Seiji sintió un nudo en la garganta. No fue por la noticia en sí—eso lo había supuesto en cuanto despertó en el hospital—, sino por la forma en la que se la anunciaron.
Pastillas forzadas. Alcohol. Una nota de despedida.
No.
Algo no encajaba, pero su mente aún era un caos.
A su lado, Renji dejó escapar un sollozo ahogado y cubrió su boca con ambas manos. Sus hombros temblaban, y sus ojos, enrojecidos por las lágrimas, reflejaban la imagen de un dolor insoportable.
—¡Dios... papá...! —su voz se quebró en un murmullo lastimero—. Yo... yo no lo puedo creer...
El omega mayor apretó los ojos con fuerza, su delicado rostro contorsionado por la angustia. Cuando volvió a abrirlos, su mirada se dirigió al oficial con súplica.
—Él estaba mal últimamente, pero nunca pensé que llegaría a esto... —su voz tembló—. Si hubiese sabido, si tan solo hubiese hecho algo...
El llanto de Renji llenó la habitación con su dramatismo perfecto.
Seiji lo observó en silencio, su cuerpo rígido contra el colchón. Su mente era un torbellino de imágenes inconexas: el fuego, la silueta de su hermano en la entrada, el alfa desconocido a su lado. Pero lo peor de todo era esa sensación punzante en el fondo de su pecho.
Algo no estaba bien.
—Seiji.
La voz del comisario Takeda lo obligó a levantar la vista. La presión en su mirada era sofocante.
—¿Puedes decirme algo sobre la última vez que viste a tu padre?
Seiji abrió la boca, pero las palabras no salieron. Todo en su cabeza estaba revuelto, como si su memoria jugara con él.
—No... —su voz fue apenas un susurro áspero—. No lo recuerdo bien.
Takeda no apartó su mirada, como si intentara perforarlo con los ojos.
—¿Nada en absoluto?
El omega desvió la vista. Su corazón latía rápido. ¿Qué quería que dijera? Había visto algo... ¿pero qué?
—Él... él estaba en casa.
Eso, al menos, era cierto.
—¡Claro que estaba en casa! —exclamó Renji, con una mezcla de angustia y exasperación—. Pero, Seiji... ¿cómo no recuerdas nada más?
El omega no respondió. Sus dedos se apretaron contra las sábanas.
—Tal vez está en shock... —intervino Renji con su tono más dulce y preocupado—. Ha pasado por tanto... Quizá necesita tiempo.
Takeda no pareció convencido, pero no insistó.
—Ya veo —su tono se volvió más formal—. Si recuerdas algo, cualquier cosa, avísanos.
—Por supuesto, oficial... Haré todo lo que pueda para ayudar —prometió Renji.
Seiji sintió el estómago revuelto.
"Qué buen hermano eres", pensó con ironía.
Takeda salió tras dejar sus datos, y la habitación quedó sumida en un silencio incómodo, solo interrumpido por los sollozos de Renji.
Seiji no dijo nada. Solo lo observó, con la duda latiendo en su pecho.
"Esto es una maldita mentira."
El sollozo de Renji era una melodía ensayada. Su pecho subía y bajaba con cada respiración temblorosa. Era la imagen del dolor y la desesperación, y sin embargo... algo en él se sentía extraño.
Seiji bajó la mirada. Su piel aún olía a humo, sus pulmones ardían, y su mente seguía enredada en recuerdos borrosos.
—Renji...
El mayor bajó las manos lentamente, revelando su expresión devastada. Sus ojos, enrojecidos y brillantes, se posaron en él con un dolor que parecía casi sincero.
—¿Sí...?
Seiji tragó en seco.
—Lo siento.
Renji parpadeó.
—¿Por qué dices eso...?
Seiji desvió la mirada, sintiendo el peso de su propia culpa sobre sus hombros.
—Por dudar de ti.
Las palabras escaparon antes de que pudiera detenerlas.
Renji lo miró con sorpresa, pero pronto su expresión se suavizó en una sonrisa compasiva. Extendiendo la mano, le acarició suavemente el cabello en un gesto que debería haber sido reconfortante, pero que le heló la sangre.
—No tienes por qué sentirte así, Seiji —su voz era dulce—. Sé que todo esto es demasiado para ti... Y que papá...
Su voz se quebró y sus ojos se llenaron de lágrimas de nuevo.
—Dios... No sé cómo podremos seguir adelante...
Seiji sintió náuseas.
Lo odiaba. Odiaba la culpa en su pecho, odiaba la ternura impoluta de su hermano, mientras que en sus ojos siempre existía ese brillo afilado, esa sombra de desprecio que solo él parecía notar.
Pero Renji era su hermano.
Y Seiji no tenía derecho a dudar de él.
Se forzó a asentir, ignorando la inquietud en su interior.
—Lo sé... Lo siento.
Renji suspiró y volvió a acariciarle la cabeza antes de apartarse lentamente.
—Solo descansa, ¿sí? No quiero que te preocupes por nada ahora.
Seiji cerró los ojos mientras su hermano se alejaba.
El silencio se hizo pesado.
"Algo aquí está jodidamente mal..."
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