Dos días habían transcurrido desde aquella noche fatídica. La blancura estéril de la habitación del hospital se sentía sofocante, como si las paredes quisieran cerrarse sobre él. Seiji estaba solo, su cuerpo aún resentido por el humo y las heridas. Su hermano no estaba ahí, y por primera vez desde el incendio, pudo sentir el peso absoluto de su propia existencia.
El sonido de la puerta abriéndose lo sacó de sus pensamientos. Alzó la vista con lentitud y vio entrar al comisario Takeda. Su porte era imponente, su uniforme impecable, y sus ojos oscuros tenían un filo gélido, analítico. Caminó hasta la silla junto a la cama y tomó asiento sin prisa, cruzando las piernas y entrelazando los dedos sobre su rodilla.
—Seiji, espero que te sientas mejor. Pero necesitamos hablar. Tu situación es complicada.
El omega no respondió de inmediato. Su garganta aún estaba áspera por el humo, pero más que eso, sentía una opresión en el pecho. Un instinto de alerta se encendió en su interior.
—Luego de una autopsia más detallada, se ha confirmado que tu padre no murió por el incendio. Fue asesinado.
Las palabras eran pesadas, ineludibles. Seiji sintió un escalofrío recorrer su espalda. Se obligó a mantener la compostura, pero su cuerpo se tensó de manera involuntaria.
—¿Asesinado...?
—Sí. Fue forzado a ingerir pastillas antes del incendio. Además, encontramos sangre tuya en la escena del crimen, junto a ropa parcialmente quemada con cabellos de tu padre. Eso podría indicar un forcejeo antes de su muerte.
El omega sintió como si el aire abandonara sus pulmones. Se obligó a procesar la información, pero su mente se llenó de ruido blanco. Sus manos apretaron con fuerza la sábana sobre su regazo.
—Y eso no es todo —continuó Takeda—. Según la investigación, solo había dos personas dentro de la casa en el momento del incendio: tu padre y tú.
La afirmación cayó sobre él como una losa.
—Eso no puede ser...
—Tu hermano tiene una coartada sólida. Había salido con un amigo, quien confirmó su paradero. Llegaron juntos al lugar cuando el incendio ya estaba devorando la casa y te vieron escapar.
La cabeza de Seiji daba vueltas. Todo apuntaba a él. Las pruebas, las circunstancias, la ausencia de otros sospechosos. Pero había algo más, algo que no encajaba.
—Yo... no recuerdo lo que pasó. El fuego, el humo... Apenas podía respirar. No forcejeé con él.
Takeda lo miró fijamente.
—¿Estás seguro de eso?
Seiji tragó saliva, sintiendo un nudo en la garganta. Sus pensamientos eran un caos, pero necesitaba decir algo, su propia verdad.
—Estaba dormido cuando todo comenzó. Recuerdo despertar sintiendo el aire pesado, caliente... Había humo por todas partes. Tosí, traté de orientarme, pero el fuego ya se había extendido. Apenas podía ver. Me levanté y corrí, creo que bajé las escaleras... pero después de eso, no recuerdo nada hasta que llegué al umbral de la puerta principal.
El comisario lo observó por unos segundos más, como si analizara cada microexpresión de su rostro.
—Si recuerdas algo, cualquier cosa, es mejor que lo digas ahora. De lo contrario, las pruebas hablarán por sí solas.
Seiji apartó la mirada, su mente atrapada en un torbellino de incertidumbre. Afuera, la vida seguía como si nada hubiera cambiado. Pero para él, el infierno apenas comenzaba.
La habitación del hospital seguía siendo un rincón de soledad y desesperación. Seiji había estado sumido en sus pensamientos, asfixiado por las palabras del comisario Takeda, las cuales lo habían dejado tambaleando. La verdad sobre la muerte de su padre comenzaba a volverse cada vez más confusa. ¿Qué había pasado realmente aquella noche? ¿Qué había hecho él? No podía recordarlo con claridad, pero las acusaciones estaban ahí, claras y directas.
Takeda finalmente rompió el silencio con una frase que hizo que el corazón de Seiji se detuviera por un momento.
—Renji ha dado su declaración.
Seiji se tensó al escuchar su nombre. No quería pensar en lo que Renji podía haber dicho, pero la presión de la situación lo obligaba a hacerlo.
—¿Qué dijo?
Takeda lo miró fijamente, como si estuviera observando a alguien que ya había sido condenado, y sin piedad, empezó a relatar las palabras de Renji.
—Mencionó que, cuando eran niños, tú y él sufrían abusos físicos por parte de vuestro padre. Dijo que ambos fueron víctimas de la violencia en casa, pero en su declaración no te acusa directamente de nada. Más bien, lo que dijo es que, tras todo lo que pasó, el odio hacia vuestro padre podría haber llegado a un punto crítico.
Seiji se quedó en silencio, su corazón palpitando más rápido a medida que las palabras de Takeda se filtraban en su mente. Renji había dado una versión de los hechos, pero sin culparlo abiertamente. Todo lo contrario: parecía estar dando un contexto que justificara un posible motivo.
—Dijo que, a pesar de todo lo que ocurrió, nunca pensó que tú podrías haber llegado a ese extremo —prosiguió Takeda—. Pero mencionó que la relación con tu padre era, en sus propias palabras, 'muy tensa' debido a los abusos. Como si, por todo lo que pasaste, la muerte de tu padre pudiera ser una consecuencia inevitable.
Seiji no podía creer lo que escuchaba. ¿Era eso lo que Renji quería insinuar? Era una manipulación velada, una manera de sembrar una duda sin necesidad de una acusación directa.
—Eso... no tiene sentido. Yo no hice nada.
Takeda suspiró, como si esperara esa respuesta.
—Entiendo que te resulte difícil, Seiji. Pero las pruebas son complicadas. Y aunque Renji no te culpó directamente, sus palabras han sembrado dudas.
El comisario se levantó de la silla y comenzó a caminar lentamente hacia la puerta.
—Recuerda que las declaraciones de Renji nos dan un contexto, pero también nos colocan en una posición muy complicada. Necesito que pienses bien en lo que recuerdas.
Con esas palabras, Takeda salió de la habitación, dejando a Seiji solo, con una sensación creciente de desesperanza. Las dudas sobre él aumentaban, y la imagen de su hermano Renji, tan perfecta e intachable, seguía intacta.
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