Meave frunció el ceño, inclinándose ligeramente hacia adelante. —¿Recién después de... lo que pasó con su pareja?
Leon asintió. —Exacto. No sé exactamente qué ocurrió, pero estaba destrozada. Agnes insistió en que la ayudáramos a estabilizarse, y yo acepté.
Antes de que pudieran profundizar en la conversación, Alex apareció con la pizza. Sin embargo, la reacción esperada fue diferente; Meave solo le agradeció cortésmente, manteniendo su atención en Leon. Alex percibió la seriedad en el aire y decidió no interrumpir, aunque la curiosidad la picaba. Se le ocurrió ir por sus bebidas, ya que el refill estaba justo frente a la mesa de ellos.
—entonces ella llegó y parece que recién había fallecido su... bueno, realmente no sé qué era de ella, pero...
—¿Pero era con quien te engañó? —interrumpió Meave de súbito, su voz cargada de sorpresa.
Alex, que estaba sirviendo las bebidas, dio un pequeño salto al escuchar la interrupción, haciendo que el pequeño platillo volador en su gorra se moviera. Ambos, Leon y Meave, la miraron.
“Ay, ya se dieron cuenta”, pensó Alex, terminando de poner las tapas con torpeza. Antes de que pudiera voltearse, sintió una presencia detrás de ella. Giró rápidamente para encontrarse con un hombre alto y castaño.
—Déjame ayudarte —dijo él con gentileza, su voz calmada.
Meave observó a Alex alejarse apresurada, con una mezcla de ternura y diversión en su expresión. —Es un encanto, ¿verdad? Aunque creo que su curiosidad es más fuerte que su timidez.
Leon soltó una leve risa mientras se sentaba de nuevo. —Definitivamente es interesante. Pero volviendo al tema...Agnes insistió en que la ayudáramos. Yo acepté porque pensé que podía ayudarla a redirigir toda esa ira... pero no fue suficiente. Al principio me negué, pero insistió demasiado. Me ofreció dinero, sus cosas y, bueno, ella misma.
Tomó un bocado de la pizza, saboreando el momento antes de continuar. Meave, mientras tanto, lo observaba con atención, su curiosidad evidente.
—Estaba desesperada… pero, ¿qué era lo que quería? —preguntó la pelirroja entre bocados, su voz llena de interés.
Leon masticó lentamente antes de responder, su tono se volvió más reflexivo. —Demasiado, Meave. Tanto que llegó a ofrecer más de lo que debía... incluso una atadura. Pero, en esencia, lo único que pedía era verlo. Una despedida, supongo.
Meave asintió, bajando la mirada al plato. —Eso tiene sentido. Si su alma tenía algún arrepentimiento o asuntos pendientes, claro que habría una posibilidad de contactar.
Leon tomó un sorbo de su bebida antes de continuar. —Exacto. Le dije que podía darle los medios, pero que el resto dependía de ella. Las almas o vestigios no reaccionan a cualquiera, solo a las intenciones adecuadas, y con las almas correctas.
Meave frunció el ceño, jugando con los restos de su comida. —¿Y fue tema de ella que avanzara tanto?
—Sí, completamente. Pax tenía una capacidad increíble para obsesionarse con algo hasta dominarlo. Y cuando le di esa oportunidad... no iba a dejarla pasar.
Leon tomó otro gran bocado mientras Meave lo miraba en silencio, intentando procesar lo que decía. Finalmente, soltó un suspiro. —Debió ser difícil para ella. Pero más difícil aún para ti, teniendo que verla caer de esa manera.
Leon no respondió de inmediato, simplemente asintió, evitando el contacto visual.
Meave ladeó la cabeza, con una mezcla de curiosidad y preocupación en su rostro. —¿Y Agnes? ¿Ella también pensaba que terminaría así?
Leon negó con la cabeza lentamente. —Agnes veía potencial en Pax, no peligro. Y yo... no estaba viendo las señales.
—¿Crees que fue tu culpa? —preguntó Meave con cierta suavidad, aunque su tono era directo.
Leon soltó un leve suspiro, llevándose una mano a la nuca. —En parte, sí. No estaba lo suficientemente atento. Quizá si lo hubiera estado, ella no habría llegado tan lejos.
La conversación fluyó entre ellos, un intercambio de palabras y recuerdos que los acercaba más. Hablaron un rato más, compartiendo anécdotas y reflexiones mientras terminaban su comida. El ambiente del restaurante, con su peculiar decoración y su atmósfera acogedora, les proporcionaba un refugio donde podían ser ellos mismos, lejos de las preocupaciones del mundo exterior.
Una vez que terminaron de comer, se quedaron un tiempo más, disfrutando de la compañía mutua. La luz suave del lugar y el murmullo de las conversaciones a su alrededor creaban un ambiente relajante, permitiéndoles bajar la guardia y simplemente disfrutar del momento.
—Tiene sentido. Aunque... pudiste haberme visto de vez en cuando —dijo Meave, lanzando una mirada cargada de intención.
Leon soltó un suspiro, desviando un poco la mirada. —Lo sé —hizo una pausa más larga de lo usual antes de añadir—. Es solo que... me daba un poco de pena.
Meave sonrió con ternura, comprendiendo sin necesidad de más explicaciones. Había una conexión tácita entre ellos, una comprensión que no requería palabras.
Cuando terminaron su comida, ambos recogieron y acomodaron lo que habían usado, dejando una generosa propina para Alex. En la entrada, se despidieron de ella con gestos amistosos y sonrisas, mientras Alex les deseaba un buen día.
El viaje en taxi fue una mezcla de risas y anécdotas compartidas. Meave no podía dejar de disfrutar el ambiente ligero y despreocupado que compartían en ese momento. Cuando llegaron a la casa de Meave, ella sacó las llaves mientras trataba de contener una sonrisa nerviosa.
—En realidad, llevo viviendo aquí como dos años, pero ya sabes... vivimos más allá que acá, y eso. Disculpa el desorden —dijo mientras fingía una mueca de disculpa antes de abrir la puerta.
Leon rio mientras la seguía al interior. —No te preocupes, mi casa siempre era un caos.
Justificó con una sonrisa mientras dejaba sus cosas en una esquina cercana. Observó con curiosidad la sala, sencilla pero acogedora, llena de pequeños detalles que parecían reflejar la personalidad de Meave: algunas plantas descuidadas pero resistentes, libros apilados de manera desordenada, y en un rincón una mesa con herramientas y papeles esparcidos.
—Bueno, bienvenido a mi desastre organizado —bromeó Meave mientras cerraba la puerta detrás de ella.
Leon se inclinó sobre su mochila, rebuscando con cuidado hasta encontrar lo que buscaba. —Por cierto, Meave. Esto es tuyo —dijo, sacando un gran fajo de dinero y extendiéndolo hacia ella con una expresión seria pero amable.
Meave lo miró con visible confusión, deteniendo el movimiento con el que se estaba quitando la chamarra. —¿Qué?
—Ariel me dio el pago por el trabajo de anoche. Con Lucy —explicó Leon, su tono calmado pero insistente, como si quisiera asegurarse de que Meave entendiera la importancia de su gesto.
—Pero tú has hecho casi todo,— respondió la pelirroja, mientras negaba con la cabeza acercándose a él con pasos lentos, su voz llena de gratitud y un toque de incredulidad.—no es justo que me des esto.
—Por favor, tómalos. Al fin y al cabo, somos equipo, ¿no?
Meave esbozó una sonrisa juguetona mientras doblaba la chamarra en sus manos. —¿Volvemos a ser equipo entonces?
Leon dejó el dinero sobre una pequeña mesa, sintiendo un calor extraño en la cara que rápidamente lo hizo desviar la mirada. —Bueno, sí, si es lo que tú quieres —respondió con un leve tono de vergüenza.
Mientras se quitaba su propia chaqueta, Meave pudo apreciar los grandes brazos de Leon, cubiertos en gran parte por tatuajes. Los diseños eran intrincados, una mezcla de símbolos antiguos y figuras que parecían contar historias ocultas. Se acercó y tocó uno de ellos, sus dedos rozando suavemente la piel, sintiendo la textura de los tatuajes bajo sus yemas. Leon se sorprendió por el gesto, pero no se apartó, permitiendo que Meave explorara los intrincados diseños.
—¿Estos son... de tu habilidad? —preguntó Meave, acariciando uno de los tatuajes. Algunos parecían letras, como si evocaran algo, mientras que otros eran más como ilustraciones, llenas de simbolismo y significado.
—Sí... aunque tú no necesitas algo así. Tu habilidad viene de tu sangre. No hace falta un anclaje como este, ¿verdad? —dijo Leon mientras Meave continuó, su curiosidad evidente, mientras sus ojos recorrían los tatuajes con fascinación.
—Algo así, en realidad, necesito aprender aún sobre ello —admitió la pelirroja, su voz reflejando una mezcla de humildad y determinación, consciente de que su camino de autodescubrimiento aún estaba en curso.
Mientras tanto, Leon notó los moretones visibles en los brazos y torso de la chica, producto de los eventos recientes. Su mirada se desvió hacia uno en particular, grande y oscuro, ubicado en su cintura. Casi sin pensarlo, extendió la mano y tocó con suavidad la zona afectada.
Meave dio un pequeño brinco ante el contacto, no por el dolor, sino por la inesperada cercanía. Sin embargo, no se apartó, limitándose a observar a Leon directamente a los ojos. Él, al darse cuenta de lo que estaba haciendo, retiró la mano con rapidez, mostrando un leve atisbo de vergüenza.
De pronto, Meave dio un paso atrás, recuperando un poco de espacio personal mientras volvía a su tono habitual.
—Pero ahora deberíamos entrar al astral. Supongo que Coralie querrá detalles de todo lo que ha pasado.
Leon asintió, y ambos se sentaron en el suelo en posición de loto. Cerraron los ojos, sincronizando sus respiraciones. En cuestión de segundos, sus cuerpos parecieron perder peso mientras sus conciencias se deslizaban hacia el otro lado, adentrándose en el plano astral.
Tan pronto como llegaron, un fuerte tirón energético los alcanzó, un llamado urgente que resonaba profundamente en sus psiques. Ambos intercambiaron miradas, sabiendo que algo grave los esperaba al otro lado. Ambos se dieron una mirada de entendimiento y se dirigieron rápidamente a la explanada donde solían reunirse. El lugar, un espacio amplio y abierto en el astral, estaba rodeado de arboles y estructuras etéreas, iluminadas por una luz suave y difusa que no tenía fuente aparente. Al llegar, notaron que había una discusión acalorada en curso. Ariel, con el rostro tenso, intentaba replicar, pero Karson lo protegía de otro par de onironautas que lo rodeaban con actitudes desafiantes.
Leon, al ver la situación, dio un fuerte aplauso para llamar la atención de todos. El sonido resonó en el aire, y los alrededor de 50 onironautas presentes se volvieron hacia ellos, sus rostros reflejando una mezcla de curiosidad y expectación
—¿Nos podrían poner en contexto? —preguntó Leon con voz firme, aunque su tono sugería que más bien exigía respuestas.
Desde un lado del grupo, Haru dio un paso al frente, cruzándose de brazos.
—Es sobre el reciente fallo al dejar a un ser del bajo astral libre por ahí. —Su tono era acusador, casi mordaz.
Antes de que Leon pudiera replicar, otra voz más tranquila se alzó desde entre la multitud.
—Espera, Haru. Estoy segura de que hay más de lo que Ariel pudo contar. —Era Coralie, que se acercaba con pasos lentos pero seguros, irradiando una calma que contrastaba con el ambiente tenso.
—Claro, porque si a uno de los onironautas más fuertes se le escapó, tiene que haber algo más detrás de eso, ¿no? —comentó Gideon desde su posición, sentado sobre una pared destruida cercana. Su cabello negro y atuendo del mismo color le daban una apariencia casi espectral, y su tono sereno imponía un respeto.
Un grito surgió desde el fondo de la multitud, interrumpiendo el momento.
—¡Seguro que fue culpa del debilucho de Ariel!
El comentario fue seguido por vítores de apoyo de varios onironautas, lo que intensificó la tensión en la explanada.
Leon alzó una mano, pidiendo silencio, y tras unos momentos de murmullo, el lugar volvió a calmarse. Con voz clara y autoritaria, comenzó a relatar los eventos:
Habló del encuentro con el ser del bajo astral, detallando los extraños poderes que este manifestaba, los eventos que llevaron a su aparición y la implicación de Hatman. Explicó también el enfrentamiento con Pax, la intervención del onironauta desconocido y los desafíos que enfrentaron para contener la situación.
Mientras hablaba, las expresiones de los presentes cambiaban. Algunos mostraban preocupación evidente; otros, una seriedad imperturbable. Incluso Haru, quien había comenzado con una actitud hostil, permaneció en silencio, escuchando atentamente.
Cuando Leon terminó, el ambiente en la explanada era diferente. Las acusaciones se habían silenciado, y en su lugar, una mezcla de preocupación y respeto se instaló entre los onironautas. Coralie fue la primera en hablar después del relato.
—Entonces, no fue un fallo. Fue un enfrentamiento contra algo mucho más grande de lo que esperábamos.
Leon asintió lentamente.
—Y probablemente sea solo el principio.

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