En una calle solitaria de Tokio, la lluvia cae suavemente. Taro camina con las manos en los bolsillos, el rostro ensombrecido por la capucha de su chaqueta.

Su mente está nublada. Recuerda el bar… la masacre… la sangre en sus manos. Fragmentos borrosos de ese tiempo.

“No importa cuánto corra… el pasado siempre me alcanza”, piensa mientras pisa un charco.

Mientras tanto, Yuri revisa su computadora en busca de información sobre las familias yakuza. Se detiene en un archivo sobre la familia Matsumoto.

“¿Qué esconde realmente Taro…?”, se pregunta, frunciendo el ceño.

Suena su teléfono. Es un mensaje anónimo: “Deja de buscar respuestas que no te pertenecen”.

Taro llega a su departamento y enciende la luz. Alguien lo espera en las sombras.

Es un hombre mayor, con un cigarrillo en la boca. “Cuánto tiempo sin verte, chico”.

Taro tensa la mandíbula. “¿Qué estás haciendo aquí?”

“Solo quería ver cómo estabas… después de lo que hiciste en ese bar”.

Taro se cruza de brazos. “No tienes nada que decirme”.

“Tal vez no… pero hay quienes sí lo tienen. Y no están contentos de que aún estés respirando”.