Pax, atrapada entre el borde de la obsesión y el anhelo, revivió con crudeza cada momento que la llevaba de vuelta al astral. La expulsión de Leon, aunque realizada con suavidad, había despertado en ella una desesperación visceral y un hambre por regresar a ese mundo intangible donde las leyes de la realidad eran meras sugerencias. Su mente hervía con la imagen de "él" desapareciendo, dejando atrás un vacío que amenazaba con consumirla. Tenía que perseguirlo antes de que se desvaneciera en la inmensidad del astral y lo perdiera para siempre, otra vez.
Se levantó de golpe, aún enredada en las sábanas que le impedían avanzar. Con un movimiento desesperado las arrojó al aire, los pulmones bombeando con un ritmo frenético mientras sentía la urgencia de actuar. “Tiene que haber una forma,” pensó mientras su mirada se posaba en el celular descansando sobre la mesita de noche. “León dijo que podía volver si lograba dormirme rápido...”
La lógica cedió al instinto mientras tomaba el aparato y marcaba el número de León. Lo dejó en la mesa, sin esperar respuesta, su mente ya ocupada en cómo lograrlo. Tomó la botella de agua que siempre estaba allí y derramó un poco en el suelo, creando una pequeña trampa resbaladiza. Inspiró profundamente y comenzó a hacer sentadillas, con movimientos rápidos que empujaban su cuerpo al límite. Sus músculos ardían, y el oxígeno en su sangre disminuía rápidamente, pero aún no era suficiente.
Deteniéndose de golpe, se quedó de pie, inflando los pulmones al máximo antes de contener el aire con toda su fuerza. Su visión comenzó a nublarse, y un zumbido lejano llenó sus oídos. Pero su equilibrio tambaleante la traicionó. Dio un paso al frente para estabilizarse, y el agua derramada cumplió su cometido: resbaló violentamente. Su cuerpo cayó hacia adelante, y su mandíbula impactó con la esquina de la cama. El golpe fue suficiente para apagarla en un instante, llevándola al abismo del sueño.
En la habitación en penumbra, el teléfono celular de Pax cayó al suelo tras el impacto. Una suave luz emanaba de la pantalla, rompiendo la oscuridad con un mensaje que parpadeaba: “Llamando a León L.”
Pax, incapaz de entrar al astral de un modo convencional, había recurrido a un método extremo: desmayarse. Y, sorprendentemente, funcionó. Cuando abrió los ojos, se encontró de nuevo en el astral, en su cuarto, pero todo tenía un aire etéreo, como si estuviera envuelto en un velo de niebla luminosa.
Miró a su alrededor, desconcertada, mientras su mente aún se recuperaba del aturdimiento. Las paredes de su habitación parecían vibrar suavemente, como si estuvieran hechas de un material vivo, respirando al compás de su propia ansiedad. Los colores eran más intensos, y cada objeto parecía tener un aura propia, pulsando con una energía que solo el astral podía ofrecer.
A pesar de la confusión inicial, Pax sabía que no tenía tiempo que perder. Con determinación, se dirigió hacia la puerta, tambaleándose ligeramente mientras se sostenía de lo que podía para no caer. Cada paso era un esfuerzo, su cuerpo aún sintiendo los efectos del método poco ortodoxo que había utilizado para llegar allí.
Leon observaba desde lo alto, sus alas luminosas extendidas, proyectando una luz imponente sobre el paisaje astral. Su mirada era fija y penetrante, evaluando cada movimiento de Pax mientras ella se recuperaba del aturdimiento inicial. Cuando Pax finalmente se centró y decidió dirigirse hacia Issac, Leon actuó con precisión calculada.
Con un movimiento fluido, lanzó un ataque que se interpuso en su camino. Pax se quedó inmóvil por un instante, sorprendida por la inmensa pluma blanca que bloqueaba su camino. “¿Una pluma?” pensó la rubia. Su fulgor era cegador, casi hipnótico, y parecía latir con una energía serena pero poderosa. Dio un paso atrás instintivamente, mientras su mirada alternaba entre la pluma y Leon, quien descendía con una calma que resultaba más amenazante que cualquier ataque
—Podría haber perdonado cualquier cosa, incluso haber dicho que fue mi culpa lo de hace un rato —dijo Leon, su voz resonando con una gravedad que llenaba el espacio entre ellos. Hizo una pausa, dejando que sus palabras calaran hondo.
—Pero lo que has hecho ahora, no lo puedo perdonar —continuó, su tono firme e inquebrantable.
Pax sintió que un escalofrío recorría su cuerpo. Quiso responder, gritar algo en su defensa, pero las palabras se quedaron atrapadas en su garganta. En su interior, una mezcla de ira, culpa y desesperación luchaba por tomar el control. El aura de Leon, tranquila pero avasalladora, la hacía sentirse pequeña, insignificante.
Cada palabra era un eco de la decepción que sentía, y Pax lo sabía. Apretó los dientes con fuerza, consciente de que no había justificación para sus acciones. Sin embargo, la rabia y la desesperación por encontrar a su amado, solo para perderlo de nuevo, la consumían. Sabía que había tomado una decisión sin marcha atrás, eligiendo la venganza y una minúscula posibilidad de reunirse con él por encima de todo lo que había construido, por encima de todo este mundo.
Pax suspiró dolorosamente, su mirada encontrándose con la de Leon por un instante, un momento cargado de emociones no dichas. Luego, con un movimiento decidido, dio un brinco hacia atrás, reuniendo toda la energía que pudo en su mano derecha. Estaba dispuesta a apostar todo en un solo disparo. Su brazo comenzó a brillar intensamente con un color naranja, mientras materializaba su arma. La energía era tan intensa que su brazo empezó a quemarse, y vapor emanaba tanto de su piel como de su boca.
Su pecho subía y bajaba con violencia, el esfuerzo de contener tanta energía era abrumador. —¡Lo siento, Leon! ¡Pero ya no hay vuelta atrás! —gritó Pax, su voz quebrada por la mezcla de emociones.
Sin perder más tiempo, Pax apuntó a Leon. Al notar esto, Leon intentó moverse, pero fue sorprendido por un par de gusanos que emergieron de la tierra, atándolo al suelo. La oportunidad perfecta para que Pax disparara.
Leon, sorprendido por la repentina atadura, levantó la mirada y vio a lo lejos a Issac. El hombre estaba gravemente herido, con la mayoría de su torso quemado y su hombro y brazo destrozados por el ataque anterior de Leon. Sin embargo, la otra mano de Issac estaba sobre el suelo, siendo el responsable de las ataduras que mantenían lo mantenían inmóvil.
A pesar de que los gusanos que lo ataban no eran especialmente resistentes, le dieron a Pax el tiempo suficiente para apuntar directamente a la cabeza de Leon y disparar. Leon, en un intento desesperado por protegerse, desplegó el resto de sus plumas luminiscentes en el camino del proyectil. Las plumas, brillando con una luz intensa, se interpusieron en la trayectoria de la bala, pero solo un par llegaron a tiempo. Aunque ofrecieron cierta protección, la magia se quebró bajo la fuerza del disparo, permitiendo que la bala impactara en su frente.
El impacto fue contundente, derribando a Leon al suelo. Sin embargo, con una rapidez sorprendente, se levantó de nuevo, su figura recortada contra el resplandor del astral. Un hilo de sangre corría por su frente, trazando un camino carmesí sobre su piel. Pax, con su brazo humeante y quemado por la intensidad del disparo, intentó cerrar la distancia, pero antes de que pudiera alcanzarlo, León la tomó de la cara en pleno salto y la arrojó brutalmente hacia un lado, derribándola contra el suelo con un impacto ensordecedor y en medio de la caída, Pax disparó de nuevo, pero esta vez Leon logró esquivar el ataque. Sin embargo, el siguiente movimiento fue una tacleada de Issac, quien había regenerado la parte faltante de su torso con energía oscura, dándole un aspecto más siniestro y bestial.
Issac, que había observado el intercambio, no perdió tiempo. Con un rugido, cargó hacia León con una velocidad inhumana, su cuerpo oscuro emitiendo una vibración ominosa pero logró detenerlo, sosteniéndolo del torso bajo su brazo. Al observarlo más de cerca, notó el cambio en su apariencia, la energía oscura que lo transformaba en algo casi irreconocible.
—¿Qué mierda eres tú? —dijo Leon, su voz cargada de asombro y desdén mientras mantenía a Issac inmovilizado.
Leon, con una precisión letal, golpeó con su rodilla el estómago de Issac, arrancándole un jadeo de dolor mientras el aire escapaba de sus pulmones. Justo cuando se disponía a golpearlo en la cara, Pax intervino, sujetando su brazo con todas sus fuerzas. Sin embargo, Leon, con una calma aterradora, cambió el agarre y la inmovilizó con rapidez. Sujetó su brazo con una fuerza despiadada, torciéndolo con un ángulo imposible, obligándola a arrodillarse.
Antes de que Pax pudiera contraatacar, León la pateó con fuerza en el torso, lanzándola hacia atrás. El impacto la dejó sin aliento mientras caía al suelo jadeando, incapaz de levantarse por el dolor.
Issac, aún en el suelo y quejándose por la falta de aire, recibió una patada en la cara que lo dejó aturdido, su visión nublada por el dolor. Leon se erguía sobre ellos, su aura desbordando de su cuerpo como un torrente de energía pura.
—La vez pasada, te saqué del astral de una forma amable. Esta vez, no lo será —dijo Leon, su voz resonando con una autoridad inquebrantable.
Los ojos de Pax y de Issac se llenaron de miedo. La mirada de la rubia, habitualmente confiada, ahora era de pura desesperación mientras observaba la monstruosa cantidad de energía que León emanaba. La boca de Pax se abrió, pero ninguna palabra salió de ella; solo el eco de su respiración entrecortada rompía el silencio.
El bosque quedó en un silencio sepulcral, como si el tiempo mismo se hubiera detenido tras el estallido de luz blanca que lo había purificado todo. León, respirando con dificultad, bajó la mirada hacia los restos del campo de batalla ahora envueltos en una calma sobrenatural. —es mas difícil detenerlo que dejarlo seguir...— murmuró mientras salía vaho de su boca. Cada partícula de energía que había inundado el lugar se disipaba lentamente en el aire, dejando atrás solo cicatrices en el terreno y una sensación de vacío.
Con pasos rápidos pero pesados, León llegó junto a Meave, quien seguía tendida en el suelo, apenas consciente. Su rostro mostraba signos de dolor, pero también de una extraña serenidad.
—Perdóname por llegar tan tarde,— dijo León, su voz cargada de una mezcla de culpa y preocupación. Se inclinó hacia ella, colocando una mano firme pero gentil en su hombro.
Meave, al oírlo, gimoteó suavemente, su cuerpo débil apenas capaz de responder. Sin embargo, sus labios temblaron, formando una leve sonrisa. —Estás aquí… y… —intentó decir, su voz entrecortada. —Ya está, es mejor que descanses… — la interrumpió León con suavidad, sus palabras envolviendo el momento con una ternura inesperada. Colocó su mano sobre el pecho de Meave, justo sobre su corazón, y cerró los ojos mientras un brillo cálido comenzaba a emanar desde el interior de la pelirroja. — es hora de que nos veamos del otro lado.
Al escuchar sus palabras, la pelirroja levantó la mirada para encontrarse con los ojos de Leon. En ellos vio reflejada una ilusión, una esperanza que le decía que todo estaría bien. Con una sonrisa en los labios, susurró suavemente:
—Qué cálido.— susurro en una voz apenas audible, con una sonrisa triste.
Y con esas palabras, Meave se desvaneció en la luz, su esencia transformándose en un destello de paz y serenidad. Leon, aún arrodillado, observó el lugar donde había estado, sintiendo una mezcla de tristeza y alivio.

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