Entre las montañas Eiko existía un pueblo. Sus habitantes convivieron en paz varios años después de las guerras. Más arriba se encontraba el clan Eiko cuyo símbolo tenía forma de un círculo negro dividido en dos con un pequeño rombo en medio. Su daimyo era Yamamoto Yoshio; quien era reconocido por derrotar al bakufu del clan Nisshoku; quienes habían unido fuerzas con el emperador para tomar la isla. El emperador y los clanes enemigos se rindieron tiempo después que Yoshio levantó el casco de Niimura como señal de victoria, poniéndo fin a la guerra. De ese modo, el emperador lo nombró daimyo, por sus habilidades y destreza en el combate. Se casó con una mujer llamada Hoshi, que hacía aseo en el clan con las demás mujeres. Cuando estuvo embarazada, le hizo prometer a Yoshio que dejaría a su hijo elegir lo que le hiciera feliz. Ella murió al dar a luz a su primogénita Katana.
Cinco años después.
Pasando la base del clan Eiko se encontraba el hogar de la familia Yamamoto. Una gran casa amurallada de dos pisos. En el jardín trasero había plantas y flores de varios tipos y un pequeño arroyo que pasaba a través del jardín, el cuál era cruzado por un puente. Al otro lado del puente, un árbol de cerezos soltaba los pétalos de sus flores sobre el arroyo lleno de peces. Debajo del árbol se encontraba Katana, la hija de Yoshio. Era pequeña; de pelo corto color gris, con ojos amarillos. Tenía puesta una yukata verde con flores de cerezos dibujados en él. Estaba jugando con los peces que nadaban en el arroyo. Miraba fijamente a un pez que intentaba atrapar. Entonces ella se lanza al agua y termina completamente empapada. Katana logra atrapar al pez. Pero entonces la llaman a lo lejos; se le cae el pez de las manos y este se va nadando.
“¡Katana-san!”, exclamó Akira, la sirvienta de su hogar, quien salió corriendo de la casa al ver a Katana. Era una gata blanca de ojos azules y mayor de edad. Tenía un kimono blanco y hakama roja de la que sobresalía su cola esponjada del susto.
– ¡¿Cómo se le ocurre tirarse al agua?! ¡Está completamente empapada! –exclamó mientras sacaba a Katana del arroyo
–Estaba entrenando. Siempre voy a ensuciarme por hacerlo –respondió Katana queriéndose soltar de Akira
–Qué desastre. Si su padre la ve así se va a enojar mucho –dijo Akira.
– ¡Katana! –exclamó Yoshio en la entrada del jardín. Era gris, de un ojo amarillo y tuerto del ojo izquierdo donde tenía una cicatriz. Usaba una yukata verde oscura sobre un kimono naranja con el símbolo del clan en los lados. Traía en su cinturón dos espadas de mango color rojo. De entre las cuales, resaltaba la más grande que era una katana con una hebilla con la forma del símbolo del clan Eiko.
–Katana, ve a que Akira-san te seque y cambie. Y ven a verme al dojo –dijo Yoshio. Katana se sorprende por lo que le dice, cómo si hubiera esperado a que le dijera eso.
–Sí –dijo Katana, y se retiró apresurada con la señora Akira tomada de la mano.
– ¡Espérame Katana! ¡Voy contigo! –exclamó la señora Akira.
Más tarde, en el dojo del hogar se reunió Katana con Yoshio. Había un muro con espadas de madera y otras de acero. También estaba su armadura y la de su padre. Un pedestal con su espada de acero larga con funda negra, y sobre ella estaba un manos escrito con el símbolo del clan dibujado que decía "Eikō no tame ni". Ambos estaban sentados en medio de la habitación, mirándose de frente.
–Katana –dijo Yoshio –Hace muchos años le prometí a tu madre que te dejaría elegir lo que quisieras hacer. La primera vez no lo había entendido a hahaoya, hasta que me dijiste que querías ser entrenada por mí para ser una samurái de la misma manera que los hombres nos entrenamos. Entonces lo he decidido. Y estaré dispuesto a entrenarte a tí, Katana.
– ¿De verdad? ¿Igual que como ustedes lo hacen? –preguntó Katana emocionada.
–Así es –respondió Yoshio.
– ¡Qué bien! ¡Muchas gracias otōsan! –exclamó alegremente Katana –Quiero decir… Sería un honor –corrigió Katana haciendo una reverencia.
–Primero lo primero –dijo Yoshio –A partir de ahora me llamarás sensei. ¿Lo has entendido?
–Sí, sensei –respondió Katana.
–De acuerdo –dijo Yoshio –Comenzaremos tu entrenamiento en combate mañana. Así que hoy te diré todo lo que implica ser un samurái. El deber de un samurái es defender y servir a su gente. Entregamos todo de nosotros y nos preparamos para morir en cualquier batalla. En cualquier guerra.
– ¿Pero cuál guerra? –preguntó Katana –Tu derrotaste al bakufu del clan Nisshoku, y hemos estado en paz desde entonces.
–Sí. Así fue –respondió Yoshio –Pero el que terminara la guerra no significa que haya sido todo. Por eso seguimos entrenando Katana. Siempre puede haber otro conflicto. El mal siempre existirá. Es la guerra que jamás termina. Cuando crezcas lo entenderás.
Pasaron la tardé viendo sobre las rutinas con las que entrenaban y las técnicas de combate que usaban.
Esa noche, en un cuarto iluminado por dos linternas. Yoshio recostó a Katana en su cama, vestida con sus prendas blancas. Luego la señora Akira la cubrió con una sábana.
–Ya está lista Yoshio-san –dijo Akira.
–Muchas gracias Akira-san –respondió Yoshio –Puede retirarse.
– Que tenga buenas noches Yoshio-san –dijo Akira –Buenas noches Katana.
–Buenas noches Akira-san –Respondió Katana.
– Oh, vaya –dice Akira sorprendida –Pero que amable eres. ¿O es que acaso es por lo del jardín hace rato?
–Akira-san. Por favor –respondió Yoshio.
–Está bien –dijo la Akira –Me gusta su cordialidad –dijo ruborizada –Qué encantadora niña. Nos vemos mañana.
La señora Akira se retira a su habitación sosteniendo una linterna. Yoshio acaricia la cabeza de Katana.
–Descansa hija –dijo Yoshio –Tu entrenamiento comienza mañana temprano. Yo voy a meditar.
–Está bien –dijo Katana –Hasta mañana otōsan. Te quiero.
–Yo también te quiero “Ana” –respondió Yoshio. Le da un beso en la frente y se retira de la habitación con la otra linterna. Cerró la puerta y se retiró por el pasillo.
Más tarde. Yoshio meditaba. Estaba sentado frente a un altar con un grabado de su esposa Hoshi y unos inciensos encendidos.
–Ella tiene potencial –decía Yoshio. –Lo sé. Lo presiento. Tiene buenos reflejos. Pese a su edad, ha demostrado ser muy hábil y veloz. Ella realmente está dispuesta a ser una guerrera. Padre. Hoshi. Deberían verla. Cumpliré mi promesa, y haré que sea una buena guerrera.
Lejos de ahí. Un grupo de soldados armados galopaba bajo la luz de la luna. Liderados al frente por un guerrero con yukata gris y una máscara negra de samurái.
En la base del clan Eiko, dos samuráis vigilaban la entrada amurallada. Uno de ellos que era un gato siamés ve algo a lo lejos. Un grupo de soldados armados que se dirigía hacía ellos.
– ¡Se aproxima un grupo! –dijo el soldado –¡Alerten a todos! ¡Deprisa!
El otro samurái sale corriendo a sonar la alarma. Todos los miembros del clan se levantaron en cuanto sonó la campana en el interior de la base. En el pueblo despiertan. Entre ellos, un par de hermanos pequeños miran afuera por la ventana.
Afuera de la entrada, los guerreros se detuvieron en la puerta. El guardia les apuntaba arriba con un arco y flecha.
– ¡¿Quiénes son ustedes?! ¡¿Qué es lo que quieren?! –exclamó el guardia amenazando con su arco.
El líder bajó de su caballo y se acercó a la entrada.
–He venido a ver a Yoshio –dijo el guerrero de la máscara. El guardia se sorprende.
– ¡Dicen que buscan a Yoshio! –exclamó el guardia a los miembros del clan en el patio de la base – ¡¿Qué hacemos?! –preguntó.
Iku. Uno de los ancianos del clan, que era un perro pastor blanco con orejas negras y de kimono negro ve lo que pasa y va con Isao. Uno de los soldados mayores y compañero de Yoshio, a quien acompañó en la guerra. Era un gato naranja con rayas.
– ¡Isao! ¡Busca a Yoshio! ¡Rápido! –dijo Iku.
– ¡Sí señor! –respondió Isao. Sale corriendo al fondo de la base. Sube a un caballo del corral y sale galopando por una salida trasera hacia la casa de los Yamamoto.
"¿Quiénes serán ellos? ¿Por qué buscarán a Yoshio?" Se preguntaba el anciano Iku.
Continúa en la parte 2.
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