El silencio en la habitación del hospital se volvió más pesado después de la conversación con Takeda. Seiji sentía el peso de las palabras de su hermano sobre él, filtrándose como un veneno sutil en la investigación. No lo había acusado directamente, pero cada palabra dicha con la dulzura habitual de Renji parecía haber sido colocada con precisión quirúrgica.
Sus dedos se aferraron a la tela de la sábana sobre su regazo. Estaba atrapado. El fuego no lo había consumido aquella noche, pero las llamas de la sospecha comenzaban a envolverlo ahora.
El sonido seco de la puerta abriéndose interrumpió sus pensamientos. Esta vez, no era el comisario Takeda, sino un oficial de menor rango, aunque su porte y expresión eran igual de fríos. Su uniforme estaba impoluto y su postura era la de alguien que había memorizado bien las reglas que estaba a punto de recitar.
—Seiji, debo informarte sobre el estado de tu situación legal —anunció con voz neutra—. Dado que eres oficialmente un sospechoso en la investigación, has sido sujeto a restricciones preventivas. Hasta que el caso se resuelva, no puedes abandonar la ciudad ni, por supuesto, el país.
Seiji cerró los ojos por un instante, dejando escapar un suspiro mudo. No era una sorpresa, pero escuchar esas palabras lo hacía más real.
—Además —continuó el oficial—, considerando la naturaleza del caso, se te asignará una vigilancia temporal. No estarás bajo arresto, pero habrá un oficial supervisándote. Esto es por seguridad, tanto tuya como del proceso.
La idea de ser seguido como si fuera un criminal le revolvió el estómago. No hizo ningún ademán de protesta, pero la tensión en su cuerpo hablaba por sí sola.
—Hay otra cosa —agregó el oficial—. Dado que tu hermano Renji es el principal testigo de la investigación, tienes prohibido acercarte a él sin la aprobación previa de las autoridades. Esto es para evitar cualquier interferencia en el caso.
Seiji no pudo evitar una amarga sonrisa. La imagen de Renji, intachable y perfecta, flotó en su mente como un reflejo imposible de alcanzar. Su "adorado" hermano mayor. La protección que las autoridades le ofrecían a él contrastaba con la posición en la que había quedado Seiji.
—Entiendo —dijo, sin emoción.
No había nada más que pudiera decir. Discutirlo sería fútil.
El oficial le dedicó una mirada más antes de asentir con profesionalismo.
Seiji apretó la mandíbula. Suponía que algo así ocurriría. No solo estaban aislándolo físicamente, sino que también lo separaban del único familiar que le quedaba, aunque, irónicamente, Renji nunca había sido un refugio para él.
—¿Y qué se supone que haga ahora? No tengo dónde quedarme. Mi casa... bueno, ya no existe —preguntó con sequedad.
—Puedes buscar alojamiento temporal una vez te den de alta médica. No tienes prohibido moverte dentro de la ciudad —respondió el oficial.
Seiji asintió con desgano. No tenía alternativa. Un hotel sería su única opción hasta que encontrara un lugar definitivo. Pero aún no había terminado la conversación.
Un golpe seco en la puerta llamó su atención. Antes de que pudiera procesarlo, la puerta se abrió y un hombre entró con paso firme. Era alto, con una complexión imponente, rasgos marcados y una mirada afilada que se clavó en él con desdén un típico alfa. Vestía el uniforme de la policía, pero había algo en su presencia que lo hacía destacar. Seiji sintió, por primera vez en esa habitación, una verdadera sensación de amenaza.
El oficial giró hacia el recién llegado con un leve asentimiento.
—Este es el detective Kaoru. Será tu oficial de custodia.
Seiji observó al alfa con atención. No había necesidad de palabras para entender que aquel hombre no le tenía ninguna simpatía.
—Vas a estar bajo mi vigilancia. No hagas nada estúpido —soltó Kaoru, con voz firme y fría.
El tono era casi cortante. Seiji arqueó una ceja, sin molestarse en ocultar su desagrado.
—Vaya, qué bienvenida.
Kaoru chasqueó la lengua, cruzándose de brazos mientras lo escrutaba con una intensidad inquietante.
—No estoy aquí para hacerte sentir cómodo. Solo cumplo órdenes.
Seiji esbozó una sonrisa irónica.
—No esperaba menos.
Había un fuego latente en los ojos de Kaoru, una hostilidad que Seiji no comprendía del todo.
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