Los días habían pasado con una calma tensa, una tranquilidad que solo presagiaba la tormenta que se avecinaba. Seiji ya no se molestaba en mirar el reloj o contar las horas, sabía que, tarde o temprano, lo arrastrarían de nuevo al centro del huracán. Y así fue.
Kaoru lo informó sin preámbulos esa mañana.
—Hoy hay una audiencia. No es el juicio, pero se practicará como si lo fuera.
Seiji arqueó una ceja.
—Ensayo para mi condena. Qué detalle tan considerado.
Kaoru no reaccionó al sarcasmo. Su expresión era inescrutable, pero sus ojos estaban afilados como cuchillas.
—No hay abogados presentes. Solo es una revisión preliminar de los testimonios y pruebas.
—Oh, mejor aún. Un lindo espectáculo sin siquiera la ilusión de defensa.
Kaoru no respondió. No era necesario. Ambos sabían cómo sería ese día.
La sala de audiencias era más fría de lo que Seiji esperaba. Las miradas clavadas en él lo hacían sentir como un animal en exhibición, listo para ser diseccionado. No mostró reacción alguna. No podía darse ese lujo.
Renji estaba allí, impecable como siempre, con la imagen de un omega frágil e impecable. Y cuando comenzó a hablar, lo hizo con la voz temblorosa de alguien que había perdido demasiado.
—No puedo creer que mi hermano fuera capaz de algo así... —susurró con los ojos cristalinos, su mirada esquivando la de Seiji con dolor perfectamente medido—. Nunca me imaginé que su odio hacia nuestro padre llegara tan lejos. Sé que sufrió, pero...
No terminó la frase. No necesitaba hacerlo. Cada palabra, cada pausa calculada, clavaba un clavo más en el ataúd de Seiji.
Los asistentes alzaban las cejas, se susurraban entre ellos, algunos meneaban la cabeza con desaprobación. La atmósfera estaba viciada de prejuicio.
—Tu hermano dice que te vio discutir con tu padre ese mismo día. Que escuchó amenazas. —La voz de uno de los presentes resonó con dureza.
Seiji mantuvo la compostura. Sabía que no servía de nada responder con ira. Pero cuando habló, su tono estaba afilado como un bisturí.
—¿Y por qué no lo mencionó antes? —preguntó, dejando que la pregunta flotara en el aire.
Renji bajó la mirada, como si la duda lo hiriera.
—No quería creerlo... Pensé que estaba equivocado. Pero cada vez que reviso los hechos... todo apunta a lo mismo. —Su voz se quebró ligeramente. Seiji casi sonrió ante la perfección de su actuación.
—¿Y tu testigo clave? —interrumpió de pronto—. ¿Dónde está?
La sala se quedó en silencio por un momento.
—El alfa que confirmó la coartada de mi hermano —continuó Seiji con calma glacial—. ¡Oh! No está aquí. Qué conveniente.
La respuesta fue casi inmediata.
—Esa cuartada ya fue aceptada. No necesitamos su presencia hoy. —La voz que habló sonaba irritada, como si Seiji fuera un niño molesto insistiendo en un juego que ya había terminado.
—Pero si el testigo no está aquí, su testimonio no debería considerarse válido. —Seiji inclinó la cabeza con una sonrisa gélida—. Es curioso que mi hermano tenga una coartada tan sólida y al mismo tiempo tan... ausente.
Nadie le respondió directamente, pero la desestimación era evidente.
—¡No desviarás la conversación! —alguien golpeó la mesa con fuerza.
El murmullo en la sala aumentó, y Seiji sintió el peso de cada mirada cargada de juicio. No importaba lo que dijera. Ya lo habían condenado.
Desde su asiento, Kaoru observaba en silencio. Sus ojos seguían clavados en Seiji, pero su expresión, por primera vez, mostraba una leve grieta. Un destello de duda cruzó su rostro.
Lo había visto aguantar cada palabra venenosa sin romperse. Había visto cómo su hermano lo apuñalaba sin hacerlo directamente. Y a pesar de que Kaoru aún creía en la evidencia, algo en su instinto le gritaba que había algo que no encajaba del todo.
Finalmente, se levantó.
—Es suficiente por hoy —declaró con un tono seco pero firme.
Los presentes lo miraron con desconcierto.
—¡Pero apenas hemos comenzado!
—No servirá de nada si seguimos insistiendo en lo mismo sin avanzar. —Kaoru miró al juez de turno—. Sugiero suspender la sesión y retomarla con nuevas pruebas.
El juez lo analizó por un momento antes de asentir.
Seiji exhaló lentamente. No se engañaba, Kaoru no lo estaba defendiendo. Pero algo en su expresión le indicó que, aunque fuera por un breve instante, había dudado.
Cuando Kaoru se giró para salir, lanzó una última frase con un tono más ligero, casi irónico:
—Supongo que hasta los villanos merecen un descanso.
Seiji sonrió con amargura.
—Si ese es el caso, gracias por tu generosidad, detective.
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