El cielo estaba cubierto de estrellas, pero la oscuridad dominaba en el pequeño pueblo que Nil tenía como su próximo objetivo. Era uno de esos lugares donde los días se alargaban con el calor del sol y las noches transcurrían entre murmullos y canciones en la cantina. Los faroles de aceite apenas iluminaban las calles polvorientas, proyectando sombras largas y engañosas que Nil sabía usar a su favor.
Con el sombrero y un paliacate cubriéndose el rostro, se escabulló entre los callejones hasta la delegación, un edificio modesto, pero mejor construido que el resto. Con la destreza de quien ha hecho esto muchas veces, se coló por una ventana abierta y avanzó por los pasillos con la confianza de un fantasma en su propio hogar.
Allí, sobre un escritorio de madera vieja, descansaba una pequeña estatuilla de bronce, cuya base oculta resguardaba la verdadera razón de su visita: una llave.
—Tanta molestia por esto… casi me da curiosidad saber qué abre —murmuró, deslizando el botín dentro de su morral. Bueno, ya cumplí el deber, sigue el placer.
Su siguiente parada, era el banco, un edificio pequeño, nada ostentoso, pero suficiente para guardar los ahorros de los pocos habitantes del pueblo. Había estudiado este lugar durante días, anotando las horas en las que los encargados patrullaban y los momentos en que la calle quedaba completamente vacía.
Dentro del banco, todo se desarrolló como siempre. Las cerraduras no eran un reto, y en cuestión de minutos, Nil llenando su saco de dinero. Pero esa noche, algo estaba mal. Un ruido sutil, como un crujido en el suelo, lo puso en alerta. Alguien estaba ahí.
—¿Quién anda? —preguntó una voz masculina, firme pero dubitativa. Era uno de los encargados nocturnos.
Nil, sin responder, desenfundó su arma y apuntó hacia la puerta. Matar no solía ser un problema, aun así, prefería herir como advertencia. Un disparo al aire bastó para hacer que el hombre retrocederá, soltando un grito de alarma que resonó por todo el pueblo, los gritos de alerta comenzaron a multiplicarse, y Nil supo que el tiempo se le había acabado.
Con los costales a medio llenar, corrió hacia la puerta trasera, donde Sombra, su caballo, lo esperaba. Pero mientras montaba, un disparo lo alcanzó en el costado derecho de su abdomen, haciéndolo gruñir de dolor, sujetándose el costado con una mano, se obligó a mantenerse erguido y huyó antes de que alguien pudiera alcanzarlo.
Horas después, en una cantina desvencijada, en medio del camino desolado, se encontraban tres hombres, dos jugando cartas y otro regordete jugando con un encendedor, por la puerta entro Nil, aun cubierto por un sombrero azabache, su paliacate y rebozo oscuros.
—Llegaste. — Dijo el hombre gordo que jugaba con su encendedor, — ¿Lo tienes?
Nil caminó sin responder, con cada paso se escuchaban sus espuelas vibrar, los otros dos hombres que hasta el momento parecían prestar más atención al juego se aproximaron a su jefe, para que el enmascarado no intentara algo sospechoso.
Cuando Nil lanzó a la mesa su morral, se escuchó un ruido similar al metal, aquel hombre gordo sonrió emocionado y del bolso sacó aquella estatua que Nil había tomado de la delegación, al instante rompió la base donde se encontraba la llave que parecía resolvería todos sus problemas y hasta un poco más.
El hombre se relamió los labios mientras reía claramente satisfecho —Ju,ju,ju, los rumores eran ciertos, — guardó la llave y se puso de pie. — Eres implacable en tu trabajo, deberías considerar trabajar para mí. — Se acomodó su saco con una sonrisa tentadora.
— Te pagaré bien. — Pero Nil negó con la cabeza mientras se mantenía en silencio.
El hombre mostró la decepción en su rostro. —Sí, sí, el espectro negro trabaja solo. — refunfuño mientras caminaba a la salida. — Caballeros, denle lo acordado.
Nil miró fijamente a los guardaespaldas de su cliente, lo último que quería es que le pusieran trabas en su pago. Pero no fue así, un hombre dejó caer un saco pesado y lleno de monedas con billetes y salieron por la puerta.
Nil suspiró, tomó asiento un momento mientras llevaba su mano a la reciente herida, — Me lleva la... — masculló entre dientes, aún sangraba.
Unos días más tarde, el primer rayo de sol despuntaba en el horizonte cuando Nil ajustó la lona de su carreta. Su cabello negro aún estaba húmedo por el rocío de la mañana, pero eso no le importaba. Había cambiado su ropa ensangrentada por una camisa limpia y un chaleco de cuero desgastado, ocultando su herida lo mejor que podía, el boticario errante debía lucir impecable, aunque por dentro estuviera al borde del colapso.
— ¿En serio se va, doctor? — La anciana se acercó preocupada.
Nil asintió. — Es correcto, Doña Cleo, debo ir a revisar a mis otros pacientes en Totolapan.
— ¡Pero doctor! ¿No escuchó las noticias? —habló la nieta de la señora Cleo—. ¡Dicen que el Espectro Negro atacó de nuevo hace unos días!
La poca gente a su alrededor se horrorizó. — Bendito dios, ese cabrón no se ha interesado en nuestro pueblo. — Habló uno de los agricultores. — Dicen que es canijo como el diablo, abusado como gato y mañoso como zorro, no le tiembla la mano cuando hay que matar.
Nuevamente, los rostros se horrorizaron y soltaron un alarido de preocupación y temor. — ¿Pero, por qué lo llaman espectro negro? — preguntó Nil, y es que él no se había nombrado así, ni mucho menos recordaba algo que le hiciera merecedor de ese apodo.
— ¡Dicen que utiliza las sombras como camino! — Habló otro abuelo, — Aparece, ataca y se desvanece como alma en pena.
— Bueno, en ese caso estaré bien mientras viaje con luz de día, ¿no? — Montó su carreta, haciendo un esfuerzo por no mostrar signos de debilidad. Si quería evitar sospechas, tenía que seguir su rutina: moverse de un pueblo a otro ofreciendo remedios caseros, ungüentos y una que otra consulta.
Nil se puso el sombrero. — Totolapan está a tres o cuatro días de aquí, y conozco varias posadas donde pasar la noche, no se preocupen.
Sombra empezó con su trayecto una vez que su dueño azotó las riendas. — Cuídese doctor.
— Que Dios lo acompañe.
— Rezaré para que vuelva pronto.
Nil se despidió con su mano en alto y finalmente partió para el siguiente pueblo.
El camino estaba desolado, flanqueado por árboles secos que proyectaban sombras irregulares sobre la tierra. Nil se encontraba dentro de su carreta, levantando un falso suelo de madera, donde escondía sus ganancias ilicitas y su vestimenta oscura de trabajo.
Revisaba la camisa y el rebozo con atención, debía remendar la camisa y lavar el resto. Suspiro sin ganas, volvió a colocar el falso suelo y lo escondió estratégicamente con unas cajas llenas de hierbas, medicamentos y utensilios. Cualquiera que lo viera pensaría que en esa parte de la carreta Nil fabricaba sus remedios.
Regresó al frente de la carreta, modificando su ruta en dirección al río. —Vamos Sombra, aprovecharemos para bañarte también.
Apenas habían pasado un par de horas cuando divisó un grupo de figuras bloqueando el paso más adelante. Tres muchachos, apenas en su adolescencia, estaban apostados en medio del sendero con cuchillos en mano y rostros que intentaban parecer intimidantes.
Nil detuvo la carreta, inclinando la cabeza con aire paciente mientras los observaba.
—Buenas, muchachos. ¿En qué puedo ayudarlos? —preguntó con una calma tan calculada que casi parecía sincera.
—¡Bájate, si no quieres que te descalabre! —gritó el líder del grupo, un joven de cabello castaño miel, desordenado, rizado y ojos grises claros, con una cicatriz que le atravesaba el ojo izquierdo, además, no parecía haber sostenido un cuchillo en su vida.
Nil arqueó una ceja. Su tono estaba cargado de burla cuando respondió:
—¿De verdad vamos a hacer esto?
—¡No te quieras pasar de gracioso! —espetó otro de los chicos, dando un paso adelante. Su mano temblaba visiblemente mientras sujetaba el cuchillo—. ¡Dame tu dinero o… o te arrepentirás!
Nil dejó escapar un suspiro. Estaba demasiado cansado para entretenerse con amateurs.
—A ver, muchachos, no quiero problemas. Tomen algo de dinero y dejen de molestar.
Pero cuando intentó sacar una pequeña bolsa de dinero de la carreta, el líder lo malinterpretó como un movimiento hostil. Con un grito que pretendía ser amenazante, se lanzó hacia Nil.
Aunque el instinto asesino en Nil reaccionó rápido, un dolor punzante proveniente de su abdomen lo entorpeció, ambos cayeron de la parte frontal de la carreta y la herida de Nil se abrió un poco haciéndolo sentir dolor.
Sombra, en un intento desesperado por salvar a su dueño, intentó soltarse de la carreta, pero solo logró tambalearse en el mismo sitio. — ¡Agárrenlo! — Gritó el que parecía ser el líder mientras entraba en la carreta y buscaba cualquier cosa de valor. Entre las que tomó la ropa ensangrentada de Nil para guardar unos morteros de cerámica y algunas hierbas que no sabía para qué servían.
El dolor atravesó a Nil como un rayo, arrancándole un gruñido ahogado. Con los dientes apretados, Nil golpeó a ambos muchachos con las rodillas y se puso de pie tambaleándose, con una mano apretando su costado ensangrentado.
—Carajo. —escupió entre jadeos—. No saben con quién se metieron.
Aun así, supo que no podía ganar este enfrentamiento. Sus fuerzas estaban al límite, no tenía ningún arma para contraatacar, y si quería salir vivo, necesitaba escapar, su oportunidad llegó cuando el joven de la carreta bajo de ella de un salto. — ¡Fuga! — grito airoso el chico de la cicatriz en el ojo.
Ambos chicos miraron en su dirección distrayéndose un momento de su víctima, al instante Nil se abalanzó empujando al joven más cercano, y corrió como pudo hacia su caballo. Subió de un salto torpe y azotó las riendas con urgencia.
Los muchachos no lo siguieron; su improvisada valentía no llegaba tan lejos y asumían que habían obtenido un gran botín. — ¡Eso, corre!
—¡Corre la voz! ¡Hay una nueva gavilla en el lugar!
Mientras Nil se alejaba tambaleante, la sangre goteaba de su costado, dejando un rastro oscuro en la tierra.
El sol estaba en su punto más alto cuando María, una muchacha de veintitrés años, guiaba su carreta por el camino polvoriento. Regresaba al pueblo después de un largo viaje de suministros, con cajas de medicinas y telas apiladas cuidadosamente en la parte trasera. Su sombrero de ala ancha la protegía del calor abrasador, pero no del cansancio que comenzaba a pesarle en los hombros.
Los caballos trotaban a un ritmo constante, levantando pequeñas nubes de polvo a cada paso, cuando algo inusual llamó su atención. A un costado del camino, un caballo pura sangre negro golpeaba los cascos de sus patas contra el suelo en desesperación.
María detuvo la carreta con un tirón suave de las riendas, —¿Qué pasa amiguito? ¿Estás perdido? — Bajo con un salto de la carreta, mientras limpiaba el sudor de su frente y acomodaba su cabello negro.
El caballo se alejaba y después volvía unos pasos, dando a entender a María que quería que lo siguiera. — ¿María? ¿Qué pasa? — preguntó Noé, un hombre de veinticinco años, moreno y de cabellos rizados castaños, quien hasta ahora venía tomando una siesta en la parte trasera de la carreta y se despertó al sentir que no avanzaban.
— Ni idea Noé, parece que este amigo quiere que lo sigamos. — Respondió María mientras trataba de tranquilizar al caballo inútilmente.
— De acuerdo, ponte detrás de mí. — Pidió mientras colocaba sutilmente su mano en su cinturón, cerca de su arma. María asintió y ambos siguieron unos metros al caballo hasta las orillas de un arroyo.
—¡Dios mío! — Grito María al ver a un hombre en el suelo, el instinto de ayudar supero cualquier otro de precaución.
Al acercarse, su mirada se posó en un hombre joven, de unos veinticinco años, de piel lechosa y cabellos negros, con el rostro pálido y una mano aferrada débilmente a su costado. Su ropa, aunque limpia, estaba manchada de sangre seca.
—¡Santo cielo! —murmuró, agachándose para revisarlo.
Le tocó suavemente el hombro, pero no hubo respuesta. — ¿Está vivo? — preguntó Noé agachándose a su lado.
Los dedos de María encontraron un pulso débil, pero presente en su cuello, y respiró aliviada, aunque por poco.
—Sí, pero, esto no se ve nada bien…
Con manos rápidas y cuidadosas, levantó un poco su camisa para inspeccionar la herida. Al instante, notó que no era reciente. Los bordes estaban inflamados y había signos claros de que algo lo había agravado.
—Necesita ayuda urgente —dijo volviéndose hacia Noé, con un tono cargado de preocupación. — Ayúdame a llevarlo a la carreta.
María volvió a su carreta, sacando una manta para envolver al extraño antes de intentar moverlo. Era un hombre delgado, por lo que no fue un problema para Noé cargarlo entre sus brazos, lo llevaron a hasta la carreta de María, mientras Sombra los seguía con recelo.
Mientras María acomodaba lo mejor posible al extraño, Noé empujo la carreta de Nil hasta el camino para atarla en la parte trasera de la de María, — Ahí vete con él, yo conduzco. — Dijo Noé mientras se sentaba en la parte frontal de la carreta.
— ¿Y el caballo? — Pregunto María al ver que no ató al pura sangre negro.
—Es listo —dijo, azotando las riendas para retomar el camino hacia el pueblo—. Si es su dueño, nos seguirá; si no, se marchará.
María observó al caballo y efectivamente los seguía muy de cerca, mientras las dudas comenzaron a surgir. —¿Quién será este hombre?, y ¿Por qué estaba herido en un lugar tan aislado? — preguntó María.
—No lo sé, pero tampoco había ninguna señal de pelea cerca. — Respondió Noé, no era para menos, era uno de los oficiales de la jefatura del pueblo.
Sin embargo, no eran personas que dejarán a un herido abandonado a su suerte, además, el padre de María, el doctor del pueblo, sabría qué hacer.
María observó el rostro de su nuevo huésped con incertidumbre. —Solo espero que no me metas en problemas, amigo —murmuró.
— ¡¿En problemas, tú?! — preguntó ofendido el oficial. — ¡Se supone que era tu escolta!, ¡¿Cómo le voy a explicar al alguacil que nos fuimos dos y volvimos tres?! — Decía con burla en su tono alarmado mientras María reía.
Mientras las ruedas de la carreta giraban, marcando el inicio de lo que sin saberlo sería una cadena de eventos para el pequeño pueblo.

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