Después del río, volví a mi cueva.
Ya no dormía con los niños. Mi lugar era ahora junto a los adultos… aunque ellos hablaban poco. Muy poco. Y siempre con calma, como si sus palabras no quisieran molestar a nadie.
La primera noche fue rara.
Mi slime se quedó pegado a mi pecho, sobre el corazón. No pesaba. No dolía. Pero lo sentía… como si respirara conmigo.
No me habló. Ningún slime habla.
Pero a veces… vibraba.
Y cuando lo hacía, yo sabía cosas.
Sabía si debía levantarme.
Sabía si llovería.
Sabía si debía tomar la piedra de tres puntas para moler mejor las raíces.
Era como tener un pedacito del río dentro de mí.
Pasaron las lunas.
Un día, uno de los adultos, el jefe Talok, me pidió que fuera al bosque al encuentro con una tribu del sur. Ellos venían a cambiar conchas por hojas de dormir. Yo debía acompañarlo.
Talok me habló mientras caminábamos:
—Ellos... dicen que el bosque tiene venas negras ahora.
Lo miré, confundido.
—¿Venas?
—Cosas altas. Negras. Delgadas. No árboles. No nuestras.
No entendí del todo. Pero mi slime vibró. Como si esa palabra —"venas"— le apretara el cuerpo.
Cuando llegamos al claro del trueque, los goblins del sur estaban tensos. Uno me miró y dijo:
—Cosas raras en los árboles. Cielo hendido. Como si algo cayera del espacio.
Espacio. No sabía qué era eso. ¿Entre las hojas? ¿Entre los pájaros?
No pregunté más. Solo entregamos las hojas y regresamos a casa. Pero algo se me quedó pegado. Como un picor… o más bien un vacío.
Esa noche, sentí que no podía dormir. Me movía en mi lecho. Mi slime, en mi hombro, vibró.
—¿Tú también no puedes dormir? —le pregunté.
Él respondió con una burbuja. Literalmente. Una burbuja de aire que subió por su cuerpo y explotó en mi cara.
—¡Pfft! —me reí—. ¡No hagas eso! ¡Me mojaste la nariz!
Se deslizó por mi brazo como si se riera también.
Me levanté, fui a buscar una raíz dulce. La partí en dos. Le ofrecí una parte.
Él la absorbió. Pero no la tragó. Solo la tenía dentro, flotando.
—¿Te gusta? —pregunté.
Vibró como si dijera “no entiendo”.
—Bah… estás raro. Pero me caes bien.
Me acosté con él sobre el pecho, y por un momento… sentí calor. No físico.
Uno dentro.
Entonces me pregunté:
¿Ese cosquilleo que llevo desde el río… será por esas cosas raras en el bosque?
¿O… es porque me estoy vaciando?
Cuando uno se une a un slime… los sentimientos cambian. Las emociones se van.
Solo quedan el amor… y la paz.
Y yo aún sentía vergüenza.
Y risa.
Y miedo, a veces.
¿Estaba cambiando lento?
¿O… el slime estaba haciendo algo diferente conmigo?
Me quedé dormido sin saber.

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