, pero sus ojos ardían con determinación. Sabía que rendirse no era una opción.
En un momento crítico, Meave intentó tomar un respiro, pero su instinto la alertó de un nuevo ataque. Pax se lanzó hacia ella a una velocidad absurda, un destello rubio cruzando el campo. Meave logró evadir por poco, pero en el proceso perdió de vista a Issac, quien aprovechó su distracción para acercarse.
Aunque Meave había anticipado un ataque coordinado, se vio sorprendida por la habilidad de Issac. “¡Mierda, esto es algo nuevo!” pensó Meave cuando fue atrapada por un par de tentáculos que surgieron del brazo del hombre. Incapaz de soltarse, fue arrastrada a través de árboles y el suelo, su cuerpo golpeando con fuerza contra los obstáculos.
—Cierto que eres fuerte, pero no tanto como se decía—dijo Issac con un tono burlón, disfrutando momentáneamente de su aparente victoria.
Pax, junto a él, permaneció en silencio, su expresión seria mientras observaba la escena. Pero la tensión se rompió cuando ambos sintieron una extraña sensación en su piel, un cosquilleo que pronto se tornó en dolor. —¡Pax! Alej… —intentó gritar Issac, pero su advertencia llegó demasiado tarde.
Unos finos hilos carmesíes habían aparecido alrededor de ellos, casi invisibles en el caos del combate. Los hilos atravesaron la carne de ambos con precisión quirúrgica, haciendo que Issac soltara a Meave por reflejo, su agarre destrozado por el dolor repentino.
Meave cayó al suelo de manera desordenada, rodando por el impacto hasta detenerse. Quedó en el suelo, apoyada sobre sus rodillas, su cuerpo temblando. Su cabello desordenado cubría parcialmente su rostro, pero no ocultaba la expresión perdida en sus ojos. Lágrimas comenzaron a correr por sus mejillas mientras miraba al frente, su mirada fija en nada en particular.
Estaba exhausta, rota tanto física como emocionalmente. Aunque había liberado ese último ataque, sabía que sus fuerzas estaban al límite. Por primera vez en la pelea, parecía estar dudando de sí misma, preguntándose si realmente podía salir victoriosa de este enfrentamiento.
—Supongo que hablé muy pronto —dijo Issac mientras su cuerpo se regeneraba junto a Pax, la energía oscura envolviendo sus heridas y restaurando su forma.
—Pero ya está derrotada —murmuró Pax, más para sí misma que para Issac, intentando convencerse de que la batalla estaba ganada.
Ambos, jadeantes y agotados, reunieron sus fuerzas para un nuevo asalto. Sin embargo, antes de que pudieran lanzar sus ataques, una conmoción los sacudió hasta los huesos. La barrera de Issac, que había sido una fortaleza impenetrable; habia evitado que Meave saliera del astral, durante toda la batalla, se desintegró en mil fragmentos luminosos que desaparecieron en el aire. El estallido resonó como un trueno, enviando ondas de energía que derribaron tanto a Pax como a Issac, haciéndolos rodar por el suelo.
Ambos combatientes jadeaban, intentando recuperar el aliento. Pax se levantó lentamente, sus piernas temblando, mientras su mirada buscaba el origen de la explosión. Issac, regenerándose con rapidez, ya estaba de pie, su rostro lleno de alarma. La transformación bestial de su cuerpo, que antes parecía tan imponente, ahora parecía insignificante frente a lo que acababan de presenciar.
—¡Tenemos que irnos, Pax! —exclamó, extendiendo una mano para ayudarla a ponerse en pie. La urgencia en su voz era palpable, un eco de la amenaza inminente que sentía en el aire.
Pero antes de que pudieran moverse, una voz profunda y amenazadora resonó en el aire, envolviendo el campo de batalla con su gravedad. —No podrán romper la barrera que he creado.
La voz parecía venir de todas partes y de ninguna, reverberando en sus mentes como un trueno distante. Pax e Issac se detuvieron, sus cuerpos tensos y sus mentes trabajando frenéticamente para entender la nueva amenaza. La presencia que acompañaba a la voz era abrumadora
Pax reconoció al instante aquella voz, y su corazón se aceleró con una mezcla de miedo y adrenalina. Aprovechando la confusión, se lanzó hacia adelante, envuelta en un aura de energía, con la intención de sorprender a su enemigo con su movimiento más veloz. Sin embargo, antes de que pudiera alcanzarlo, sintió un golpe demoledor que la lanzó por los aires. Leon, con una expresión fría y calculadora, había anticipado su movimiento y la había golpeado con el revés de su mano, impactando certeramente en su rostro.
—Vete a la mierda —dijo Leon con brusquedad al golpearla, su voz cargada de desdén—. Espera un momento, acabaré con esto.
El impacto del ataque de León resonó como un trueno, sacudiendo el bosque entero. Pax, aún aturdida, se incorporó con dificultad, limpiándose la sangre de la boca tras el golpe devastador. Su mirada estaba fija en León, su expresión oscilando entre el miedo y la furia.
El corazón de Issac palpitaba como un tambor de guerra al ver el aura monstruosa de Leon. Con un grito gutural, invocó una técnica poderosa: ‘estilo vacío, rey dragón hueco’. Un portal se abrió en el cielo, vomitando a una criatura colosal, un dragón podrido cuya carne colgaba en jirones, exudando un hedor a muerte y descomposición. Con un rugido ensordecedor, el dragón lanzó un ataque que sacudió la tierra, levantando una nube de polvo y escombros.
Pero Leon, inmune a la ferocidad del ataque, apenas se inmutó. Con un salto felino, se aferró al dragón, escalando su cuerpo como si fuera una montaña. Cada movimiento era preciso, cada agarre seguro, hasta que se posicionó en línea con el dragón y Issac. Con su mano imbuida en su magia, hundió la mano en la carne podrida del dragón e invocó su poder con un feroz grito: —Estilo del alma, río Eridanus.
Un río de luz se desató, un torrente brillante que arrastró al dragón y amenazó con engullir a Issac en su camino. El resplandor cegador obligó a Pax a desviar la mirada, pero en cuanto vio que la magia alcanzaba a Issac, atacó de inmediato. Sin embargo, debido a la naturaleza del ataque, el río de luz prevaleció, incluso cuando el usuario ya no estaba allí, permitiendo a Leon atacar desde dos flancos o evadir los ataques con libertad.
El campo de batalla se transformó en un espectáculo de luz y sombra, con el río de luz iluminando el cielo y el dragón desintegrándose en su resplandor. Leon, con su aura imponente, se movía con la gracia de un depredador, listo para acabar con sus enemigos. Pax e Issac, conscientes de la magnitud del poder que enfrentaban, sabían que debían actuar con rapidez si querían tener alguna oportunidad de sobrevivir.
—¿Es esto todo lo que tienes? —murmuró León, su voz fría y despectiva.
Pax aprovechó el momento, disparando un proyectil de energía directamente hacia él pero ni siquiera se giró. Simplemente levantó una mano y desvió el ataque con un gesto casual, como si estuviera espantando un insecto.
—Constelación Phoenix —las palabras de Leon resonaron en el aire, cargadas de un poder ancestral que parecía vibrar en cada molécula a su alrededor. Al instante, su aura se transformó, y de su espalda brotaron un par de alas luminosas, gigantescas y etéreas. Cada pluma, translúcida pero llena de una luz blanquecina, vibraba con una energía pulsante, creando un aura de poder que iluminó el campo de batalla.
Pax quedó embelesada por la visión, sus ojos fijos en Leon, incapaz de apartar la mirada. Nunca había visto a Leon tan poderoso, tan radiante. Su maestro, siempre una figura imponente, ahora parecía un ser de otro mundo, una encarnación de poder y majestad. La visión la conmovió hasta lo más profundo, despertando en ella una mezcla de admiración y temor. Por un instante, olvidó la batalla, perdida en la contemplación de esa belleza sobrenatural.
Leon, con sus alas extendidas, parecía flotar en el aire, su figura imponente proyectada contra el cielo. La luz que emanaba de él era cálida y envolvente, como el abrazo de un sol naciente. Cada movimiento suyo era elegante y seguro, como si el poder del universo fluyera a través de él.
—Ese truco... bastante inteligente —dijo Leon, su voz profunda y resonante, mientras se acercaba a Pax. Sus palabras eran un eco de autoridad y sabiduría, y su presencia llenaba el espacio con una intensidad que era casi palpable, esto hizo que Pax reviviera una memoria.

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